dilluns, 9 de juny del 2014

El lienzo 50 tiene los tonos cambiados

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Gris. El cielo estaba gris aquella mañana. Pero no del tono gris feo típico de los colores de madera o plastidecor. Este era un gris diferente, con alguna tonalidad entre el azul invierno y el negro tormenta. Un gris digno de pintar, y aquello era lo que iba a hacer yo aquella mañana. Acababa de llover y yo de tomarme mi café de recién levantada. No me había arreglado mucho, justo como cada domingo que salía al lago de enfrente de mi casa a pintar. Tendría ya casi 49 lienzos con el mismo fondo: el lago, los arboles y el cielo. Pero cada domingo había algo que cambiaba, el reflejo de los niños jugando cerca del lago, el señor mayor dando comida a los patitos, que, me pregunto dónde se habrá metido ese señor, desde el lienzo 43 hasta el 47 había estado apareciendo en mis cuadros y de repente pufff, se desvaneció. Supongo que habrá encontrado a su media naranja y se habrá ido a vivir a la playa sus últimos años de vida. Con una coleta recogiendo mi larga melena roja, salí de casa con un par de pinceles y un nuevo lienzo. Tras saludar a mi vecina, la señora Pérez, con un cordial movimiento de cabeza, me fui directa a mi lugar favorito que, como ya he nombrado, era el lago. Hice los primeros trazos a lápiz, intentando que quedara como siempre, realista. Pero a decir verdad ya me sabía de memoria cada una de las curvas, líneas y trazos típicos de mis dibujos, pues siempre dibujaba desde el mismo punto. Después de hacer el boceto me dispuse a darle color. Siempre empezaba por abajo, es decir, por el pequeño estanque, después hacía los arbustos que lo rodeaban, solía ahora dibujar a los patos, pero en este caso no los había, solo un chico. Empecé a dibujarlo. Su tez era fina, o al menos me lo parecía a mi; cabello negro, camisa a cuadros roja y pantalones desgastados. Dibujé, además, sus cascos y su móvil. No era por tirarme flores, pero el dibujo me había quedado bastante realista, los 3 años en cursos de dibujo pagados por mí misma habían dado por fin sus frutos. Dejé de mirar al chico y empecé a pintar el cielo. Era mi parte favorita! Cada día suponía un reto, pues su color nunca era uniforme, siempre contaba con un degradado. Cuando por fin acabé ya era hora de comer, pues había empezado a aparecer en escena madres con niños corriendo con sus bocadillos e incluso alguno con una manzana. Bueno, al menos estos no sufrirían la época bollo como la llamo yo, es decir, cuando al ser aun un niño empiezas a comer chocolate como si no hubiera mañana y claro, acabas pareciendo un bollo de lo gordito que estas. Todo en el cuadro había cambiado. Todo excepto el chico sentado de la camisa, que ahora miraba en mi dirección. Le sonreí amablemente y él me devolvió el gesto. Tras unos instantes mirando en aquella dirección volví al mundo real y recogí mi cuadro junto con mis pinceles y me dirigí a casa. Estando ya allí puse mi nueva obra en el caballito delante de la mesa de la cocina y fui a lavarme las manos. Cuando volví empecé a hacerme la comida. Para ser sinceros todo lo que me sobra de buena pintora me falta de buena cocinera, pero al menos sé preparar unos buenos espaguetis. Cuando acabé de comer me tomé un chocolate caliente y me quedé mirando al cuadro. Me había quedado bastante bien, el señor Manolo, mi profesor de pintura, debería estar orgulloso de mí. Pero en lo que más me fijé fue en el chico. Me resultaba bastante mono... Como no sabía que nombre ponerle al cuadro, decidí llamarlo "el lienzo 50 tiene los colores cambiados". Al día siguiente era fiesta, pero aun así salí a pintar y por la tarde me pondría a leer algún libro o vería alguna película. Recogí mi pelo con una cinta negra e hice lo mismo de todos los días. Boceto, lago, arbustos, chico, cielo. Espera un momento... Chico? Estaba otra vez allí? Aquello me hizo plantearme qué dibujar aquel día. Di la vuelta a mi cuadro, pues aún no tenia color, y me puse a dibujarle a él. Pelo negro y revoltoso, cara fina, ojos que me miraban, sonrisa de lado, sus cascos, camiseta negra de cuello de pico, pantalones rotos y las manos en los bolsillos. Tuve que concentrarme mucho para poder dibujarlo, pues me desconcentraba que me mirara y sonriera y además, tenía que ir mirando a otros lados para que no supiera que le estaba dibujando.
Fue así como cambié mi mecánica de dibujar. Pasé de hacer paisajes a dibujar su rostro todos los días. Uno de los días sin embargo tenía algo en la mano. Era como un papel. No me paré a pensar que era, simplemente le acabé de dibujar y me fui a casa. Me tumbé en la cama y miré mis últimos retratos. Eran todos suyos. Me quedé bastante tiempo fijándome en ellos hasta que una sonrisa tonta se dibujó en mi cara. Podía ser que me estuviera gustando el chico de los cuadros? Ya no dibujaba como antes. Todo había cambiado y me estaba dando cuenta en aquel momento. Ya no era tan perfeccionista respecto a los colores del cielo, ahora me concentraba más en sus facciones. Pasé la tarde leyendo mis libros de Cazadores de Sombras, que era lo que más me entretenía, pues aun no había encontrado trabajo. Además de gustarme la pintura también adoraba las lenguas, y quería trabajar en algo relacionado con alguna filología, pero como estaban últimamente las cosas, iba a ser un poco difícil. Mis tardes eran tan aburridas que no merecen ser contadas, sería una pérdida de tiempo.
A la mañana siguiente, estando en mi lugar favorito, vi que el muchacho se acercaba a mí.
-Hola, me llamo Dani. Desde hace unos días llevo viéndote dibujar y has llamado mucho mi atención. Creo que incluso me has dibujado, ¿no es cierto? -Sonrió de lado y me tendió la mano. Yo, cortésmente, le devolví el gesto. Sus profundos ojos hicieron que algo dentro de mí despertara y supe en aquel momento que sí, sí me gustaba.
-Mi nombre es Alice, y sí, te he estado pintando pero, emm... no me tomes como una acosadora -Dije gesticulando con las manos y pasándolas por mi pelo- Es que soy pintora a tiempos libres, y desde hacía tiempo había estado pintando el agua y este paisaje en general, y desde que apareciste tú, me di cuenta de que llevaba mucho tiempo pintando siempre lo mismo, y decidí que podía pintarte y así algún día regalarte alguno de tus retratos.
-¿Y qué ibas a hacer con los otros? -Rió
Nunca antes me había pasado aquello de ser tímida con un chico y mucho menos cuando el tema en cuestión del que se hablaba era mis cuadros.
-Bueno pues... esto... supongo... supongo que también te los habría dado o... o los habría guardado con el resto de mis cuadros.
-Era broma mujer, no me importa que te quedes dibujos de mí. Para serte sincero -Dijo mientras sacaba un papel doblado del bolsillo del pantalón desgastado. Aquel día llevaba una camiseta azul básica que combinaba a la perfección con sus pantalones- Esto es para ti.
Abrí con curiosidad el papelito y vi que había un dibujo. Enseguida reconocí que era yo y me quedé mirando el dibujo sorprendida. Dibujaba realmente bien. El dibujo era un retrato mío recogiéndome el pelo con un coletero, y al fondo el lago que teníamos delante.
-¿Cómo has sabido dibujarme así? -Pregunté sorprendida, pero sin dejar de mirar el dibujo.
-Sonará un tanto extraño, pero a decir verdad, llevaba mucho tiempo viéndote pasar por aquí y me fijaba que siempre te hacías la coleta, la cual siempre te haces un poco torcida -Rió y tocó mi coleta, que estaba más hacia la derecha de lo que pensaba. Sentí rubor y antes de que pudiera agachar la cabeza, Dani me retiró el coletero, dejando caer mi melena pelirroja sobre mis hombros.- Así mejor. Si te soy sincero me gustaría conocerte un poco mejor, chica pelirroja cuyo nombre no recuerdo por una torpeza que no vamos a nombrar, ¿vale? -Rió. Su risa era terriblemente preciosa. Tenía algo que te hacía sonreír sin tu quererlo.
-Alice, me llamo Alice. Aunque si lo prefieres puedes llamarme chica pelirroja -Dije con una sonrisa tímida.
-Bueno, Alice, ¿quieres que tomemos un café y hablemos un rato? -Preguntó y yo asentí.
Fue eso lo que hicimos, ir a tomarnos un café, pero no a uno de esos sitios para modernos tipo Starbucks, aquí contábamos con cafeterías mas acogedoras como el Di Roma, uno de mis sitios preferidos. Al entrar, un agradable olor a café recién hecho y a magdalenas me invadió. Lo adoraba, era una sensación muy buena. Elegimos una de las mesas de madera pintadas de verde del fondo del lugar y nos sentamos en los bancos que nos hacían de asientos. Miré a ambos lados esperando ver a alguien conocido y encontré a mucha gente que ya me había encontrado otras veces, como la mujer rubia que siempre está pendiente de su iPhone y su café; o la pareja de heavys que siempre se pedían un chocolate caliente. A decir verdad hacen buena pareja y siempre vienen por aquí los domingos. Volví mi vista hacia Dani, quien me miro curioso y sonrió. Le devolví el gesto y pregunte:
-Bueno, no me has contestado, ¿cómo es que has sabido dibujarme taaan bien? Hay muchos detalles.
-Hice un curso de dibujo, pero si te soy sincero prefiero dibujar en casa. Ahí es donde practico, ya que tengo más libertad para dibujar lo que quiera. Empecé dibujando manga, ya sabes, dibujos japoneses, luego empecé con los retratos. En un principio era bastante malo, no sabía muy bien como cuadrar y acababa por salirme un churro de dibujo con un ojo más arriba que el otro -Aquel comentario nos hizo reír a ambos. Hacía tiempo que no me sentía tan bien.
Podría parecer que una situación así iba a ser incomoda. Dos extraños que solo se "conocen" por dibujarse uno al otro. Más que raro puede parecer que es acoso. Pero en fin, que allí estábamos, riendo, tomando café y hablando sobre nuestras manías a la hora de pintar y nuestros gustos musicales, que sorprendentemente eran prácticamente iguales. A él le gustaban grupos de heavy, y yo tiraba mas para la rama del metalcore, pero descubrimos que teníamos muchísimo en común.
Fue así como empezamos a quedar por las tardes casi todos los días. Por las mañanas yo seguía pintando, sólo que decidí elegir otro paisaje, esta vez me decanté por pintar un parque abandonado. Y diréis, si el fondo no cambia, ¿por qué pintas siempre ese parque? Pues simplemente porque ahora soy yo quien le cambia los elementos. Hago el boceto de los columpios, el tobogán, la fuente del centro, los bancos... y a partir de ahí ya incorporo yo mis ideas, como dibujar al abuelito que daba de comer a los patos, pero esta vez le pinto junto a su media naranja, una mujer de pelo blanco y sonrisa sincera; pinto niños que juegan al futbol, o simplemente, dejo ir mi imaginación y dibujo un tobogán que tiene boca con dientes y quiere comerse a una princesa. La verdad es que me lo paso muy bien dibujando estas cosas, incluso he pensado en vender mis obras, pues un día se me acercó un hombre trajeado y me preguntó si le vendería mi cuadro, ya que le parecía muy original y chulo. En un principio me quedé sorprendida por la idea, pero tras pensarla y comentarla con Dani, quien ahora formaba parte de mi vida, decidí probar suerte...
Mi vida ha evolucionado mucho desde el día que conocí a Dani, empecé y acabé los estudios en la facultad de filología, y ahora tengo mi título de filóloga inglesa, con el que he conseguí un buen trabajo; y sigo pintando cuadros y vendiéndolos a curiosos.
-Y bueno hijos, así fue como papa y yo nos conocimos. -dije a mis hijos Elena y Ben.
-Y ¿cuánto tardasteis en casaros? -Preguntó Benny.
-Mmm... no más de 3 años, pues desde que nos conocimos hubo una conexión entre nosotros y nos llevábamos muy bien.
-Y que amigos tenías, mama? -dijo la pequeña Elena.
-Tenia, y sigo teniendo, a Alba, y papá tiene a Nacho.
-Ah! El tito Nacho -Dijo Ben alegre- ¿Cuándo iremos a verle? Siempre nos compra chuches y caramelos.
Yo reí alegre, Nacho era un gran amigo de Dani, siempre estaban juntos y desde que me lo presentó en una fiesta que somos nosotros también amigos.
-Cuando vuelva de Madrid -Dijo Dani entrando a la habitación. Me dio un beso y se sentó a mi lado, no sin antes sonreírme. Dani no había cambiado para nada, seguía siendo el chico de tez fina, ojos penetrantes, sonrisa condenadamente preciosa y pelo revoltoso, aunque ahora lo tenía un poco más largo que cuando nos conocimos.
-Y no hay mucho más que contar, peques -dije a mis hijos- Así que id a dormir ya, que vuestro padre y yo queremos ver una película.
Los niños nos dieron un beso a cada uno y corrieron hacia sus habitaciones peleándose por quién se quedaría con la litera de arriba aquella noche.
-Preparada para ver Frankiweennie por enésima vez? -Me preguntó Dani.
-Preparada! -Dije alzando las manos y riendo.
Íbamos a ver una de nuestras películas favoritas que veíamos de jóvenes. En fin, tenía una buena vida, no podía pedir ya más.

Marta Ferrándiz
1 Batxillerat