But
I'm only human
And I bleed when I fall down
I'm only human
And I crash and I break down
Pero
solo soy humana
Y sangro cuando me caigo
Solo soy humana
Y
colapso y me quiebro
Human
– Christina Perry
Siempre me he planteado cómo hacían los escritores
para empezar una historia. ¿Qué les hacía elegir unas palabras,
unas expresiones, y no otras? ¿Cómo lograban encontrar ese perfecto
equilibrio para lograr hacer una verdadera obra maestra? Para mí ese
es uno de los grandes misterios del ser humano. Así que yo ahora me
encuentro ante lo mismo que se encuentran cada día y a cada momento
todas aquellas personas que quieren utilizar el papel para
inmortalizar para siempre sus experiencias, sus pensamientos, sus
deseos y miedos, que quieren imprimir en el papel un poco de su ser,
se enfrentan ante el enemigo y a la vez compañero de la escritura:
la hoja en blanco. Y es que no hay mayor desafío que el de poner en
orden tus pensamientos, saber cómo lograr empezar una historia para
que algún día, tan vez en un futuro no muy lejano, alguien
encuentre aquello que hayas escrito y comprenda de alguna manera qué
te llevó a escribirlo, qué te hizo empezar a relatar.
Nunca he
sido de las que escribían mucho, siempre he pensado que eso de
escribir, de plasmar lo que uno tiene dentro, no era muy práctico
porque: ¿y si alguien en quien no confías o que no conoces de nada
coge lo que has escrito? Siempre me ha dado muchísimo miedo que mis
pensamientos, mis emociones y experiencias las juzguen otros, pero
voy a intentarlo por Derek.
¿Qué
quién es Derek? Es mi hermano. Nos llevamos cinco años, él 21 y yo
16, pero desde siempre nos hemos querido mucho, sobre todo ahora…
que desde la NOTICIA la familia la formamos él y yo…
Desde
siempre él y yo habíamos estado unidos, éramos como uña y carne y
donde iba uno siempre le acompañaba el otro. El verano que él
cumplió 18 años se tuvo que ir a trabajar a Santiago de Compostela,
a 43 minutos en coche desde nuestra ciudad natal, Lalín, donde se
sitúa el kilómetro cero de nuestra querida Galicia, y yo no pude
resistirme a pedirle que me llevara con él ya que las dos semanas
que estaría fuera se me harían eternas. Así que cogimos su
Volkswagen Golf del 74 de color rojo y nos fuimos los dos a Santiago.
¡Qué bien que lo pasamos los dos juntos! Ese es uno de los mejores
recuerdos que tengo.
Lo
gracioso es que aquella escapada de dos semanas, esos catorce días
donde mi hermano y yo, libres, sin preocupaciones ni otro deseo que
disfrutar de la compañía del otro, vivimos esos días como si
ninguno de los dos fuera a poder vivir el día siguiente, como si
nuestra vida acabara si no disfrutábamos de cada risa, de cada paseo
y de cada comida juntos. No sabía que esas dos semanas junto a Derek
en Santiago se me iban a grabar a fuego en la memoria, sin querer ni
poder ni querer borrarlas…
La
personalidad de Derek, desde niños, siempre había eclipsado a la
mía. No es que me importara, yo disfrutaba viéndole reír y jugar
con sus amigos antes de que me mandara a otro lado, pero aunque
siempre estaba encima de él, molestando e intentando que me hiciera
caso, él nunca perdió la paciencia conmigo, como hacían los demás
hermanos, siempre intentaba integrarme en todo lo que él hacía.
Cuando
éramos niños vivíamos en un barrio pequeño, con casitas todas
conectadas entre si. La nuestra era la más destartalada de todas
ellas pero tenía todo lo que una familia de tres miembros podía
necesitar. Era una casa de dos plantas, vieja y que tenía un patio
bastante grande, lo suficiente como para poder jugar a los caballitos
cuando nosotros éramos niños. Un baño de tres piezas, un comedor
en el que siempre estaba mi madre tumbada viendo la televisión y dos
habitaciones, una de ellas era la nuestra, donde dormíamos Derek y
yo. También teníamos una cocina mediana que, cuando Derek por fin
aprendió a cocinar, se convirtió en su refugio personal. Él
siempre dice que cocinar le ayuda a olvidar las cosas malas de
nuestra niñez. Antes no lo entendía, para mí, mamá siempre había
sido nuestra mamá querida, pero cuando nuestro padre se fue para no
volver, ella ya nunca volvió a ser la de antes. Eso ocurrió cuando
mi hermano tenía 8 y yo 3 años.
Los
vecinos sabían que yo era una niña molesta y torpe, siempre
cayéndome y preguntando por todo lo que veía. Siempre he sido muy
curiosa, como esas niñas que veíamos en la televisión antes de
acostarnos, las que tenían el pelo negro recogido en dos coletas,
una siempre más baja que la otra de tanto saltar y brincar y que
tenían la divertida y a la vez fastidiosa manía de cuestionarlo
todo. Yo era de esas niñas melladas pero que a pesar de faltarles un
diente no dejaban de sonreír y gritar por todo lo que sentían que
era una gran injustica, sobre todo chillaba cuando Derek me
arrebataba el mando y cambiaba el canal de los dibujos que a mí más
me gustaban y ponía el partido de fútbol del día. Eso me ponía
histérica, hasta tal punto que llegué a amenazarle con dejar de
respirar si no me devolvía el control de la televisión. Nunca
llegué a cumplir mi amenaza, siempre que me ponía roja como un
tomate Derek me hacía cosquillas y me reía tan fuerte que nuestra
madre venía y nos apagaba la televisión. Siempre que me iba a la
cama me prometía a mi misma que a la noche siguiente cumpliría mi
promesa. Nunca llegué a hacerlo.
En
cambio, como era de suponer, los vecinos tenían en un pedestal a
Derek, siempre atento y simpático con todos. Yo nunca he sido capaz
de odiarle ni guardarle rencor por nada, desde siempre había sido, a
mis ojos, un héroe, cosa que desgraciadamente tuvo que demostrar más
veces de las que le tocaban a su edad.
Recuerdo
una vez, un día de verano, en pleno julio, cuando yo apenas tenía 6
años, que estaba muy aburrida en nuestro patio. Ya no me apetecía
jugar más con las muñecas así que me levanté empecé a jugar con
el barro. Me acuerdo que me sentí completamente feliz jugando en el
suelo mientras me manchaba la ropa que mi madre me acababa de comprar
el día anterior. Entonces se me ocurrió la idea de hacerle a mi
mamá una tarta de barro para que así se pusiera contenta y comiera
algo ya que desde hacía días solo hacía que beber de una botella
que la dejaba muy dormida. Yo solo sabía que si no quedaban en casa
de esas botellas, mi mamá se ponía muy nerviosa y furiosa y era
mejor no estar delante cuando eso pasaba. Así que con la
determinación de ayudar a mi mamá le hice mi pastel de barro.
Cuando ya lo tuve hecho pensé en como llevárselo y se me ocurrió
la idea de entrar en casa y, sin que ella se diera cuenta, coger un
plato para que así no me riñera por dejarlo todo sucio. Y
sintiéndome la niña más inteligente del mundo abrí la puerta
corrediza del patio que conectaba con el comedor. Dentro de la casa
solo se oía el suave ronquido de mi madre que estaba dormida en el
sofá. Se podía ver encima de la mesita dos botellas vacías y otra
a mitad que contenía un líquido que, en un primer momento podía
parecer agua pero que no lo era, porque ya me lo había explicado
Derek cuando yo le pregunté si lo que le pasaba a mamá era culpa
del agua de esas botellas. Él me contestó:
No,
Noa. Mamá puede beber de esas botellas porque a ella, cuando era
pequeña le pusieron una inyección especial para poder beber ese
líquido. ¿A ti te la han puesto?
Yo
negué con la cabeza. No recordaba que me hubieran puesto ninguna
inyección para eso la última vez que mamá me llevó al médico.
Así que mi hermano, al ver que me lo había creído firmemente,
sonrió y me dijo:
Pues
ya está. Tú nunca podrás beber de esas botellas, ¿de acuerdo?-
continuó diciendo mientras sonreía para si.
Yo
afirmé con la cabeza y le prometí que nunca lo haría. Supongo que
fue la mejor excusa que se le ocurrió en aquel momento.
Poco
a poco, yendo de puntillas, evitando las lejas de madera que sabía
crujían y sintiéndome como una de esas tortugas ninja de la tele,
logré llegar a la cocina. Pero aún me quedaba un obstáculo más:
como mi madre sabía que yo era una patosa sin remedio un día
decidió poner todos los platos en el estante de arriba del todo,
donde yo no los pudiese alcanzar, para que así no pudiera romperlos.
Cuando estuve delante del armario de madera supe que tendría que
utilizar una de las sillas de la cocina para poder alcanzar el
estante. Así que, con mucho cuidado cogí una de las sillas y la
acerqué bajo del armario donde estaban los platos. Lo malo era que
todas las sillas estaban cojas. Mamá decía que era por culpa de
papá, que como se había llevado el dinero al irse de casa, no
podíamos cambiarlas y había que aguantarse con las que había.
Me
subí a la silla con cuidado de no perder el equilibrio. Abrí la
puerta del armario y los vi, ahí estaban, en el último estante tal
y como dijo ella. Acerqué la mano, que estaba llena de barro por
haber hecho la tarta, y me estiré todo lo que pude para poder coger
uno de los platos, pero por mucho que me estiraba no lograba
alcanzarlos. Así que cogí impulso y salté hacia delante con la
esperanza de coger uno y caer en el suelo, como había visto hacer al
gatito de Edu, nuestro vecino de al lado. Mis planes, como era de
suponer, no salieron como había pensado.
El
estruendo que hicieron todos los platos al caer al suelo siempre lo
llevaré conmigo. Fue ese escándalo, ese estallido característico
de cuando algo se rompe, el que hizo que mi madre despertase de su
profundo sueño y, al verme con la ropa nueva manchada por entero de
barro, los platos totalmente destrozados y a pedazos recubriendo cada
palmo del suelo de la cocina, ella montó en cólera.
¿Qué
coño has hecho? ¿Es que no se te puede dejar ni un momento sola,
eh? ¡Niña estúpida! ¡Has salido igual que tu padre! ¡No sirves
para nada!
Ella
levantó su mano derecha y vi como todo sucedía a cámara lenta. Yo
la miré a la cara, sus ojos verdes, réplicas de los míos, me
observaban con odio y desprecio y los míos, reflejados en los suyos,
le devolvían una mirada aterrorizada. Supe en ese momento que lo que
había en esas botellas había absorbido a mi madre de tal manera que
ya nunca volvería a recuperarla.
Sentí,
cuando su mano hizo contacto con mi mejilla, un dolor que incluso al
día de hoy sigo recordando. Todas las terminaciones nerviosas de mi
piel vibraron al unísono y el sonido que retumbó en la sala lo
llevé grabado en mi mente durante muchos años después de aquello.
Mi cabeza se giró tanto que pensé que me partiría en dos.
Salí
corriendo de allí y me dirigí a mi refugio, donde nadie pudiera ver
cómo mis barreras caían, cómo se me partía el alma en dos. Llegué
a mi habitación y justo cuando ya creía que podía dar rienda
suelta al llanto, levanté la mirada del suelo y vi como mi hermano,
poco a poco, como quien hace para no asustar a un cervatillo, se
quitaba los auriculares que llevaba puestos. Me miró y vi el fuego
que escondía, la furia que él siempre había tenido pero que no
dejaba ver a nadie, ardía en sus ojos azules, y que poco a poco se
iba avivando al ver el color morado que empezaba a crecer en mi
mejilla.
Yo
todavía no me había despegado de la puerta y él, para no
asustarme, se levantó y poco a poco se fue acercando hasta que se
arrodilló para estar a mi altura. Yo ya no pude aguantar más las
lágrimas y rompí a llorar desconsoladamente. Derek lo único que
pudo hacer es abrazarme fuertemente.
Te
tengo dicho que no molestes a mamá. ¿Qué has hecho ahora? Además,
¿cuántas veces te he dicho que si no estoy yo delante no te puedes
acercar a ella?- susurró sobre mi cabeza mientras yo seguía
empapándole la camisa recién lavada.
Yo apenas
le escuché debido a que el temor que todavía me aferraba no me
dejaba parar de llorar. Siguió meciéndome y tranquilizándome
mientras seguía susurrando palabras de consuelo hasta que
finalmente, después de un buen rato, conseguí calmarme lo
suficiente como para permitirle que me alzara la cabeza para que
pudiera observar mi mejilla malherida.
Escuché
que maldecía por lo bajo y yo, por no faltar a mi costumbre, le
dije:
Derek,
muy a su pesar, sonrió.
Estuvimos
juntos en nuestra habitación el resto del día hasta que finalmente
se hizo de noche. Sorprendentemente mamá no subió a buscarnos y
cuando bajamos a cenar, los pedazos de los platos que estaban
esparcidos por el suelo habían sido recogidos y ella se comportó
como si no hubiese pasado nada.
Derek ya
se había asegurado de que yo bajara limpia y que las coletas que se
me habían deshecho en mi carrera por llegar lo antes posible a mi
habitación, estuviesen de nuevo perfectamente hechas.
Vivimos
con miedo los días siguientes, en cualquier momento esperábamos que
mamá volviera a explotar como lo había hecho. En ningún momento mi
hermano me dejaba sola cuando estábamos en casa. Nos acostumbramos a
tenernos siempre cerca, pasara lo que pasara, para poder protegernos
y cuidar el uno del otro. Al día de hoy todavía seguimos
haciéndolo.
Nunca se
lo dijimos a nadie lo que sucedió aquel día, habíamos vistos
suficientes películas de niños huérfanos para saber que nunca
querríamos separarnos el uno del otro.
Ahora
hecho la mirada atrás y pienso que tuvimos suerte de que ese
horrible episodio, ese terrible recuerdo, no se volviese a repetir
nunca. O al menos eso fue lo que le dije a Derek.
Los años
fueron pasando, nosotros fuimos creciendo y mi hermano y yo
ahorrábamos todo el dinero que podíamos para salir de allí y dejar
atrás a Mara, nuestra madre, que desde el incidente nunca más la
volvimos a llamar mamá. Lo curioso es que su nombre; Mara, en hebreo
significa “Amargura”. Desde que lo supe pensé que le venía como
anillo al dedo, supongo que nuestra madre era de esas personas
débiles, que sin la fuerza de un hombre que las respaldara se
sumergían en un mar de amargura, tristeza y rabia, lamentándose por
lo que pudo haber sido y no fue.
Con el
paso de los años me juré a mi misma que por mucho que me pareciese
a Mara físicamente, el mismo pelo negro que compartíamos con mi
hermano, los ojos verdes, la nariz recta y desafiante y unas manos
suaves pero firmes, me juré que a pesar de ello nunca me convertiría
en el ser que ahora era ella, me prometí que siempre sería una
persona libre e independiente.
Cuando
Derek acabó el Bachillerato Tecnológico, con unas notas que le
permitieron entrar en la universidad de Ferrol para realizar lo que
desde hacía tiempo sabía que sería su vocación: hacer una
ingeniería mecánica. Me puse a la vez tremendamente orgullosa pero
triste. No quería separarme de él, Derek era todo lo que tenía,
pero no podía dejarlo todo, mis estudios de Secundaria, que recién
acababa de empezar, ya que estaba ahora en el primer curso, y los
amigos que había conseguido hacer en estos años. No podía dejarlo
todo para seguir a mi hermano a la universidad. Así que le prometí
que estaría bien con Mara en casa y que no permitiría que me
hiciera nada.
Al
principio evitaba completamente llegar a casa. Evitaba quedarme sola
con ella cuando volvía del instituto y pasaba el menor tiempo
posible en la casa. Siempre que podía utilizaba la excusa de que
tenía que hacer trabajos, o que en la biblioteca estudiaba mejor.
Mara nunca me dijo nada sobre este hecho, creo que desde ese día me
trató como si no existiera, como si la marca que llevé en mi cara
durante dos semanas me la hubiese hecho mientras jugaba. Me ignoraba
completamente desde entonces, para ella, en su mente de alcohólica,
no vivía nadie más con ella desde que Derek se fue. A mi hermano
esto le dolía más que a mí por simple hecho de que él sí
recordaba cómo era Mara antes de que nuestro padre se fuera, antes
de que se convirtiera en uno de mis mayores miedos cuando por fin me
iba a la cama.
Mara
tampoco notó los cambios que habían ido sucediendo en mí conforme
iba creciendo. Pasé de ser una niña desmelenada a una adolescente
loca y atrevida. Me dejé el pelo largo y abandoné el recogérmelo
en dos coletas. Yo le iba contando todo esto a mi hermano por medio
de cartas a las cuales él me contaba qué tal le iban los estudios
en Ferrol y cómo era su vida de universitario.
Cuando
acabé la Secundaria tenía claro que el Bachillerato no era para mí.
Había visto cómo mi hermano pasaba las noches en vela y cómo
luchaba para poder sacar adelante sus asignaturas demasiadas veces
cómo para cuestionármelo siquiera. Así que me planteé la idea de
hacer en Ferrol un módulo de Cuidados Auxiliares de Enfermería.
Siempre me había atraído la idea de poder ayudar a otras personas,
de sentirme útil. Sobre todo ahora que Derek, en su última carta me
había relato cómo le había ido su reciente visita al médico.
En su
anterior carta me había contado que desde hacía semanas, ahora creo
que lo sentía desde hacía meses, le dolía el tórax y que tenía
una tos persistente que no se iba. Además me dijo que había perdido
el apetito.
Le
supliqué que fuera al médico pero mi hermano, que siempre había
sido obstinado, no me hizo caso. Solo cedió con la condición de que
le hiciera el favor de no preocuparme más y que me aplicara en mis
estudios, ya que solo me quedaban dos semanas para acabar mi último
año de la Secundaria.
Entonces
llegó la odiada carta. Tú no te enteraste, ¿cómo ibas a hacerlo
si estabas durmiendo por haber bebido más de la cuenta el día
anterior? Así que quien recogió el correo fui yo y por lo tanto
quien primero leyó que Derek tiene cáncer fui yo.
No estaba
preparada para asumir la noticia de lo que Derek me estaba contando.
La
fatídica carta Mara, por si te interesa o te preocupaste alguna vez
por tu hijo, es esta:
Hola
Noa:
Tengo
algo que contarte y sé es difícil de entender… yo todavía lo
sigo intentando.
Esta
no es como una de nuestras cartas de siempre. No es otra carta donde
te cuento lo último que he hecho hoy, qué tal me fueron las clases
o si, como tú dices, le he “tirado ya la caña” a Irina, la
chica que sabes que desde hace tiempo me está volviendo loco. No,
esta carta siento decírtelo pero no es como las otras, no trae
noticias buenas.
Seguro
que te acordarás de que en la última te prometí que iría al
médico. Pues bien, cumplí mi palabra.
Al
llegar al hospital General Juan Cardona, el que está cerca de la
panadería esa que tanto te gusta, la que se llama “Horno
Sanbrandan”, tuve que esperarme media hora. Y a punto estuve de
marcharme de allí, ya sabes que los hospitales me ponen muy
nervioso, cuando me llamaron para que pasara a la consulta.
Hola,
siéntese por favor.-me dijo el doctor que, a juzgar por la tarjeta
que llevaba en el bolsillo de su bata, se llamaba Carlos López.
Tenía
todo el aspecto de ser uno de esos médicos, afables y comprensivos
que todo el mundo desearía tener en estos casos. Era un hombre
mayor, de unos 55 años. Llevaba el pelo canoso y bien cortado, pero
aún se podía ver que anteriormente su pelo había sido negro.
Como
tú dices normalmente se puede saber mucho de una persona por sus
manos y él las tenía suaves y grandes. Daban la impresión de que
sabían lo que hacían.
Yo
le expliqué exactamente lo que te conté a ti en mi última carta, a
lo que él puso mala cara.
Más
tarde sabría que el amigo del Dr. López era oncólogo.
¿Sabes?
Después de hacerme varias pruebas yo ya estaba muy nervioso. Había
venido para cumplir mi palabra, para cumplir la promesa que te hice,
pero lo que nunca sospeché es de lo mucho que te iba a agradecer que
me obligaras a que viniera.
Noa,
no sé como decírtelo suavemente, además, tú siempre preferiste
que te contaran todo a la cara, sin rodeos ni tapujos. Así que allá
va:
Tengo
cáncer…una modalidad de cáncer llamado CÁNCER PULMONAR.
Sé
que en este momento no sabrás como reaccionar pero te conozco lo
suficiente como para saber que seguramente estarás ya pensando a qué
hora pasa el tren hacia Ferrol. Por eso te pido que acabes de leer mi
carta antes de venirte
hasta aquí corriendo hacer
nada.
Quiero
que sepas que sin ti probablemente no me lo hubieran podido coger a
tiempo, sin ti no podrían operarme para extirparme ese tumor que se
aloja en mi pulmón derecho. Por todo ello hermana te doy las
gracias.
Una
última cosa antes de despedirme, no quiero que vengas a cuidarme a
Ferrol, quiero que acabes estas dos semanas que te quedan de colegio.
Sé que ahora mismo no puedes entenderlo pero créeme cuando te digo
que es lo mejor. Me operarán la semana que viene, los médicos no
quieren arriesgarse a que el tumor se extienda, así que no te queda
otra que hacerme caso.
Te
quiero hermanita, y no creas que no te quiero aquí conmigo, a mi
lado, porque no es cierto. Solo te pido que tengas paciencia y que
esperes dos semanas para venir. ¿De Un beso de tu hermano:
Derek
Así que
ya sabes toda la historia madre, ya sabes el porqué de que me haya
ido sin avisar, sin decirte nada: no me molesté en hacerlo porque tú
fingirías que yo no existía y sería una pérdida de tiempo.
Aquí te
dejo mi carta Mara para que entiendas que dejaste perder un futuro
maravilloso con dos hijos que te querían muchísimo y que se tenían
que consolar mutuamente porque la razón de sus males era
precisamente la persona que los tenía que disipar, la persona que
nos tenía que consolar, hacer reír y enseñar que la vida es mucho
más que malas noticias.
Atentamente
y sin ningún remordimiento por haber escrito esta carta:
Noa
P.D: Si
por alguna casualidad se te ocurre dejar de beber el tiempo
suficiente como para plantearte ir a Ferrol, te sugiero que no lo
hagas. Ahora Derek y yo somos completamente libres, tenemos una vida
por delante llena de esperanza, posibilidades y sueños por cumplir.
He
comprendido que existe una vida sin ti, madre y la pienso vivir sin
dejar escapar ni un solo instante, ni un solo momento, porque una de
las pocas cosas que nos enseñaste fue que la vida no está hecha
para vivir en la amargura como tú haces Mara, no, la vida está
hecha para experimentarla, sentirla y para también modificarla,
porque nosotros somos los dueños de nuestras propias vidas. Y eso
nadie puede quitárnoslo.
RAQUEL
GARCÍA FRANCÉS
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