dilluns, 9 de juny del 2014

Mentes rotas

Prólogo:

Nos conocimos en aquel bar, aquella noche de verano, a medianoche ¿Te acuerdas? ¿Quién iba a decir que yo escribiría sobre nosotros? ¿Quién diría que nuestras vidas se convertirían en un Best Seller?

Éramos muy buenos amigos, tomábamos aquellas malas decisiones juntos ¿Quién iba a imaginar que todo aquello acabaría con la vida de uno de nosotros?

Esas noches de verano, a mitades de Julio, en las que perdíamos la cabeza, en las que éramos eternamente jóvenes. Esos días en los que amanecíamos en playa, sin recordar nada... todo se ha perdido en el tiempo, pero yo lo he recuperado.

No pretendas descubrir todo lo que pasó, todo sobre nosotros, porque no te lo voy a explicar. No todas las historias tienen el final que se merecen, o que se espera que tengan, pero al fin y al cabo son eso ¿No? Historias. Pues esta es la historia de cómo nos rompimos: Seis capítulos diferentes, con cinco tramas distintas que nunca tuvieron ni tendrán un final, simplemente porque siempre estarán presentes en nuestras mentes rotas.


Capítulo 1: Adara.

Al principio todo era perfecto. Besos robados bajo las sábanas. Abrazos por la espalda que acababan convertidos en pura poesía. Cigarros compartidos que acabaron haciendo de su relación un cáncer.

Llevaban un año y dos meses en una relación insana que, en secreto, había dejado varias marcas en el rostro de Adara. Sean, el príncipe azul, había cambiado radicalmente el día que celebraron su sexto mes juntos. Aquel día, él no apareció a la hora acordada, ni a ninguna, la dejó tirada.

Sean había pedido a Adara que quedara con él, ya que tenía que decirle algo que llevaba mucho tiempo pensando. La chica sabía a qué se refería, así que decidió salir de casa sin maquillarse los ojos, y de camino al bar derramó varias lágrimas. Estaba tan enamorada de él, y él era tan...tan. En realidad no sabía cómo era, y por eso le gustaba. Era único.

Adara llevaba tres cervezas y una hora esperando a su futuro ex novio. Cada vez que imaginaba su vida sin él, una lágrima le resbalaba por la mejilla. Después de todas las palizas verbales, toda la indiferencia... y ella aún lo amaba, y eso la hacía débil.

La puerta del bar se abrió. Adara cerró los ojos y respiró profundamente. Allí estaba, el aroma dulce y sutil del perfume de Sean. Era realmente hermoso, había ascendido del infierno más impuro para cautivar y engañar a Adara. Los profundos ojos del chico, azules como la noche temerosa de tornarse completamente negra, la poseían y la obligaban a mirarle fijamente. Su célebre sonrisa torcida ahora era un línea recta, claramente no se alegraba de verla. Su pelo, del negro más profundo y perfectamente despeinado, le otorgaba un atractivo irresistible, que a ella, personalmente le trasladaba al lugar más cálido y confortable del universo. Sus bíceps perfectamente definidos por la genética eran la parte de su anatomía que más le gustaba. Era perfecto.

Sean se sentó junto a ella con una mueca de asco. Adara esperaba que la besara, o como mínimo que la saludara, pero no sucedió nada de eso. Fue directo, mortal.

- Adara, - otra tímida lágrima cayó de los ojos de la chica - te dejo. Lo dejo. No vale la pena que siga fingiendo - ella no se movió, estaba rota por dentro, se rompía - No te voy a mentir. No ha sido bonito, pero lo recordaré. Adiós.

Él se levantó y se fue. Ella se quedó cinco cervezas, tres chupitos de vodka y dos horas sentada en esa misma silla que ahora le daba vueltas. Entonces, con las mejillas cortadas por el llanto y dando tumbos, salió del bar. No supo si fue por instinto, o porque le necesitaba, pero se dirigió a casa de Sean.

Estaba frente a la puerta, borracha. Las cervezas y el vodka le gritaban que llamase al timbre, y su conciencia intentaba hacerle entrar en razón, pero ella era débil. Tocó al timbre, y él le abrió la puerta en ropa interior.


Capítulo 2: Sean.

- ¿Qué haces en ropa interior? ¿Con quién estás?

Sean no tuvo tiempo de reaccionar. Adara lo empujó y corrió hacía su habitación, pero alguien le cerró la puerta en las narices.

- ¡¿Es Lya verdad?! ¡¿Te has estado acostando con ella todo este tiempo?! ¡Eras mi novio! - Si Adara hubiese tenido un revólver,  probablemente le hubiera disparado en la cabeza a él y a quien fuera que estuviera bloqueando la puerta.

- ¡Adara para! ¡FUERA DE MI CASA! - Sean estaba realmente enfadado. Si la joven abría esa puerta no sería capaz de volver a mirarla a la cara.

Dentro de la habitación estaba su secreto mejor guardado, la razón por la que había cortado de raíz su relación.
- Dime, ¿A cuántas chicas te has tirado estando conmigo? ¿Cuántos falsos besos me has dado? - Ella se volvió a derrumbar y cayó de rodillas al suelo, destrozada.

Sean se acercó a ella y le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Ella aceptó la ayuda, y en silencio se puso en pie, respiró hondo y se encaminó hacia la puerta, cerrándola con fuerza tras de sí. Entonces él se relajó. Había faltado muy poco. Abrió la puerta de su habitación y allí estaba él, no era muy guapo, pero a él le parecía perfecto. Era tierno, cariñoso y dulce, todo lo contrario a él.

El chico se llamaba Oliver , la persona de la que se había enamorado “accidentalmente” aquel día en aquella fiesta. La persona que le hizo descubrir que era lo que le gustaba y le gusta. Se acercó a él y le besó en los labios.

- Ha faltado poco - Oliver intentó sonreír, pero no pudo, estaba enfadado - Joder ¿Qué pasa ahora?

- Si he bloqueado la puerta ha sido por ti, para no avergonzarte - gruñó el joven - Me cabrea tener que esconderme para besarte. Me cabrea no poder decir que estoy con el chico más guapo del universo, que es mío y que me hace el amor a mí y a nadie más.

- ¿Has acabado?

Sean se puso encima de Oliver, y comenzó a besarle el cuello. Se quitó la ropa interior, y siguió besándolo, descendiendo poco a poco. Sus respiraciones sonaban agitadas, entrecortadas. Se encontraban en el cielo de los pecadores, en el mismísimo infierno. De repente el sonido de un teléfono móvil rompió el momento, Oliver se apartó y cogió rápidamente el aparato.

- Es Irina - dijo, mientras se levantaba y empezaba a vestirse con urgencia - Me necesita. Dice que es importante… Perdóname.

- Tranquilo, no importa, me quedaré aquí solo y caliente. - Contestó Sean sarcásticamente.
Oliver se agachó y le besó con fuerza, solo como lo harían dos personas realmente enamoradas. Después de aquello se fue, dejando a Sean en la habitación, el cual decidió acabar lo que habían empezado en solitario.

Capítulo 3: Oliver.

Caminaba bajo la luz de la Luna, con un cigarro entre los labios, que aún conservaban el sabor de Sean ¿Qué sería aquello tan  importante qué tenía que contarle Irina? Ella era su mejor amiga. Antes lo era Adara, pero después de que pasara aquello con Sean, no pudo volver a dirigirle la palabra, por lo que ella nunca supo la razón por la cual se distanciaron.

Irina lo esperaba bajo el sauce llorón del parque donde siempre solían quedar. Aquel lugar estaba distribuido en tres zonas: el parque infantil, el lago y el sauce. La última zona, el sauce, era su favorita. Era un árbol majestuoso, con miles de delgadas ramas verdes, que caían hasta el húmedo césped, de forma que no sabías dónde empezaba y acaba el árbol. Una vez que traspasabas las ramas entrabas en una cúpula preciosa, bañada en cientos de matices verdes azulados, que a la luz de la Luna, y acompañada de la agradable brisa nocturna, te envolvía en una espiral perfecta de naturaleza y recuerdos. Irina estaba tumbada entre las raíces del árbol que, juntas, formaban una cómoda hamaca natural. Oliver se acomodó junto a ella y dio una profunda calada a su cigarrillo.

- ¿Ahora fumas Marlboro? - Irina le quitó el cigarro de las manos y le dio una suave calada.- no está mal.

- ¿Y tú desde cuándo fumas? - Exclamó Oliver intentado recuperarlo.
Esa pregunta paralizó a Irina, que intentó fingir que no la había escuchado. Se quedaron en silencio. La brisa nocturna hacía danzar las delgadas lágrimas verdes del sauce llorón, creando una agradable atmósfera. Irina decidió continuar.

- ¿Qué tal con Sean?

- Adara y él lo han dejado - Irina no se sorprendió. Todos sabían que no estaban bien, aunque ella era la única que sabía el por qué - luego ella se ha presentado en casa de Sean. Iba borracha y casi nos pilla juntos. Y justo cuando íbamos a… ya sabes, has llamado tú. Por cierto ¿Para qué has llamado exactamente?

- Verás… es que hace un mes que no - el móvil de Oliver sonó, interrumpiendo a Irina.

Respondió al teléfono y su rostro se crispó en una dura mueca. Una lágrima resbaló por su mejilla, y la decepción se apoderó de su mente, que en ese momento se había hundido en la más profunda oscuridad.

- Es de comisaría. Mi madre ha vuelto a beber - Una lágrima siguió a otra, y así acabó derrumbándose y llorando en el hombro de Irina durante unos instantes - Tengo que ir a recogerla – dijo con un hilo de voz - ya acabaremos esta conversación en otro momento.

Oliver abandonó el cálido consuelo de Irina. Caminó por las calles oscuras de la ciudad dormida hasta la comisaría. Iba a ser una larga noche de insultos con olor a ginebra barata. Cuando entró al lugar en el que tenían retenida a su madre,  estaba fuertemente sujeta por dos policías y parecía estar en el momento álgido de su borrachera. Furiosa. Violenta.

- ¿Y mandáis al maricón de mi hijo?

Sí, definitivamente la mente de Oliver estaba hundida.

Capítulo 4: Irina.

Oliver se había marchado, abandonándola bajo aquel majestuoso sauce. En esos momentos odiaba a la madre del chico ¿Y ahora qué? Aún necesitaba contarle a alguien lo que le pasaba, a quién fuera. Buscó en la agenda de su teléfono móvil, y encontró a Lya. Llamó, pero nadie respondió.

Necesitaba despejarse. Así que dejando de lado el árbol, el parque y sus problemas, se fue en busca del local más abarrotado de la ciudad.

Una vez allí, el tiempo pareció ralentizarse; estaba confundida. La música hacía temblar las paredes de la sala, y casi parecía que le fueran a estallar los tímpanos, pero no le importaba, ella seguía dejándose llevar. Se encontraba en una enorme sala abarrotada de cuerpos sudorosos, mareada por las luces de colores que de vez en cuando iluminaban su rostro, y que dejaban ver la preocupación que en él se reflejaba. Las drogas circulaban por todo el local, colocando a los jóvenes inocentes y dándole a los más veteranos lo que buscaban. Ella se abría paso entre la multitud, buscando la salida, pero estaba desorientada, confusa y colocada.

- ¿Irina te encuentras bien? - Dijo una voz conocida, agarrándola inesperadamente del brazo – Te has metido ¿Verdad? Anda, ven. Voy a sacarte de aquí.

Irina se esforzó por enfocar y reconocer el cuerpo de la persona que la arrastraba entre la multitud, camino de la salida: era Lya, su gran amiga.

Una vez salieron del local, Lya comenzó a reprocharle lo imbécil que era por haberse drogado. Irina asentía, confundida e insensible por los efectos de las drogas. Su amiga seguía gritándole, y ella comenzaba a cansarse. Su cabeza iba a estallar, y entonces fue cuando Irina se lo dijo.

- Estoy embarazada.

Capítulo 5: Lya.

Lya no se creía nada de lo que su amiga le estaba contando, ya que no era la primera vez que mentía bajo la influencia de las drogas, así que decidió llevársela a su casa.

- ¡Lya, para! ¡Déjame! - Irina se deshizo de ella, y la miró fijamente - Estoy embarazada. ¡¿ME HAS OÍDO?! ¡¡EMBARAZADA, JODER!! Necesito ayuda. Tú ayuda.

Lya estaba confundida, su mejor amiga le estaba pidiendo ayuda desesperadamente ¿Pero ella que podía hacer? En realidad no podía hacer nada; hacía meses que Irina había cambiado radicalmente, tanto tiempo junto Oliver le había pasado factura a su amiga, ya que hasta entonces ni siquiera había probado un cigarrillo. A Lya nunca le había gustado él, solía decir que le consideraba una persona muy inestable, y el hecho de ser gay le resultaba algo repulsivo.  La verdad es que Lya había sido criada en un ambiente extremadamente religioso, y no era capaz de aceptar otras relaciones que no fueran entre un hombre y una mujer.

Mientras caminaban, la brisa les calaba los huesos. La noche era fría, y la calle desierta creaba una tétrica escena. La casi ausencia de automóviles y de gente circulando por la acera era extraña para esa época del año, pero lo que no sabían era que alguien más seguía sus pasos.

- ¡Eh, vosotras! - Adara estaba detrás de ellas, al final de la calle, y además parecía estar borracha. Lya, que sujetaba a Irina para que no tropezara, le susurró que continuará andando. - ¡PARAD! - Adara sacó un revólver de la chaqueta y disparó al aire. Lya e Irina gritaron mientras se agachaban en un acto reflejo por protegerse.

- ¡Adara! ¡¿De dónde has sacado eso?! - La voz de Irina sonaba débil, el miedo apenas le dejaba hablar.

- Mi padre tiene una colección de armas. Esta era la favorita de Sean y... - Adara sollozaba mientras bajaba el arma - y yo se la iba a regalar, pero... - La chica volvió a levantar el revólver, apuntando a Lya con un ojo cerrado - pero ahora te voy a enseñar a no tirarte a los novios de las demás.

Capítulo 6: Todos.

Adara sujetaba la pistola con ambas manos, dispuesta a disparar a Lya. Irina era la única que podía salvarla, ya que sabía la verdad. Pero también era consciente de que Oliver nunca la perdonaría.

- ¡Adara, se trata de Oliver! ¡Él es el que te ha robado a Sean! - Le temblaba la voz, pero tenía que hacer algo para salvar a su amiga - Están juntos ¿Vale? Y son felices. - Irina lloraba a su lado, la presión la  había superado. - Adara baja el arma por favor.

- Llama a Sean. Quiero que venga, y Oliver también. - La rabia y la confusión se apoderaban de ella, incluso le costaba mantener el arma firme. - ¡LLÁMALOS! - Irina sacó su teléfono móvil y marcó el número.

Sean dormía plácidamente, ajeno a todo lo que sucedía no muy lejos de su casa, cuando el sonido del teléfono interrumpió su profundo sueño.

- ¿Qué coño quieres? - gruñó, molesto. Eran las cinco de la madrugada.

- Es Adara, quiere... - Irina susurraba al otro lado de la línea.
- No quiero saber nada de ella. Adiós.

- ¡NOS ESTÁ APUNTANDO CON UN ARMA, SEAN! ¡LO SABE TODO! - El corazón del joven se aceleró. Adara había perdido la cabeza finalmente. Antes de que pudiera preguntar nada, Irina le dijo el lugar exacto en el que se encontraban y, con voz temblorosa le rogó que llamara a la policía antes de colgar.
La pistola se encontraba a escasos centímetros de la frente de Lya. Irina estaba justo detrás de ella, sollozando y haciendo que Adara perdiera los nervios con más rapidez. La calle seguía desierta, ni un mísero coche ni peatón que pudiera sacarlas de aquel aprieto.

Cuando el chico hizo acto de presencia, Adara pareció relajarse levemente. Pero cuando Sean se aproximó, ella volvió a levantar el arma, haciéndole parar en seco con los brazos levantados.

- Adara, cielo, ¿Qué haces? - Sean sonaba tranquilo, parecía tener la situación bajo control, con esa sonrisa torcida y esos dientes perfectos - deja eso en el suelo y hablamos de lo que quieras.

- ¿Y el otro? - La voz de Adara era diferente, salvaje. Estaba totalmente cambiada, no parecía ella.

- Oliver no debe saber nada esto. Si quieres podemos volver a estar juntos e intentar ser felices. De verdad.

La sirena de los coches de la policía se escuchó a lo lejos, acercándose a gran velocidad, y unos minutos después las luces azules iluminaban las fachadas de los edificios. Entonces Adara se dio cuenta de todo: venían a por ella.

- ¿¡QUIÉN HA SIDO!? - rugió sin dejar de mirar y apuntar con el arma a Sean  -  ¿Cómo has podido hacerme esto, imbécil? Yo te quería lo suficiente para que no tuvieras que buscar a nadie más durante toda tu vida y no lo has sabido aceptar. ¿Y, por qué, en vez de dejarme así, no pudiste decirme que simplemente eras un asqueroso maricón?

Y Adara apretó el gatillo, cerrando los ojos.

Sean estaba pálido, la bala le había atravesado el pecho, destrozándole el corazón. Tosió y los labios se le mancharon de sangre mientras caía al suelo, primero de rodillas, para luego acabar boca abajo sobre un charco de sangre que empezaba a hacerse cada vez más amplio.

Los agentes de policías bajaron de sus coches en aquel mismo momento, abalanzándose sobre Adara y esposándola mientras ella se debatía entre gritos y pataleos. Otros prestaron ayuda a Irina y a Lya, que lloraban y exigían ver a su amigo, el cual ya los había dejado para siempre.

Epílogo:

Después de que Irina me llamara al día siguiente de tu muerte, me sumí en la más oscura de las depresiones. No asistí a tu funeral. Abandoné la ciudad esa misma mañana, dejando a mi alcohólica madre rodeada de botellas de bebida barata vacías. Nunca más volví a ver a Irina, tampoco a Lya y mucho menos a Adara, a la cual encerraron en un hospital psiquiátrico. Allí le diagnosticaron un trastorno bipolar severo, pero no fui capaz de perdonarla aun estando enferma. Dos años después de todo aquello, Irina consiguió ponerse en contacto conmigo, y junto a su hijo, vino a reunirse conmigo. Resulta que después de todo aquello, Irina, quemó el sauce, y junto a él, todos los objetos, fotografías y recuerdos de aquellos perturbadores años.

Ahora, treinta y un años después continuo pensando en ti ¿No te parece ridículo? Treinta y un años enamorados de la misma persona. Treinta y un años martirizándome por no asistir a tu funeral. Es increíble que después de todos estos años, ahora me haya decido a visitar tu tumba y a dejarte escrito en esta carta todo lo que mis labios callaron, y a regalarte todos los besos que nunca te di. Con esto pretendo que seamos eternos, pretendo reírme de la muerte y sus balas, que injustamente atravesaron tu corazón.

No todas las historias tiene el final que se merecen, pero al fin y al cabo son eso, historias.


Marco Tárraga
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