dimecres, 11 de juny del 2014

Las vueltas que da la vida

Hola querido lector, espero que al leer esta historia sientas lo que he querido transmitirte. Este relato está hecho para entretener, para que mientras lo estés leyendo te consigas evadir del mundo real y te centres solo en él, para que vivas la historia como si formases tú parte de ella. Espero que te guste.
Estábamos en marzo, ya sólo quedaba un trimestre para que el curso terminase, se me hacía raro, ya que me parecía que hacía nada acabábamos de empezarlo. Ya empezaba a asomar sus alas la primavera, eran días de buen tiempo y en el instituto se respiraba alegría y buen humor, aunque aquellos alumnos que les había quedado alguna del segundo trimestre no estaban tan contentos. Lo que llevaba de curso, por lo general, me había ido bastante bien; aunque me había propuesto intentar mejorar en algunas asignaturas. Todas las mañanas solía ir al instituto con la Vespa nueva que me habían regalado mis padres por mis 17 años el mes pasado, excepto los días de lluvia, que mi padre se prestaba a llevarme en coche. Mis amigas siempre bromeaban sobre el color de mi moto porque decían que tenía un color amarillento, por eso se referían a ella con el nombre de “pisum”, aunque sabía que en realidad lo hacían para picarme. A mí me parecía que el color de mi moto era un verde pistacho chulísimo.
Una mañana como otra cualquiera, me sonó la alarma para ir al instituto, me levanté de un salto, me sentía bien, tenía ganas de comerme el mundo, era un día especial pero sin serlo, me sentía positiva. Podríamos decir que me sentía como escasas veces es habitual sentirse pese a que deberíamos tener esa actitud positiva y enérgica todas las mañanas… Esa mañana me apetecía sentirme guapa, así que abrí mi armario y escogí mis pantalones vaqueros pitillo favoritos y el suéter nuevo que mis amigas me habían regalado por mi cumpleaños. Me maquillé ligeramente y me dirigí a la cocina a desayunar algo, me sentía bien, segura de mí misma, guapa. En la cocina ya estaba el renacuajo de mi hermano pequeño, Alejandro, en frente de la televisión viendo “Dora la Exploradora”, sus dibujos animados favoritos.
Todos dicen que Alejandro o “pitu” (como le llamo yo cariñosamente) es un bicho, es decir, que es muy travieso ya que nunca puede estarse quieto, pero a sus seis años eso no es nada raro. A mí como su hermana mayor que soy, me hace bastante caso. Alejandro está siempre detrás de mí, ya sea para imitar lo que hago, para que juegue con él o para fastidiarme con sus tonterías y llamar la atención. Y a decir verdad, menos mal que tengo a Alejandro, él es el único que me entretiene un poco en casa, aunque sea para pelearnos. Ya que mis otros dos hermanos, Javier y Marta que ya tienen veinte años van a su royo y pasan poco tiempo en casa, según ellos siempre están muy atareados. Cabe decir que pese a que son mellizos tienen un carácter muy distinto uno del otro. Javier es más tímido y perfeccionista, siempre ha sido de los mejores de su clase y no sólo es competitivo en los temas de estudio, sino que también se desvive por el fútbol, no sé cómo lo hace pero tiene tiempo para todo.
Mientras que Marta es más extrovertida, lo que más le gusta es pasar tiempo con sus amigos y amigas, y aunque el estudio no es su punto fuerte se va sacando curso por año. Aunque también es muy deportista, juega campeonatos de tenis.
Bueno volvamos donde nos habíamos quedado, Alejandro al verme entrar en la cocina de mi casa se puso a gritar diciendo: “¡Olivia, Olivia!, ¡mira qué hago!” mientras se hurgaba la nariz con el dedo meñique. Según mi madre, a los seis años lo de querer llamar la atención es algo habitual, dice que tanto mis dos hermanos mayores como yo hemos pasado por esa época y que tengamos un poco más de paciencia con él. Después de hacer rabiar a Alejandro un poco, les di un beso de buenos días a mis padres, Teresa y Agustín, me tomé un vaso de leche rápido, cogí mi mochila y fui al garaje a por mi moto para ir al instituto. De mi casa al instituto solía tardar ocho minutos, aunque si cogía algún semáforo en rojo tardaba un poco más. Pero esa mañana no llegué al instituto. En un cruce, un coche pasó cuando el semáforo acababa de pasar de color naranja fijo a rojo, en ese momento yo estaba cruzando la calle con la moto, a penas lo vi ya me encontraba volando por los aires, me embistió de tal manera que mi cuerpo cayó sobre un suelo de tierra que se encontraba fuera de la carretera, más allá del arcén, mi moto también voló por los aires. El coche salió también perjudicado y las dos chicas que se encontraban en él no se salvaron ya que debido al impacto con mi moto el coche se desorientó y se estampó contra la pared de un edificio, subiéndose por encima de la acera.
Hoy me siento igual que la mañana del accidente, alegre, con energía, con ganas de comerme el mundo…porque por fin después de un año estando en coma he despertado, he vuelto a la vida, esta me ha brindado una segunda oportunidad, que pienso aprovechar al máximo. Desde el momento que desperté del coma, a todos los días intento sacarles el máximo partido, cosas que antes no apreciaba por formar parte de mi rutina, ahora las aprecio, por ejemplo, he entrado mil veces por la puerta del colegio y nunca me había fijado que en el suelo hay pintada una frase que dice: PASA UN BUEN DÍA.
Y os preguntaréis por qué os cuento todo esto, pues bien, quiero compartir con vosotros mi experiencia mientras estaba en aquella cama de hospital conectada a mil cables que me mantenían con vida durante un año, exactamente fueron once meses y tres semanas. Hace tres meses que desperté del coma, la recuperación ha sido costosa pero satisfactoria, los primeros días era incapaz de levantarme y andar, me dolía todo el cuerpo, pero poco a poco he ido recuperando fuerzas. Hasta hace un mes no recordaba nada desde que ocurrió el accidente hasta que desperté el pasado febrero (hace 3 meses).Había pasado un año y me parecía como si tan solo me hubiera dormido durante unas horas. Pero hace un mes merendando con mis amigas en el bar de enfrente del colegio, me sucedió una cosa muy extraña. Me empezó a doler fuertemente la cabeza, y empecé a ver flases, imágenes sueltas de todo el mundo que me había venido a visitar al hospital durante todo el año que yo había estado en coma, pero no las podía ver de forma nítida , era un aglomerado de imágenes borrosas. Empecé a oír o a imaginarme voces con mensajes de ánimo de mis padres, de mis abuelos, hermanos, tíos, primos, amigos….; también opiniones de mil médicos. Me disculpé de mis amigas y les dije que me iba a casa que no me encontraba muy bien. Pero esos flases de los que os he hablado no cesaban, entré en la salita de estar de mi casa y me senté en el sofá, las pestañas me pesaban, se me cerraban los ojos, yo intentaba serenarme pero me era imposible, al final el sueño me venció y me quedé dormida.
Me encontraba otra vez allí en aquella habitación de hospital, era algo extraño porque me veía a mí misma tumbada en la cama con los ojos cerrados, tenía muy mal aspecto, debía de ser el día del accidente ya que todos mis familiares se encontraban en la sala de espera, se les veía muy alterados, sobre todo a mis padres. Mi yo en coma, estaba en la camilla dentro de la habitación rodeada de médicos. Fue entonces cuando un médico salió a la sala de espera a decirle a mi familia que me había quedado en coma y que nadie sabía si volvería a despertar y en el caso de que despertara, cuándo lo haría o en qué condiciones me quedaría. Les dijo que en esos casos nadie podía saber nada con certeza, que podía pasar cualquier cosa y que solo quedaba confiar en Dios. Mis padres se desmoronaron y se vinieron abajo.
Es muy triste tener que ver a mi familia así, yo sabía que estaba en una especie de sueño raro, pero parecía tan real…, se ajustaba tanto a lo que yo había pasado… Por más que intentaba abrir los ojos y volver a la realidad, a mi salita de estar, a mí casa, no podía. Es como si el destino quisiera que viviera el año que había perdido, como si tuviera que saber lo que había sucedido a mi alrededor durante aquel año, como si alguien quisiera decirme algo con todo aquello.
Mi alma se encontraba de nuevo en la habitación del hospital. Podía ver cómo día a día mis padres estaban conmigo (mi yo en coma), a mi lado. Al cabo de unos meses, el médico les dijo que había muy pocas posibilidades de que volviera a la vida. Pero ellos se negaban a desconectarme de esos cables y perderme para siempre, a dejar de luchar por mí y de confiar en mi recuperación; sabían que yo era una chica fuerte y que tenía unas ganas de vivir tremendas. Todas las mañanas mi madre se quedaba conmigo. Podía ver desde fuera del cuerpo de mi “yo en coma” cómo me lavaba con una toallita, me curaba las heridas, me peinaba, me ponía colorete para que tuviera mejor aspecto, me contaba todos los planes que había pensado y cómo me daba ánimos para seguir adelante. Otras mañanas se quedaba mi abuela conmigo, podía ver como se acostaba al ladito mío y me leía la colección de “Los Cinco”, mis libros preferidos. Por las tardes mi madre se iba a trabajar y se quedaban conmigo mi padre que ya había salido del trabajo y mi hermano Alejandro, que lo acababa de recoger del colegio. Alejandro se acurrucaba a los pies de mi cama y se quedaba ahí conmigo durante horas, me cogía la mano y no me la soltaba, se le veía muy afectado, nunca lo había visto tan triste y desanimado, ya no era el bichejo travieso de siempre. Mi padre cada tarde me daba mil besos en la frente, me daba ánimos y fuerza, y continuaba leyéndome el libro que mi abuela me leía por las mañanas. Se le veía ojeroso, cansado, se notaba que por las noches no pegaba ojo, mi estado lo estaba consumiendo.
Me sabía tan mal verlo así, y pensar que todo era por mí, me rompía el corazón. Quería volver a la realidad, ya había visto suficiente, forzaba los ojos para abrirlos, pero no podía, continuaba en esa habitación viéndome a mí misma desde fuera de mí.
Me sorprendí al ver a Alberto entrar a verme al hospital, hacía al menos seis años que no lo veía, estaba cambiado, estaba guapo, más mayor, más hombre. Sus visitas empezaron a ser periódicas y todos los viernes por la tarde y los sábados por la mañana se quedaba conmigo. Fue un acuerdo que hizo con mis padres. Podía ver desde la silla del rincón de la habitación dónde me encontraba, cómo Alberto me cuidaba, me hablaba, me daba ánimos, me contaba lo que había pasado en clase durante la semana, lo que estaban dando en biología, matemáticas, castellano… para estar al día cuando despertara.
Los médicos les decían que me hablaran que podía ser que sí que escuchara, aunque como ya os he dicho antes, yo cuando estaba en ese estado no podía oír nada, es más desde el momento del accidente hasta que desperté creía que habían pasado solo unas horas. Cuando realmente estaba viviendo lo que me sucedía mientras estaba en coma, era en esa especie de sueño raro que parecía que no acabara… Nunca habría pensado que Alberto me tuviera tanto cariño. Había sido un chico que siempre había venido conmigo a clase, pero se caracterizaba por su timidez y siempre me había pasado desapercibido. Que cosas tiene la vida, a veces de quien más te esperas menos recibes, y de quien menos te esperas, coge la vida y te sorprende.
Mi sorpresa fue cuando un viernes de tantos que venía Alberto a cuidarme al hospital, se sentó en la silla que estaba al lado de mi camilla, me cogió la mano y me confesó que llevaba toda la vida enamorado de mí, desde Primaria. Se lamentaba, lloraba a mi lado y se culpaba a sí mismo por no haber sido más valiente y habérmelo dicho antes, se culpaba por haber tenido que ocurrirme eso para sentirse capaz de vencer su timidez y gritar que me quería, que quería estar conmigo. Él rogaba que le estuviese escuchando, me decía que le diera alguna señal si lo estaba oyendo, pero en ese momento yo no lo oía.
Podía ver también cómo mis amigas los sábados por la tarde en vez de ir al cine o salir a cenar por ahí, venían a verme, me contaban los cotilleos del instituto, a veces montaban el cine en la habitación Leandra eras la que solía traer una peli de su casa (ya que era fanática del cine y su casa parecía un video club de tantas películas que tenía) y la ponían en el DVD de allí. Incluso, el día de mi cumpleaños me hicieron una fiesta en la habitación y me regalaron peluches que me los pusieron al lado de mi cama, para que me dieran fuerzas y me ayudaran a salir de esa situación tan lamentable.
También podía ver cómo mis dos hermanos mayores, Javier y Marta, me visitaban muy a menudo, casi que cuatro días por semana. Por lo que podía ver, creo que me dieron más cariño durante ese año que durante los otros 17 años que llevábamos bajo el mismo techo.
Sentía impotencia, quería salir de esa habitación, volver a la realidad con mi familia y amigos, sabía que ya no estaba en coma, y no podía soportar ver más, pero era algo que no controlaba yo. Mis padres me habían dicho lo bien que se habían portado todos conmigo después del accidente, pero nunca me habría imaginado que fuera tan exagerado. Ahí me daba cuenta de realmente quién era mi gente, y todo eso me hacía pensar que no había hecho suficiente para agradecérselo, quería correr hacia mis padres y hermanos, hacia Alberto, y hacia mis amigas y decirles que les quería, que eran lo mejor que me había pasado en la vida y que era la chica más afortunada por el hecho de tenerlos a mi lado.
Fue entonces cuando un zarandeo me devolvió a la realidad, me despertó mi madre que me cogía de los hombros y me movía de detrás hacia delante diciendo: ¡Olivia despierta! Solo es una pesadilla. Al ver que abrí los ojos, me preguntó que por qué estaba quejándome y sollozando mientras dormía en el sofá y yo le conté emocionada y confusa todo lo que había experimentado en esa especie de sueño que parecía realidad. Para mi sorpresa mi madre me dijo que durante el año del coma, todo había pasado tal cual se lo había descrito y las dos nos quedamos atónitas ante tal suceso tan extraño. Lo primero que hice fue abrazarla y llorar con ella. Luego corrí hacia mis hermanos y mi padre que estaban los cuatro en la cocina viendo un partido de fútbol mientras tomaban un aperitivo y me abalancé sobre ellos, daba gracias por tenerlos. Después sentí la necesidad de ir a casa de Alberto, me abrió la puerta su madre, cuando él me vio en la entrada de su casa esbozó una tierna e inofensiva sonrisa y cuando por fin me decidí a decirle que aceptaba salir con él, se quedó sin palabras y aunque intentó disimularlo, pude ver cómo dos lágrimas recorrían sus sonrosadas mejillas. No me sorprendió mucho aquella reacción porque como ya me había contado mi madre, el día que salí del coma, Alberto vino corriendo a visitarme, me preguntó si me acordaba de él y le contesté que no lo había visto en mi vida. Yo ahora no soy capaz de acordarme de eso y en ese momento era verdad que no sabía quién era Alberto, ni siquiera qué me había pasado, tenía muchas lagunas. Mi madre también me dijo que Alberto al oír eso se despidió de mí y con el alma partida salió de la habitación y desde entonces que mi madre no sabía nada de él. Le dije a Alberto que ahora sí que sabía lo que me dijo aquel viernes junto a mi cama de hospital. Desde ese día Alberto y yo salimos juntos.
Y ahora os dejo porque las obligaciones me llaman, tengo que dar de cenar y acostar a diez maravillosos niños africanos, os escribo mi pequeña experiencia desde Camerún, un país africano donde la pobreza abunda, los niños tienen como zapatillas botellas de plástico y apenas tienen ropa para vestirse. Las familias viven en chabolas que a la mínima que llueve les entra agua por el tejado. Tienen lo mínimo para comer y poder sobrevivir, pero debido a la poca higiene que hay cogen enfermedades y muchos acaban muriendo de eso porque aquí la sanidad es una miseria. Os será un poco chocante, pero al acabar 1º de bachiller con 18 años (después de haber perdido uno) he decidido venir aquí a pasar dos meses de mis vacaciones como misionera. Desde que salí del coma sentía la necesidad de hacer algo así, de sentirme realizada y ayudar a personas que realmente lo necesitan porque el accidente me hizo abrir los ojos. Y esta experiencia que estoy viviendo desde Camerún me está haciendo crecer mucho como persona. Te invito a que disfrutes de tu día a día al máximo y a que trates a los demás con el mismo cariño que el que te gustaría recibir de ellos, para eso no hace falta irse muy lejos ¡Hay miles de personas a tu alrededor que necesitan de tu ayuda!

Clara Blanes Mataix
1º Bachiller B