Gris. El cielo estaba gris aquella
mañana. Pero no del tono gris feo típico de los colores de madera o
plastidecor. Este era un gris diferente, con alguna tonalidad entre
el azul invierno y el negro tormenta. Un gris digno de pintar, y
aquello era lo que iba a hacer yo aquella mañana. Acababa de llover
y yo de tomarme mi café de recién levantada. No me había arreglado
mucho, justo como cada domingo que salía al lago de enfrente de mi
casa a pintar. Tendría ya casi 49 lienzos con el mismo fondo: el
lago, los arboles y el cielo. Pero cada domingo había algo que
cambiaba, el reflejo de los niños jugando cerca del lago, el señor
mayor dando comida a los patitos, que, me pregunto dónde se habrá
metido ese señor, desde el lienzo 43 hasta el 47 había estado
apareciendo en mis cuadros y de repente pufff, se desvaneció.
Supongo que habrá encontrado a su media naranja y se habrá ido a
vivir a la playa sus últimos años de vida. Con una coleta
recogiendo mi larga melena roja, salí de casa con un par de pinceles
y un nuevo lienzo. Tras saludar a mi vecina, la señora Pérez, con
un cordial movimiento de cabeza, me fui directa a mi lugar favorito
que, como ya he nombrado, era el lago. Hice los primeros trazos a
lápiz, intentando que quedara como siempre, realista. Pero a decir
verdad ya me sabía de memoria cada una de las curvas, líneas y
trazos típicos de mis dibujos, pues siempre dibujaba desde el mismo
punto. Después de hacer el boceto me dispuse a darle color. Siempre
empezaba por abajo, es decir, por el pequeño estanque, después
hacía los arbustos que lo rodeaban, solía ahora dibujar a los
patos, pero en este caso no los había, solo un chico. Empecé a
dibujarlo. Su tez era fina, o al menos me lo parecía a mi; cabello
negro, camisa a cuadros roja y pantalones desgastados. Dibujé,
además, sus cascos y su móvil. No era por tirarme flores, pero el
dibujo me había quedado bastante realista, los 3 años en cursos de
dibujo pagados por mí misma habían dado por fin sus frutos. Dejé
de mirar al chico y empecé a pintar el cielo. Era mi parte favorita!
Cada día suponía un reto, pues su color nunca era uniforme, siempre
contaba con un degradado. Cuando por fin acabé ya era hora de comer,
pues había empezado a aparecer en escena madres con niños corriendo
con sus bocadillos e incluso alguno con una manzana. Bueno, al menos
estos no sufrirían la época bollo como la llamo yo, es decir,
cuando al ser aun un niño empiezas a comer chocolate como si no
hubiera mañana y claro, acabas pareciendo un bollo de lo gordito que
estas. Todo en el cuadro había cambiado. Todo excepto el chico
sentado de la camisa, que ahora miraba en mi dirección. Le sonreí
amablemente y él me devolvió el gesto. Tras unos instantes mirando
en aquella dirección volví al mundo real y recogí mi cuadro junto
con mis pinceles y me dirigí a casa. Estando ya allí puse mi nueva
obra en el caballito delante de la mesa de la cocina y fui a lavarme
las manos. Cuando volví empecé a hacerme la comida. Para ser
sinceros todo lo que me sobra de buena pintora me falta de buena
cocinera, pero al menos sé preparar unos buenos espaguetis. Cuando
acabé de comer me tomé un chocolate caliente y me quedé mirando al
cuadro. Me había quedado bastante bien, el señor Manolo, mi
profesor de pintura, debería estar orgulloso de mí. Pero en lo que
más me fijé fue en el chico. Me resultaba bastante mono... Como no
sabía que nombre ponerle al cuadro, decidí llamarlo "el lienzo
50 tiene los colores cambiados". Al día siguiente era fiesta,
pero aun así salí a pintar y por la tarde me pondría a leer algún
libro o vería alguna película. Recogí mi pelo con una cinta negra
e hice lo mismo de todos los días. Boceto, lago, arbustos, chico,
cielo. Espera un momento... Chico? Estaba otra vez allí? Aquello me
hizo plantearme qué dibujar aquel día. Di la vuelta a mi cuadro,
pues aún no tenia color, y me puse a dibujarle a él. Pelo negro y
revoltoso, cara fina, ojos que me miraban, sonrisa de lado, sus
cascos, camiseta negra de cuello de pico, pantalones rotos y las
manos en los bolsillos. Tuve que concentrarme mucho para poder
dibujarlo, pues me desconcentraba que me mirara y sonriera y además,
tenía que ir mirando a otros lados para que no supiera que le estaba
dibujando.
Fue así como cambié mi mecánica
de dibujar. Pasé de hacer paisajes a dibujar su rostro todos los
días. Uno de los días sin embargo tenía algo en la mano. Era como
un papel. No me paré a pensar que era, simplemente le acabé de
dibujar y me fui a casa. Me tumbé en la cama y miré mis últimos
retratos. Eran todos suyos. Me quedé bastante tiempo fijándome en
ellos hasta que una sonrisa tonta se dibujó en mi cara. Podía ser
que me estuviera gustando el chico de los cuadros? Ya no dibujaba
como antes. Todo había cambiado y me estaba dando cuenta en aquel
momento. Ya no era tan perfeccionista respecto a los colores del
cielo, ahora me concentraba más en sus facciones. Pasé la tarde
leyendo mis libros de Cazadores de Sombras, que era lo que más me
entretenía, pues aun no había encontrado trabajo. Además de
gustarme la pintura también adoraba las lenguas, y quería trabajar
en algo relacionado con alguna filología, pero como estaban
últimamente las cosas, iba a ser un poco difícil. Mis tardes eran
tan aburridas que no merecen ser contadas, sería una pérdida de
tiempo.
A la mañana siguiente, estando en
mi lugar favorito, vi que el muchacho se acercaba a mí.
-Hola, me llamo Dani. Desde hace
unos días llevo viéndote dibujar y has llamado mucho mi atención.
Creo que incluso me has dibujado, ¿no es cierto? -Sonrió de lado y
me tendió la mano. Yo, cortésmente, le devolví el gesto. Sus
profundos ojos hicieron que algo dentro de mí despertara y supe en
aquel momento que sí, sí me gustaba.
-Mi nombre es Alice, y sí, te he
estado pintando pero, emm... no me tomes como una acosadora -Dije
gesticulando con las manos y pasándolas por mi pelo- Es que soy
pintora a tiempos libres, y desde hacía tiempo había estado
pintando el agua y este paisaje en general, y desde que apareciste
tú, me di cuenta de que llevaba mucho tiempo pintando siempre lo
mismo, y decidí que podía pintarte y así algún día regalarte
alguno de tus retratos.
-¿Y qué ibas a hacer con los
otros? -Rió
Nunca antes me había pasado aquello
de ser tímida con un chico y mucho menos cuando el tema en cuestión
del que se hablaba era mis cuadros.
-Bueno pues... esto... supongo...
supongo que también te los habría dado o... o los habría guardado
con el resto de mis cuadros.
-Era broma mujer, no me importa que
te quedes dibujos de mí. Para serte sincero -Dijo mientras sacaba un
papel doblado del bolsillo del pantalón desgastado. Aquel día
llevaba una camiseta azul básica que combinaba a la perfección con
sus pantalones- Esto es para ti.
Abrí con curiosidad el papelito y
vi que había un dibujo. Enseguida reconocí que era yo y me quedé
mirando el dibujo sorprendida. Dibujaba realmente bien. El dibujo era
un retrato mío recogiéndome el pelo con un coletero, y al fondo el
lago que teníamos delante.
-¿Cómo has sabido dibujarme así?
-Pregunté sorprendida, pero sin dejar de mirar el dibujo.
-Sonará un tanto extraño, pero a
decir verdad, llevaba mucho tiempo viéndote pasar por aquí y me
fijaba que siempre te hacías la coleta, la cual siempre te haces un
poco torcida -Rió y tocó mi coleta, que estaba más hacia la
derecha de lo que pensaba. Sentí rubor y antes de que pudiera
agachar la cabeza, Dani me retiró el coletero, dejando caer mi
melena pelirroja sobre mis hombros.- Así mejor. Si te soy sincero me
gustaría conocerte un poco mejor, chica pelirroja cuyo nombre no
recuerdo por una torpeza que no vamos a nombrar, ¿vale? -Rió. Su
risa era terriblemente preciosa. Tenía algo que te hacía sonreír
sin tu quererlo.
-Alice, me llamo Alice. Aunque si lo
prefieres puedes llamarme chica pelirroja -Dije con una sonrisa
tímida.
-Bueno, Alice, ¿quieres que tomemos
un café y hablemos un rato? -Preguntó y yo asentí.
Fue eso lo que hicimos, ir a
tomarnos un café, pero no a uno de esos sitios para modernos tipo
Starbucks, aquí contábamos con cafeterías mas acogedoras como el
Di Roma, uno de mis sitios preferidos. Al entrar, un agradable olor a
café recién hecho y a magdalenas me invadió. Lo adoraba, era una
sensación muy buena. Elegimos una de las mesas de madera pintadas de
verde del fondo del lugar y nos sentamos en los bancos que nos hacían
de asientos. Miré a ambos lados esperando ver a alguien conocido y
encontré a mucha gente que ya me había encontrado otras veces, como
la mujer rubia que siempre está pendiente de su iPhone y su café; o
la pareja de heavys que siempre se pedían un chocolate caliente. A
decir verdad hacen buena pareja y siempre vienen por aquí los
domingos. Volví mi vista hacia Dani, quien me miro curioso y sonrió.
Le devolví el gesto y pregunte:
-Bueno, no me has contestado, ¿cómo
es que has sabido dibujarme taaan bien? Hay muchos detalles.
-Hice un curso de dibujo, pero si te
soy sincero prefiero dibujar en casa. Ahí es donde practico, ya que
tengo más libertad para dibujar lo que quiera. Empecé dibujando
manga, ya sabes, dibujos japoneses, luego empecé con los retratos.
En un principio era bastante malo, no sabía muy bien como cuadrar y
acababa por salirme un churro de dibujo con un ojo más arriba que el
otro -Aquel comentario nos hizo reír a ambos. Hacía tiempo que no
me sentía tan bien.
Podría parecer que una situación
así iba a ser incomoda. Dos extraños que solo se "conocen"
por dibujarse uno al otro. Más que raro puede parecer que es acoso.
Pero en fin, que allí estábamos, riendo, tomando café y hablando
sobre nuestras manías a la hora de pintar y nuestros gustos
musicales, que sorprendentemente eran prácticamente iguales. A él
le gustaban grupos de heavy, y yo tiraba mas para la rama del
metalcore, pero descubrimos que teníamos muchísimo en común.
Fue así como empezamos a quedar por
las tardes casi todos los días. Por las mañanas yo seguía
pintando, sólo que decidí elegir otro paisaje, esta vez me decanté
por pintar un parque abandonado. Y diréis, si el fondo no cambia,
¿por qué pintas siempre ese parque? Pues simplemente porque ahora
soy yo quien le cambia los elementos. Hago el boceto de los
columpios, el tobogán, la fuente del centro, los bancos... y a
partir de ahí ya incorporo yo mis ideas, como dibujar al abuelito
que daba de comer a los patos, pero esta vez le pinto junto a su
media naranja, una mujer de pelo blanco y sonrisa sincera; pinto
niños que juegan al futbol, o simplemente, dejo ir mi imaginación y
dibujo un tobogán que tiene boca con dientes y quiere comerse a una
princesa. La verdad es que me lo paso muy bien dibujando estas cosas,
incluso he pensado en vender mis obras, pues un día se me acercó un
hombre trajeado y me preguntó si le vendería mi cuadro, ya que le
parecía muy original y chulo. En un principio me quedé sorprendida
por la idea, pero tras pensarla y comentarla con Dani, quien ahora
formaba parte de mi vida, decidí probar suerte...
Mi vida ha evolucionado mucho desde
el día que conocí a Dani, empecé y acabé los estudios en la
facultad de filología, y ahora tengo mi título de filóloga
inglesa, con el que he conseguí un buen trabajo; y sigo pintando
cuadros y vendiéndolos a curiosos.
-Y bueno hijos, así fue como papa y
yo nos conocimos. -dije a mis hijos Elena y Ben.
-Y ¿cuánto tardasteis en casaros?
-Preguntó Benny.
-Mmm... no más de 3 años, pues
desde que nos conocimos hubo una conexión entre nosotros y nos
llevábamos muy bien.
-Y que amigos tenías, mama? -dijo
la pequeña Elena.
-Tenia, y sigo teniendo, a Alba, y
papá tiene a Nacho.
-Ah! El tito Nacho -Dijo Ben alegre-
¿Cuándo iremos a verle? Siempre nos compra chuches y caramelos.
Yo reí alegre, Nacho era un gran
amigo de Dani, siempre estaban juntos y desde que me lo presentó en
una fiesta que somos nosotros también amigos.
-Cuando vuelva de Madrid -Dijo Dani
entrando a la habitación. Me dio un beso y se sentó a mi lado, no
sin antes sonreírme. Dani no había cambiado para nada, seguía
siendo el chico de tez fina, ojos penetrantes, sonrisa condenadamente
preciosa y pelo revoltoso, aunque ahora lo tenía un poco más largo
que cuando nos conocimos.
-Y no hay mucho más que contar,
peques -dije a mis hijos- Así que id a dormir ya, que vuestro padre
y yo queremos ver una película.
Los niños nos dieron un beso a cada
uno y corrieron hacia sus habitaciones peleándose por quién se
quedaría con la litera de arriba aquella noche.
-Preparada para ver Frankiweennie
por enésima vez? -Me preguntó Dani.
-Preparada! -Dije alzando las manos
y riendo.
Íbamos a ver una de nuestras
películas favoritas que veíamos de jóvenes. En fin, tenía una
buena vida, no podía pedir ya más.
Marta Ferrándiz
1 Batxillerat
Marta Ferrándiz
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