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Amanecía
ya tarde en aquella ciudad, donde todo era contrastes, y lo que
parecía real, era lo más fantástico y extraordinario que había
existido y que existía. No era un lugar corriente, aunque allí la
rutina podía ser dueña de la locura y lo maravilloso; la hacía su
presa, la iba atrapando con cada ápice que recorría, le ganaba
terreno con cada sinsentido que sucedía continuamente.
Era
un lugar aislado, en el que las personas no conocían la cordura,
porque nunca la habían tenido. El escenario de las apariencias, de
la falsedad. Un desfile de máscaras y sombras. El contexto en el que
me crié, el que me moldeó y posiblemente el que más influyó en la
construcción de esta alma mía tan demacrada. Aquellas calles
fueron testigos de mi crecimiento, de mi educación, de mis penas y
alegrías. Albergan pues, esta historia.
Mi
vida era mediocre, pero era feliz, pues no veía: me negaba a ver mi
transformación. Día tras día, estaba más cerca de convertirme en
el monstruo que soy ahora, aproximándome a esa caída brutal, a la
pérdida de la humanidad, ya que no hay peor crimen que el de
arrebatar una vida, más siendo esta de la persona que amas. Así
que, siento ahora que carezco de todo derecho, incluso del derecho a
la vida, porque yo le quite a ella la oportunidad de vivir, por ende,
merezco el peor de los finales, el mayor de los sufrimientos.
Sabiendo
esto, me dispongo a contar lo sucedido, ya que intento aprovechar de
alguna forma esta situación, sacarle, el aparentemente inexistente,
lado bueno. Tal vez, así pueda contrarrestar algo el daño
producido, aislar este sentimiento de culpa que me aplasta, como una
enorme losa que corrompe toda mi alma que la obstruye, haciéndola
totalmente miserable, y con suerte que algún lector pueda apiadarse
de mí y darme ese perdón que ni yo ni nadie ha sabido otorgarme,
aunque no le corresponda perdonarme y aunque no lo merezca. Narrare
entonces como he llegado a ser, lo que más odio, lo que más temo y
en lo que más me escondo.
Hace
hoy 5 años ya de aquel fatídico día, en el que perdí todo lo que
tenía. Han llegado a preguntarme si lo supe, en ese momento, si
sabía que ese día mi vida cambiaría para siempre, si tuve una
corazonada a la que ignoré. Suelo contestar que el destino, no envía
una señal de lo que se propone a hacer con nosotros, simplemente
está escrito, es imposible huir de eso, porque cuando quieres
hacerlo, el sino cae sobre ti y no puedes escapar. Desde niño había
creído en aquello, en que nuestra existencia ya está planeada,
escrita. Estamos predestinados a vivir ciertas cosas, inamovibles,
inalterables. Pues si pudiéramos alterar nuestro futuro, no se
cometerían errores y no aprenderíamos ni avanzaríamos.
Aquel
día, recibí una llamada, era ella, quería hablar conmigo, que nos
viéramos. Yo como siempre, tan desconfiado, temí lo peor y acerté.
Me dijo que quería romper, que no soportaba más nuestra relación,
relación tóxica la llamó, ¡cuánta razón tenía! No lo vi
entonces, aun estando ahora tan claro, sé que si no la hubiera
matado ese día, hubiera muerto igualmente, porque a fuego lento, iba
quemando su vida, sin que ella se diera cuenta, con cada insulto, con
cada golpe, y lo peor, con cada “te quiero”, con los que la ataba
más a mí, reteniéndola, camino al desastre.
Mi
primera reacción al oír que me dejaba, fue la negación rotunda.
Empecé a gritarle, a zarandearla, a ponerme cada vez más furioso
con cada muesca de valentía que ella arañaba, ahora lo pienso, y me
siento orgulloso de que luchara contra mí, realmente tuvo coraje. No
obstante, no tuvo más fuerza que yo, lo que aproveche para cogerla
del cuello y obligarla a que posara sus ojos en los míos, mientras
le gritaba aquellas suplicas, hasta que vi miedo en ella, lo cual fue
determinante, el empujón que me llevó a pasar el último limite que
quedaba, y es que me enojaba fuertemente que me mirara con miedo,
porque eso me frenaba, y cuanto más me frenara algo, más me crecía.
La maté. La estrangulé con todas mis fuerzas y sentí como un manto
de júbilo envenenado, tan placentero, cubría todo mi cráneo. Sin
embargo, conforme disminuía su aliento, mi odio y mi culpa hacia mí,
aumentaban imparablemente. La dejé en el suelo, y apresurada y
torpemente salí de su apartamento, cerré la puerta tras mi espalda,
me senté en el suelo. Pasaron las horas, y era incapaz de moverme,
incapaz de pensar, ni tan siquiera de rezar porque todo aquello
hubiera sido un sueño, que en cualquier momento la puerta se abriría
y las últimas 6 horas habrían sido una oscura pesadilla.
Lamentablemente
no fue así, destruí aquello que más quería y amaba. Este hecho me
abrió los ojos y conocí al monstruo que soy ahora, un asesino
despiadado, que no tuvo reparo en acabar con la vida de su pareja con
sus propias manos. La culpabilidad aún me exprime algunas lágrimas,
mientras escribo estas líneas. No pretendo dar pena ni ser la
víctima de esta desdicha, pero pido una pizca de comprensión, ya
que aunque no a mi cruel nivel, todos cometemos errores y quizás con
ese voto de confianza, consigo descansar en paz, ahora que mi juicio
se acerca y es inminente.
Tras
darme cuenta que estar allí sentado, custodiando su casa, no iba a
hacer que el tiempo se detuviera y ni mucho menos que retrocediera,
luego decidí levantarme y llamé a la policía. Vinieron demasiado
rápido, sin que me diera tiempo a pensar en cómo decir aquello, a
prepararme para ver aquellas miradas de asco y odio, de satisfacción
por el trabajo bien hecho. Al principio, fui incapaz de articular una
sola palabra, pero poco a poco, confesé que había sido yo, les
conté como ella me había pedido acabar con la relación, y como yo
me había negado. Muy poco a poco, sus miradas objetivas,
profesionales y frías, fueron llenándose de odio subjetivo. Poco a
poco me quité la máscara, y vieron que yo en realidad era el vil y
despiadado asesino que había matado a su novia, nada más lejos de
un ser al que se le tiene un mínimo de respeto y compasión. Me
tumbaron en el suelo, hablaban pero solo les veía mover los labios,
sin oír ni un sonido, desdibujándose progresivamente la imagen,
hasta que perdí el conocimiento. Después del juicio, de pasar a
ser, uno de esos enemigos públicos, que salen en los telediarios,
con el titular de “violencia de género”, bajo sus fotos, de
transformarme en la escoria de la sociedad, ingresé en prisión,
donde a día de hoy, aún permanezco, y donde estoy redactando esta
gris historia.
Jamás
he dejado de creer, que toda experiencia, por muy negativa que sea,
nos aporta algo bueno, nos ayuda a mejorar como personas, a aprender
de nuestros errores. Lástima que todo tenga solución menos la
muerte y no pueda pedir otra oportunidad para enmendar el daño
irreparable que he causado a sus seres queridos, e incluso a la
sociedad, que cada vez ve con las normalidad esta serie de hechos, y
que cada vez tiene menos tolerancia con el agresor, al que
prácticamente, no se le desea otra cosa que no sea la muerte o el
mismo dolor que ha causado. Comprendo que no somos víctimas, pero no
hemos dejado de ser personas, que han cometido errores más graves
que los del resto. Todos sabemos que el ser humano es el animal que
más se equivoca, pero también es al que más le cuesta perdonar y
olvidar, actuaciones muy recomendables si nuestro objetivo sigue
siendo la paz mundial. Como ya he dicho antes, solo pido un poco de
comprensión, que la sociedad se apiade de mi, que me compadezca y
que por utópico que parezca, que me perdone.
A
día de hoy, sigo sin saber quién es mi “yo” real, el agresor, o
el arrepentido. Posiblemente no lo sepa jamás. No obstante, sigo sin
hallar el origen de mi actitud como maltratador, el porqué a esa
agresividad, a esa tortura psicológica a la que sometía no
solamente a mi pareja, sino también a todo el que conocía. Ni mi
niñez, ni mi adolescencia, ambas tan corrientes, pueden justificar
el hecho de que hiciera eso que hice. Siento miedo de mi mismo,
porque he visto de lo que soy capaz, sé que mucha gente me tiene
miedo, y si saliera de la cárcel algún día, no tendría ayuda de
la sociedad a la hora de reintegrarme, sería dificilísimo encontrar
un trabajo. A pesar de que llaman al sistema penitenciario, sistema
de reinserción de personas, algo que suena a renovación, a
educación, y no a ser esclavo de la sombra de la culpabilidad
eternamente.
Ahora
que le he contado al mundo mi punto de vista, diferente, que he
narrado mi historia, espero que esto sirva para que de ahora en
adelante, la compasión retorne de sus vacaciones y se incorpore de
nuevo en la sociedad. Yo por lo menos, la añoro muchísimo.
Pongo
fin a todo, ayer conseguí un cordón de un pantalón de chándal, de
uno de mis compañeros, y tengo pensado acabar con mi penosa y
patética existencia, ahogándome con él. Lo ataré a la litera
superior de mi celda, a la cama de mi compañero, me pondré de pie
sobre la cama de abajo, es decir mi cama, saltaré y me ahorcaré. La
muerte más adecuada, teniendo en cuenta que así acabe yo con su
vida, y así es como me voy a quitar la mía propia, que ni merezco
ni quiero, como he dicho al empezar este relato.
Supongo
que renuncio a muchas cosas, como la oportunidad de poder salir al
exterior algún día y que tras mi suicidio, me llamaran cobarde,
pero ya no me importa, me tiene sin cuidado. Por fin voy a ser libre,
dejaré atrás la losa, descansaré en paz y, aunque no he creído
nunca mucho en fantasmas, albergo la esperanza de que pueda
reencontrarme con ella, para disculparme, para decirle que sigo
amándola.
Concluyo
diciendo, que el sabio es el que ve lo que hace mal, lo rectifica y
vuelve a intentarlo, sin embargo, el necio jamás aprenderá, ya que
es incapaz de admitir sus errores.
Marina Barrero Osuna
1ºBAT B IES COTES
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