dilluns, 9 de juny del 2014

El humo negro de Sebastopol

El humo negro se levantaba hacia el cielo convirtiéndose en una columna oscura que supongo se podría ver desde kilómetros, reinaba ahora un extraño sonido, un sonido que no había oído desde hacía, a mi parecer una eternidad: el silencio.
Hacía meses que habíamos iniciado el sitio a esta ciudad que contra todo pronóstico había resistido bastante más de lo que se esperaba. Sebastopol había sido un hueso duro de roer y si la información proporcionada por los zapadores era correcta los feroces sitiados habían construido 33km de zanjas para tanques, 56km de alambrado de púas y habrían colocado entre 7000 y 9000 minas terrestres en los meses anteriores al ataque. Si bien la ciudad portuaria contaba con cien mil defensores, la mayoría reclutas jóvenes sin apenas experiencia pertenecientes a la Flota del Mar Negro y al Ejercito de la Marina, lo que le pareció al alto mando una oportunidad perfecta para conquistar una ciudad estratégica para el control del Mar Negro. Pero el alto mando no conto con dos factores, primero, que nuestra inteligencia en sus informes resaltaba que los defensores disponían de gran cantidad de suministros y recursos y segundo, en menor grado pero para mi impresión importantísima era que la mayoría de los defensores eran naturales de Sebastopol y que aun estaban la mayoría de los civiles en ella, lo que quiere decir que los defensores no solo luchaban por su ciudad y su patria sino también por proteger a sus familias y amigos lo que los volvería combatientes feroces y arrojados. En mi opinión habíamos subestimado al enemigo y confiado demasiado en nuestra superioridad numérica, también la estrategia no había sido la mejor porque…

-Capitán von Heinz- se dirigía a mí un soldado joven que no tendría mucho más veinticinco años que parecía haber salido de la nada -hay reunión de oficiales y generales en la tienda del mariscal de campo von Manstein, es urgente- me informó y tan rápido como apareció desapareció entre el movimiento de campamento.
Rápidamente me dirigí a la tienda de von Manstein, donde llegue en apenas unos minutos.
Cuando entré en la gigantesca tienda ya se encontraban la mayoría de oficiales y generales del XI Ejército, estaban todos alrededor de una mesa sobre el que había un gran mapa muy detallado de toda la parte occidental de la Unión Soviética. Me coloqué al lado de mi querido amigo Hans Lieberg, al que habían ascendido a capitán hacia apenas dos días, cuando me coloque discretamente a su lado me lazo una mirada cálida y cómplice y una leve sonrisa, Hans y yo habíamos crecido juntos en nuestra ciudad natal, Hannover, además estaba prometido con su hermana. El era y es una persona muy nerviosa y por así decirlo traviesa, también era muy temerario en combate por ejemplo en Francia un cañón de 75 mm casi le arranca la cabeza, mientras les hacia un corte de mangas a los artilleros franceses, también era un mujeriego lo que le ha costado alguna que otra bofetada, incluso algún puñetazo, pero realmente es en quien se puede confiar y se preocupaba mucho por quienes quiere.
-Caballeros- dijo von Manstein en su habitual tono de voz grave y seria -La situación es delicada, mas adelante como todos ustedes sabrán el general von Paulus y el VI Ejercito Panzer se encuentran cercados por tropas soviéticas en Stalingrado y sin apenas combustible y municiones, bien, el alto mando ha creado el Grupo de Ejércitos Don para la liberación de von Paulus y dicho ejercito, pero lamentablemente el XI Ejército no se encuentra incluido en el y mi se me a asignado el mando de dicho grupo de ejercitos, por lo que también he decidido reasignar algunos de los brillantes oficiales de este ejercito bajo mí mando en el recién formado Grupo de Ejércitos Don ahora me dispongo a decir los nombres de los seleccionados: coronel Fritz von Rumpler, teniente coronel Albrecht Goldschmidt, comandante Conrad von Schell, capitán Hans Lieberg y capitán Gunther von Heinz-
Al oír mi nombre fue como si se me para el corazón, íbamos a ir a Staligrado, si el infierno existe en la tierra, Stalingrado es donde se ubica, como de costumbre a Hans se le iluminaron los ojos, el disfrutaba con los frentes más peligrosos, le proporcionaban ese sensación de adrenalina que se encontraban en las acciones más peligrosas en los lugares más peligros.
-Bien, señores, los que han sido nombrados partirán conmigo a finales de agosto al Don donde nos reuniremos con los ejércitos, hemos previsto que a finales de noviembre partiremos a Stalingrado a liberar las fuerzas que se encuentran atrapadas en dicha ciudad, al resto les deseo mucha suerte y espero que cumplan con su deber, pueden retirarse- con estas últimas palabras del mariscal nos marchamos fuera de la tienda de von Manstein, había quedado claro que nuestros permisos se habían pospuestos quien sabe para cuanto tiempo.
-Gunther, Gunther, Gunther- repetía una voz que me resultaba tan familiar como el sonido del viento -Cuando te ha nombrado parecía que habías visto un fantasma- dijo entre pequeñas risas.
-Hans, a ti no hay nada que te de miedo ¿verdad?- le contesté más serio.
-Claro que sí, por ejemplo, una mujer fea, eso es algo aterrador- esta vez su risa se escuchó tan fuerte que habrá llegado hasta Berlín.
-Por su puesto, tratándose de ti que iba a ser si no- esta vez yo también me contagie de su enérgica y estruendosa risa.
-Bueno, por lo que sabemos vamos a estar ociosos una temporada. Que te parece si nos vamos al pueblo que hay al este de aquí, hay unas jóvenes que están bastante bien y seguro que con ellas y unos tragos de cerveza, vodka o lo que beban estos comunistas, nos la pasaremos, mejor que escuchando los discursitos del capullo de Frank- en sí la idea sonaba bien, mejor que escuchar a Frank, Frank era nuestro compañero de tienda, era miembro del NSDP y aspiraba a entrar en las Waffen-SS y se pasaba horas dando discursos políticos a quien pillara por banda, era el mejor remedio para el insomnio.
Siguiendo la idea de Hans cogimos un Benz y pusimos en marcha dirección al pueblo de Krieschnov que se encontraba a veinte minutos en coche de Sebastopol, se había convertido por así decirlo en la zona de “recreo” del XI Ejército, el pueblo estaba lleno de alcohol y mujeres, y estaba lleno de mujeres porque o bien los hombres habían huido antes del enfrentamiento o se les había obligado a defender Sebastopol por parte de los defensores por lo cual se encontraban o muertos o entre los prisioneros. Cuando llegamos sería mediodía y nada más bajar ya había algún que otro soldado borracho abrazado a cualquier mujer y aún grupo de mujeres en su mayoría jóvenes riendo y saludándonos, yo siempre me pregunté por que las mujeres se quedaron en el pueblo pero al parecer yo era el único que le daba importancia a dicho interrogante.
-Gunther, fíjate qué cantidad mujeres me voy a poner morado- lo decía mientras ponía los ojos como los de un león que selecciona las presas para luego atacar la mejor, a mí en particular me llamó la atención una chica joven tendría unos veinticinco años, tenía una melena pelirroja y salvaje, sus ojos eran de un azul como el hielo, su piel era blanca como la nieve y lucía algunas pecas en la cara además tenía una figura con unas curvas dignas de la mismísima Afrodita, yo no paraba de mirarla asombrado y ella se dio cuenta y también me miro me dirigió una sonrisa y un guiño y continuó hablando con el grupo de mujeres con las que se encontraba.
-Que, ¿te has fijado en la pelirroja?, buena pieza, venga al ataque- me dijo con falsa seriedad que detrás escondía una risa pícara.
-Hans, te das cuenta de que estoy prometido con tu hermana, y además no quiero que las llames “piezas” son personas, no ciervos- le contesté con algo de enfado.
-Como quieras pero llevamos casi nueve meses en el frente, está bien echar una canita al aire de vez en cuando, además, quien se lo va a decir, yo no- Hans como de costumbre en estos temas me lo dijo como si fuera un filosofo.
-Me mantengo en mi posición- dije intentando finiquitar el tema de conversación.
- Vale- acatando mi decisión con algo de resignación -Pero un par de tragos sí que te harás conmigo ¿no?- poniéndome cara de cordero degollado.
-De acuerdo- respondí con resignación.
-Estupendo pues vamos a pillarnos una buena- su tono alegre me levantó el ánimo.
Entramos directamente a lo que parecía una taberna donde había un buen ambiente de fiesta, fuimos directamente a la barra, donde nos sirvieron un trago de vodka, al tercer trago ya estábamos hablando con otros dos oficiales. Al sexto se nos acercó un grupo de cinco mujeres casualmente era el grupo anterior de mujeres en el cual se encontraba la pelirroja mientras a mis tres compañeros de barra se les dibujó una sonrisa de oreja a oreja, yo me quedé sorprendido de verla a ella, Hans se dio cuenta y me dio un codazo lo que hizo que volvería en mi y dejara de poner cara de tarugo, ella se rio y yo me sonrojé, entonces Hans pidio una ronda para los nueve brindamos y empezamos a beber y reír, ellas apenas sabían alemán por no decir nada, pero por suerte nosotros sabíamos ruso, yo había aprendido en una academia militar cuando estuve destinado en Renania y Hans y los otros dos oficiales lo habían aprendido por los prisioneros de guerra soviéticos capturados durante la Operación Barbarroja o bien los desertores que nos íbamos encontrando en nuestro avance por territorio soviético. A medida que pasaban las horas fuimos yéndonos, cada uno con acompañante. Los primeros en irse fueron los dos oficiales que habíamos conocido cada uno se fue con una muchacha y no los volvimos a ver durante lo que quedaba de día, poco después Hans como era de esperar me sorprendió llevándose a dos chicas y a él tampoco lo volví a ver durante lo que quedaba de día, yo me quede con la chica pelirroja, que se llamaba Ekaterina, a los pocos minutos me cogió de la mano y me sacó de la taberna al salir me beso, yo me quede paralizado sin saber qué hacer, ella lo notó, y se separo se me que mirándome y dibujó una sonrisa, yo seguía aun sorprendido, ella me dijo algo a lo que yo no presté mucha atención, ella me seguía cogiendo de la mano y me llevó a su casa, al entrar presentaba un aspecto humilde, se destacaba que era vieja, era prácticamente de madera excepto la chimenea que era de piedra y tenía unas pequeña hoguera, la casa presentaba un aspecto humilde aunque acogedor, me llevó a una cama grande aunque igual de humilde que el resto de la casa me tumbó me quitó la chaqueta y ella se empezó a quitar ropa y como se suele decir el resto es historia.
Me desperté con los primeros rayos del sol que entraban por una ventana, me dolía la cabeza, hacia mucho que no bebía, entonces me di cuenta de donde estaba y sobre todo con quién estaba. Me giré y ahí estaba ella dormida con algunos sus cabellos rojos como las ascuas por la cara, tenía una sensación extraña una mezcla entre culpa y satisfacción, no sé cuanto tiempo estuve navegando entre mis pensamientos, ella acabó despertándose y me dirigió una sonrisa junto con una mirada llena de vida, entonces rápida como una felina se levanto se puso un ligero y corto camisón y preparo el desayuno. Me preparó un par de huevos y verduras empezamos a conversar y al conocerla descubrí que su madre había muerto un año antes de la Operación Barbarroja y que su hermano y su padre se los habían llevado los soviéticos forzosamente a defender Sebastopol y que no sabía que cual había sido su destino. Sobre mi le conté de donde era y la campañas en que había participado también le hable de Hans. Pero entonces ella formula la temible aunque inevitable pregunta.
-¿Estas casado?- lo dijo no con un tono serio sino despreocupado sospechando la respuesta y a pesar de que yo solo tenía veintisiete años era bastante normal que yo ya estuviera casado y con algún hijo en camino
-No- mi respuesta había sido simple pero firme.
-Vaya, estoy sorprendida, de normal los soldados que vienen por aquí están casados- dijo en un tono divertido y alegre.
Hubo un rato de silencio hasta que acabamos de desayunar, entonces la conversación revivió nos pusimos a hablar de cosas más mundanas que el matrimonio, mientras hablábamos yo observaba la casa detenidamente y repare en una cómoda en la cual había unas cuantas fotos me acerque a verlas, destacaba una de ellas en la cual aparecía el rostro de Ekaterina se había hecho recientemente, ella se dio cuenta se acerco y por detrás me cogió amorosamente por la cintura y me susurró delicadamente al oído.
-Te gusta ¿verdad?- me la hice hace apenas un mes un amble fotógrafo alemán hizo fotos a todo el pueblo.-Te la regalo-dijo amorosamente.
-¿En serio?- respondí con sorpresa.
-Claro- me susurro, ella la cogió la sacó del marco y la guardó en uno de los bolsillos de mi pantalon.
-Me tengo que ir- dije con un tono de desánimo
- Lo sé- respondió comprensiva
Me dirigí a la puerta ella me cogió de la mano y acompaño, al salir me cogió del cuello y me dio un beso, justamente pasaba Hans subiéndose la bragueta y abrochándose la chaqueta mientras levantaba una mano despidiéndose de las dos chicas semidesnudas en la entrada de la casa donde los tres habían trasnochado que a apenas 20 metros de donde estaba la casa de Ekaterina. Al verme se le dibujo una sonrisa pícara y algo recriminadora.
-Vaya, Vaya el recto capitán Gunther von Heinz, se lo ha pasado bien por una vez, gracias a mí- sentenció entre sus típicas risitas.
-¿Y por qúe es gracias a ti, si se puede preguntar?- respondí siguiéndole la broma.
-¿De quien fué la idea de venir?- dijo con sarcasmo –De mí, para que tú pudieras sacarle brillo a tu “fusil”- bromeó.
-Hans que soez eres, pero sigo siendo fiel a mis principios e ideales- sentencie.
-Vaya el estirado capitán von Heinz ha vuelto, ya decía yo que esto era demasiado bueno para ser cierto- siguio bromeando.
Ekaterina se reía, supongo que se imaginaba la conversación que estábamos teniendo me dio otro beso y volvió dentro de su casa. Yo me que observando la su puerta nostálgico, Hans me dio una palmada en el hombro.
-Venga capitán estirado hay que volver al cuartel son las once y seguro que se echa de menos nuestra presencia, aparte por lo que estoy viendo parece que aquí están la mitad de oficiales del XI Ejército, parece una reunión del estado mayor- bromeaba Hans –Por cierto conduce tú que con la resaca que llevo seguro que atropello algo por el camino- me dijo antes de vomitarse en los zapatos.
Nos subimos al Benz y pusimos dirección a Sebastopol esta vez tardamos mas en llegar porque Hans no paraba de vomitar. Al llegar no fuimos directos a dormir, no quisimos ni probar el rancho.
En las semanas anteriuores a nuestra partida al Don, Hans y yo solíamos ir a Krieschnov, Hans pasaba el tiempo como a él más le gustaba y yo lo pasaba con Ekaterina, incluso yo también le regalé una foto mía, me atrevo a aventurar que fueron las semanas más felices de mi vida.Incluso enmarque la foto de Ekaterina en mi reloj de bolsillo.
Pero el tiempo pasa para bien o para mal y al final llegó la partida. Un par de horas antes me dirigí a Krieschnov para despedirme de Ekaterina, Hans me acompaño pero no se bajó del Benz porque la fidelidad no es su punto fuerte y digamos que engañó a unas cuantas y las mujeres soviéticas son de armas tomar así que prefería no hacer saber que estaba por el pueblo para evitarse lesiones innecesareas, llamé a su puerta, ella salió con los ojos lloroso, en estas semanas habían aprendido que ella era una mujer muy inteligente y lógica, con lo cual suponía para qué había venido.
-Te deseo la mejor de las suertes y no te olvidaré- dijo amargamente.
Yo estaba sorprendido porque aún no había dicho ni una palabra.
-Gracias yo tampoco a ti te guardáre siempre en mi memoria y en mi corazón, para mí esto ha sído único- mis palabras me sabían a azufre mientras salían de mis labios.
Por primera vez yo tome la iniciativa la abracé y la besé, fue muy húmedo y dulce a la vez que amargo y triste.
-Gunther, nos tenemos que ir salimos en una hora hacia Don- fue una de las pocas veces que Hans hablo con completa seriedad.
Separamos nuestro labios y cabizbajo subí al Benz.
-¡Gunther!- grito Ekaterina –Eres fuerte, seguro que vuelves sano y salvo a casa- dijo con ternura mientras me daba otro beso pero este era más intenso más alegre y lleno de esperanza, más dulce.
Después de lo que a mi parecer fue un momento que sería imposible de medirlo con algo tan mundano con el tiempo se separaron nuestros labios y nos miramos, ella sonrió y yo también entonces, le dije Hans que arrancara. No deje de despedirme hasta levantando y agitando la mano hasta que su bella figura se perdió en el horizonte. Entonces una tormenta de sentimientos despertó en mi he hice algo que yo no recordaba que hubiera hecho en mucho tiempo: llorar.
Al rato se me pasó al pensar en su tierna sonrisa, llegamos en ese momento al campamento donde en una pista de aterrizaje improvisada donde Hans y yo subimos al avión que nos esperaba para llevarnos al Don donde me esperaba el trayecto hacia ese reto que era Stalingrado, pero durante el vuelo volví ha recordar su sonrisa esa dulce sonrisa que había despertado mi sentimientos que creía olvidados y perdidos en algún lugar de mí mente.
Esa sonrisa hizo despertar mi parte humana que la guerra había anestesiado por completo y juré, que no volvería a perder esa parte de mi gracias a y por Ekaterina.