Un
caluroso mes de agosto Rosalie Coppi dio a luz a un niño en un
pequeño pueblo de la Toscana. Ese niño era yo, Massimo Morelli. Mi
madre era una mujer llena de bondad que en absoluto se merecía estar
casada con el terco de mi padre. Además, poseía una belleza que
provocaba en mí y en el resto de personas un efecto hipnótico que
te impedía quitarle el ojo de encima. Mi padre era natural de
Florencia pero vivíamos en un pequeño pueblo porque mi madre no
soportaba el ajetreo de las ciudades .Mi padre, trabajaba en la banca
y contaba con un gran prestigio. A pesar de esto, el solía odiar su
trabajo, ya que le acarreaba algunos problemas.
La mayor parte de mi
infancia la pasé en aquella pequeña aldea. Mis padres, cuando
apenas tenía dos años se encargaron de que recibiera la mejor
educación que nos podíamos permitir.
Mi mayor diversión, la
compartía con mi padre y era la historia y el arte. Siempre que
podíamos visitábamos museos, bibliotecas, etc… Me encantaba la
historia y a mi padre le apasionaba contármela
Con ocho años descubrí
que acabaría dedicándome al mundo de la historia y el arte,
cuando por primera vez visité la galería Uffizi. La Galería Uffizi
se encuentra en Florencia y alberga las obras de arte de la magnífica
colección de los Médicis. Esta Galería se construyó por miedo de
la familia Médicis de que su colección fuera trasladada a Viena.
Los Médicis, eran una familia florentina que ejerció el mecenazgo y
provocó el despegue del Renacimiento.
Más tarde llegó el
momento de ir al instituto. El primer curso fue el peor sin duda.
Apenas conocía a nadie y encontrar amigos se convirtió en una
pesadilla para mí. Además odiaba estudiar algo que no me gustaba,
lo consideraba una pérdida de tiempo. Al final del curso ya me había
adaptado por completo a este nuevo mundo. A mi adaptación contribuyó
mi pandilla de amigos, la cual me ha acompañado en todos los
momentos de mi vida. Aquel verano fue muy intenso ya que nos mudamos
a Florencia. Vivíamos en un bloque de pisos situado en el centro de
la ciudad. En aquel bloque conocí a una señora mayor, que se
convirtió en una gran amiga. Mi amiga Renata trabajaba antiguamente
en la galería Uffizi y me contó aquel verano muchas historias sobre
los Médicis , Leonardo Da Vinci y otros.
Los siguientes años me
pasaron volando. Durante el curso estudiaba y disfrutaba con mi
pandilla de amigos y en verano me trasladaba a vivir a Florencia con
Renata.
Por fin llegó el momento
de ir a la Universidad. Decidí estudiar historia en Florencia y
mudarme a vivir con Renata .Pero un mes antes de que empezara el
curso, su hija nos informó que había fallecido por lo que mis
padres decidieron que era mejor internarme en un colegio mayor
En la Universidad hice
nuevos amigos, pero lo mejor sin duda fue conocer a Elena. Elena no
estaba estudiando en la misma Universidad, la conocí de casualidad
en la biblioteca. Ella estaba haciendo un trabajo y había cogido una
enorme pila de libros que le impedían ver y a mí me impedían verle
la cara. Yo, como de costumbre estaba totalmente despistado buscando
un libro sobre la Capilla Sixtina. Sin querer, ella tropezó conmigo
y ambos nos dimos un buen batacazo. la ayudé a levantarse y
trasladar sus libros a la mesa me di cuenta de que era preciosa.
Tenía un largo cabello castaño y ondulado, casi siempre iba
despeinada. Esto hacía que apenas se le pudiese ver el rostro, pero
sus ojos de color aguamarina se podían ver desde lejos. Decidí
invitar a Elena a tomar un café. Era encantadora pero a su vez muy
inocente, le costaba ver el lado malo de las cosas. Al igual que yo
Elena no era de Florencia, procedía de un pequeño pueblo de la
Toscana. Su familia poseía una importante bodega que era conocida en
toda Italia y además poseían enormes extensiones de viñas. Elena
estaba estudiando económicas para reemplazar a su padre cuando este
se jubilara.
Sin Renata en Florencia y
mis padres y amigos lejos de mí, Elena se convirtió en mi mejor
compañía. Nos gustábamos por lo que no tardamos en empezar a
salir. Ella me propuso mudarme a vivir a su piso que era más
espacioso y estaba muy bien situado. Y así lo hice; decidí dejar el
colegio mayor y nos mudamos a vivir juntos.
Pensé que debía
presentar a Elena a mis padres y Elena hizo lo mismo. Elena me
presentó primero a sus padres. Desconocía que Elena y su familia
vivían en el pueblo de Vinci.
Vinci es un pueblo de unos
14000 habitantes situado a pocos quilómetros de la cuidad de
Florencia. La fama de Vinci es debida a que es el pueblo donde nació
el genio florentino Leonardo Da Vinci. La familia de Elena contaba
con unos terrenos enormes llenos de viñas y una masía gigantesca en
donde se situaba su casa y también una bodega subterránea. Conocí
a su familia: sus padres y sus cuatro hermanos.
Su padre era un buen señor
muy humilde el cual me contó que la familia de Elena tenía
descendía de la de Leonardo Da Vinci. Realmente quienes más miedo
me daban eran sus cuatro hermanos .Elena era la única hermana que
tenían y además era la más pequeña por lo que no tardaron en
advertirme que como le causara alguna molestia a su hermana porque si
lo hacía, se ocuparían de mí. Su madre era un vivo retrato de
Elena pero con unos cuantos años más. Después de las
presentaciones comimos todos juntos y por la tarde Elena me enseñó
todas las viñas .También su padre me enseñó la magnífica bodega
subterránea y me contó sus planes para ampliarla. El padre de Elena
y yo teníamos en común nuestro interés por la historia y por los
grandes genios como Da Vinci , Miguel Ángel… Él me enseñó la
casa donde había nacido Da Vinci y me contó ciertas curiosidades
sobre su vida. Su padre y yo empezamos a confiar mutuamente, y me
contó una leyenda que circulaba por el pueblo de Vinci desde hacía
centenares de años. La leyenda contaba que la familia florentina de
los Médicis tenía miedo de perder todas las obras de su valiosa
colección. Como ya he relatado más atrás la familia de los Médicis
temía que el impero austríaco, que dominaba la Toscana en aquella
época, decidiera trasladar la valiosa colección a Viena. Por ello
creó la galería Uffizi; pero además según contaba la leyenda,
los Médicis escondieron parte de su obra en unas galerías
subterráneas del pueblo de Vinci.
Esta leyenda, desde muchos
años atrás, había atraído al pueblo a centenares de busca-
tesoros que marcharon sin éxito. El padre de Elena me afirmó que
aquella leyenda, según muchos expertos, era un farol de los Médicis
para presumir de tener una colección mucho más extensa de lo que en
realidad era. Muchos hombres se habían arruinado inútilmente
intentando utilizar técnicas novedosísimas para encontrarlo.
De aquella leyenda no
volvimos a hablar en todo el viaje. Elena y yo nos marchamos a
visitar a mis padres. En mi pequeño pueblo nos quedamos unos días y
así presenté a Elena a mi familia y amigos.
Al acabar la carrera
decidí especializarme en la investigación sobre la labor de
mecenazgo de los Médicis. Los Médicis y su colección me acabaron
obsesionando. Aquella familia escondía muchos misterios y mi
intención era resolverlos. Solía investigar en la galería Uffizi
intentado encontrar más información y también en la biblioteca de
Florencia.
En este proyecto no estaba
solo contaba con la ayuda de un amigo de la carrera Bruno. Él
trabajaba de un modo diferente al mío. No tenía curiosidad de
historiador sino más bien ambición de busca tesoros, pero a pesar
de eso confiaba en él. Un día Bruno y yo nos dirigimos a la
biblioteca de Florencia para seguir nuestra investigación. Me
dirigí a una de las muchas estanterías y de ella cogí un libro muy
antiguo encuadernado en piel. Aquel libro me parecía que tenía
cientos de años. De repente algo se cayó de su interior. Lo cogí
del suelo. Era una especie de diario, que contenía un mapa.
-Bruno!-
susurré -Mira que acaba de caerse de esta preciosa antigüedad-.Bruno
me hizo un gesto para que nos largáramos así que me escondí el
mini diario en el forro de la chaqueta. Nos despedimos de la
bibliotecaria con amabilidad y cogimos el primer taxi que vimos
hasta mi casa. Aquella noche el tiempo era muy desapacible y Elena
había salido a cenar con sus amigas. Observamos el pequeño diario
con atención y descubrimos que estaba firmado por Alejandro de
Médicis. Éste es uno de los hermanos más famosos de la familia. Su
fama trascendió a lo largo de la historia porque murió bajo
extrañas circunstancias; al parecer fue asesinado por su primo
Lorenzino de Médicis.
-Está
claro que el bueno de Alejandro escondía algo- declaró Bruno.-Sí y
debe ser algo muy serio para no poder compartirlo con su familia.
Además por lo que puedo ver en el mapa estamos delante del escondite
de algo muy valioso. –Mascullé- y nos quedamos en silencio. A
continuación decidimos leer lo que había escrito Alejandro de
Médicis: “Espero que esto jamás llegue a
manos de mi primo el traidor Lorenzino el cual traicionó a toda la
familia por su codicia y ambiciones. Por este motivo me vi obligado a
esconder parte de la colección de mi familia ya que corría peligro
de ser entregada por el traidor a los austriacos. Con este hecho
demostré la lealtad hacia mi familia que muchos creían inexistente
al ser hijo ilegítimo de mi padre. Al escribir esto sé que mi vida
corre peligro y probablemente acabe pronto.
Alejandro
de Médicis, Florencia 14 de diciembre de 1436”
-Vaya,
vaya…El propio Alejandro sabía que iba a morir a manos de su
primo-dijo Bruno y yo añadí- Lorenzino mató a su primo porque
necesitaba su muerte para recuperar la república. Pero lo que no
sabía Lorenzino era que al matarle Alejandro se llevó a la tumba un
secreto que acabaría atormentándole-.
Eran
las cuatro de la madrugada por lo que decidimos descansar y ya
continuaríamos el día siguiente con una excursión.
Al día
siguiente Bruno y yo nos dirigimos a un pueblo que aparecía marcado
con una “x” en el mapa de Alejandro de Médicis. Fiesole se
encuentra a pocos quilómetros de Florencia situado en una colina
desde donde se obtienen unas maravillosas vistas de la ciudad. El
mapa nos condujo a Bruno y a mí al teatro romano. Allí, según el
mapa de Alejandro encontraríamos pistas sobre el paradero de parte
de la colección.
-El
mapa indica que debemos ir a una especie de patio porticado situado
detrás de la escena-informé a Bruno y en silencio nos dirigimos
hacia el patio porticado. Al llegar empecé a explorar las columnas
en busca de algo fuera de lo normal y lo encontré. En la parte
posterior encontré una piedra que se podía retirar y al hacerlo
encontré un pequeño cofre. Lo forcé y en su interior encontré
otro fascículo del diario de Alejandro que además contenía otra
especie de mapa. Cuando me volví para mostrarle el intrigante
hallazgo a Bruno, observé que no estaba. Pero de repente, lo vi
aparecer con una pandilla de hombres corpulentos.
-Bien,
Massimo tu juego ya ha acabado-dijo Bruno-Ahora deja trabajar a los
que saben- .Éstas fueron las últimas palabras que recuerdo de Bruno
ya que desperté en el teatro romano tirado en el suelo, lleno de
magulladuras y sin el fascículo del diario de Alejandro. Salí de
aquel lugar y me dirigí hacia mi coche y puse rumbo a Florencia. Al
llegar a casa Elena estaba muy preocupada porque no le había
contestado al teléfono y Bruno tampoco. Seguidamente decidí
contarle lo sucedido. Aquella noche decidí que no iba a darme por
vencido y que iba a continuar buscando la colección. Quizá no tenía
el fascículo del diario de Alejandro, pero contaba con algo que
poseen pocos, memoria fotográfica. A pesar de la paliza que recibí,
recordaba perfectamente el lugar que estaba marcado con una “x”
en el mapa y decidí ir un paso más allá. Así que, me levanté de
la cama, me quité el pijama, me vestí y me dirigí a los famosos
jardines de Bóboli. El mapa marcaba concretamente la fuente de
Neptuno. Después de darle varias vueltas a la fuente y observarla
con detenimiento bajo la luz de mi linterna no vi nada fuera de lo
normal. Pero empecé a caminar alrededor de ella y encontré una
especie de trampilla. Al principio supuse que escondía la maquinaria
de la fuente pero decidí bajar a investigar. Aquella trampilla
escondía mucho más que el mecanismo de una fuente. Observé que
había un pasadizo y continué a través de él. Se me hizo
interminable pero al final llegué al final del camino y encontré
otra trampilla. La abrí y me encontré con una habitación muy
recargada, posiblemente se trataba de un castillo o un palacio. Al
rato me di cuenta que me encontraba en una de las estancias del
Palacio de Pitti que pertenecía a la familia Médicis. Aquella
estancia resumía el poderío de los Médicis, me encontraba en un
despacho , con una pequeña librería ,las paredes tapizadas y llenas
de retratos y en la parte central una mesa espectacular que debía
estar valorada en miles de euros. Después de observar asombrado la
habitación decidí que probablemente la siguiente pista se
encontrara en la espectacular mesa. Sintiéndolo mucho, tuve que
forzar los cajones ,exploré la parte posterior por si escondía
alguna parte hueca pero no obtuve ningún resultado así que decidí
meterme otra vez en la trampilla. Pero justo cuando ya había
levantado la trampilla observé que una pata de la mesa era de
diferente color. Aquella pata estaba hueca así que la abrí y
encontré el siguiente fascículo del diario de Alejandro. En él
Alejandro explicaba que la mesa era una réplica y que la verdadera
podría hallarla en la colección. Como siempre el fascículo llevaba
con él un mapa que en esta ocasión me llevaría al barrio de
Oltrarno, concretamente a la calle Maggio. Pero antes decidí volver
a casa y descansar.
La
mañana siguiente le conté a Elena todo lo que había sucedido
aquella noche y la convencí para que me acompañara a la calle
Maggio. Me parecía extraño que Alejandro escondiera otra pista en
aquel barrio y a la vez me asustaba la idea ya que todos los
palacetes de aquella calle habían sido reformados en los 70.Llegamos
a la calle y buscamos el palacete de la familia Pazzi, rivales de los
Médicis. Aquel palacete era más bien un castillo ya que era
inmenso. Contaba con un jardín típico italiano en el cual se
encontraban numerosas esculturas. Parecía que en el ya no habitaba
nadie pero comprobamos que no era así ya que un vecino nos contó
que se había convertido en la residencia de verano de una familia
muy adinerada rusa. Llamamos al timbre, nos abrieron y nos recibió
el dueño. El dueño era un tipo enorme con las manos llenas de
anillos y un semblante frío. Éste nos contó que la casa había
sido remodelada y que solo se habían conservado las esculturas y la
fuente del jardín y la enorme escalera de la casa. Elena le
preguntó al enorme ruso que si al hacer la reforma habían
encontrado algo misterioso. El ruso asintió y nos contó que la
chimenea de la biblioteca escondía otra biblioteca en su interior.
El enorme ruso nos condujo hasta aquella biblioteca. Aquello no era
una biblioteca era una sala llena de información sobre los Médicis,
contenía planos de todas sus propiedades e incluso un árbol
familiar en el que pudimos identificar a Alejandro de Médicis y su
primo. Al instante comprendí que la pista que Alejandro nos daba era
aquella habitación, por lo que en aquellos planos debía encontrarse
el lugar donde escondió la galería. Decidí hacerle fotos a los
planos y Elena y yo volvimos a nuestra casa. Dar con el lugar donde
se encontraba la galería era prácticamente imposible ya que
contaban con decenas de propiedades.
Pero
después de toda la noche observando las fotografías me di cuenta de
que la familia poseía una cripta en el pueblo de Vinci. Aquel plano
me tuvo toda la noche en vela pensando que posiblemente la leyenda
que me contó mi suegro era verdadera. Al día siguiente Elena y yo
fuimos a Vinci. Al llegar me reuní con mi suegro que se encontraba
en la bodega supervisando las obras de ampliación y le informé
sobre el plano que había encontrado. Él, sorprendido, me dijo que
esto confirmaba que la leyenda no era falsa y que dicha galería
existía. Mi suegro me enseñó las obras de ampliación de la bodega
con nosotros se encontraba un albañil que estaba picando para poder
ampliar una de las salas. De repente me di cuenta que la piedra que
salía al picar era diferente más antigua.
-Puede
picar un poco más abajo-dije al albañil y éste me hizo caso y
descubrimos que se formaba una especie de arco. Después le dije que
continuara picando evitando picar la piedra más antigua. Cuando ya
habíamos picado lo suficiente el sonido al golpear no era el mismo.
-Está
hueco, aquí detrás se esconde algo, sigue picando-dije en voz alta
mientras mi cabeza se volvía loca intentando imaginar lo que podía
haber detrás. El albañil continuó picando y la pared se rompió y
exhaló del interior un polvo muy denso generado por el centenar de
años que aquello había estado sellado.
–Puedes
irte Michael ya ha acabado tu trabajo, gracias-dijo mi suegro, que
vio más oportuno que el albañil no se enterara de lo que podía
esconder aquello.
-Vamos
hijo-dijo mi suegro y empezamos a picar los dos hasta conseguir
derrocar aquel muro. Al fin lo derrocamos por completo, no conseguía
ver nada en el interior así que cogí una linterna y me adentré. Al
principio lo único que lograba ver era polvo pero después vi
aquella maravillosa mesa cuya réplica estaba en el palacio de Pitti.
Invité a mi suegro a pasar y los dos empezamos a observar la
espectacular colección y al mismo tiempo íbamos sacándolas al
exterior. De repente escuché un fuerte estruendo y empezó todo a
temblar, mi suegro estaba más lejos de la salida que yo y estaba
intentando coger la mesa. Cogí todas las obras y las saqué .Mi
suegro continuaba intentando sacar la pesada mesa.-Venga, ¡salga de
ahí!-grité. Mientras él intentaba sacarla. Decidí entrar y
ayudarle.-No, ¡Mássimo no entres!-gritó mi suegro .Pero entré y
le ayudé a sacar la mesa pero empezaron a caer piedras, no teníamos
tiempo teníamos que salir cuanto antes. Empujé a mi suegro al
exterior pero a mí me cayó una piedra enorme en el pie, estaba
atrapado. Me había roto el pie, tenía toda la pierna sangrando y no
dejaban de caer piedras. Del exterior podía escuchar los gritos de
Elena y de mis suegros. No lograba quitar la piedra de encima de mi
pie y las piedras no cesaban de caer, además el polvo me estaba
asfixiando. Tenía que salir de aquello, pensé, y decidí moverme y
de algún modo lo hice .Arrastrándome me movía hacía la luz y los
gritos. Después lo último que recuerdo fue que alguien estiró mis
brazos y me sacó al exterior. Al cabo de un día inconsciente me
desperté en el hospital, con la pierna en alto la cabeza vendada y
me dolían partes de mi cuerpo que no sabía ni que existían. Estaba
Elena, mis padres y mis suegros. Cuando desperté todos se alegraron
y lo primero que hice fue preguntar por la colección. Mi suegro me
dijo que estaba a salvo y que fuera pensado un lugar donde poder
exponerla. No podía creerlo, una leyenda que creía imposible era
verdadera y además aquella colección tenía un valor incalculable.
Cuando salí del hospital informé a las autoridades del hallazgo y
salió en toda la prensa. Muchos museos me ofrecieron exponer la
colección en ellos .Pero con el consenso de mi familia decidimos
comprar el antiguo monasterio y cárcel Le Murate, y allí instalamos
la enorme colección. Yo me convertí en el dueño del museo al que
le pusimos el nombre de Alejandro de Médicis. En honor a la persona
que permitió que está colección se conservara y fuera encontrada.
Andrea Catalá
1r Batx
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