El
suelo en el que estoy sentada está frío. Apoyo las manos para
levantarme pero alguien me detiene, no parece una buena ocasión para
hacer esfuerzos. Mi percepción está algo alterada, miro a mi
alrededor y me encuentro a gente que supongo que son mis amigos,
aunque la idea de que la gente del suelo sea amiga mía no me agrada
del todo. Intento inspeccionar el cuarto en el que estoy, es una
habitación pequeña. Se oye el ruido de la calle que entra por el
balcón. El ruido me molesta más de lo que debería, me duele la
cabeza. ¿Qué me pasa? ¿Estoy enferma? Con las pocas fuerzas que
tengo me levanto apoyándome en la pared áspera de ladrillo.
Doy
un par de pasos, no sin tambalearme un poco, y veo a una chica
apoyada en la pared, con la vista ida y que murmura algo que no
consigo entender. Me mira, sonríe, pero no es una sonrisa real, sus
ojos me muestran todo el dolor que siente en estos momentos. Mi
primera reacción es compasión. La chica parece normal, o al menos
lo era antes de que las drogas hubieran conseguido dejarla con una
imagen distorsionada de la persona que en su día fue. Tiene los
pómulos muy marcados. Sus ojeras muestran varias noches sin dormir,
me pregunto que ha podido pasar para que una chica tan joven haya
acabado de esta forma. Le sonrío y ella me sonríe, de nuevo,
mecánicamente. Parece que necesita hablar con alguien así que me
acerco más a ella y ella hace lo mismo. Sus ojos son marrones. Los
miro más detenidamente y mi intuición es huir, dejar a la chica con
sus problemas en ese pasillo. Buscar a la familia que espero tener
todavía y pedirles ayuda. Pero la mirada de esa chica me dice sin
palabras que detrás hay un alma que quiere salir de ese cuerpo
devastado en el que está encerrada. Un ruido me saca del trance en
el que me he metido, parece que uno de mis compañeros ha puesto la
televisión. Les pido que no hagan tanto ruido y el más alto se
acerca a mí, me pone un brazo por encima de los hombros y me mira:
es mi novio. Cuando vuelvo a mirar a la chica la veo con mi
compañero. Estoy confusa, mi compañero sigue a mi lado. Así que la
vuelvo a observar y es ahora cuando me doy cuenta de que lo que he
estado mirando todo el rato no es otra cosa que mi reflejo. La
ansiedad me consume ¿en qué me he convertido? ¿Siempre he sido
así? Me falta la respiración, de golpe la habitación me parece
demasiado pequeña. Miro a mi novio, él me mira y sonríe, parece
feliz aunque la situación no parece real del todo. ¿Es todo esto un
sueño?
A
mi alrededor hay mucha más gente como yo. ¿Somos felices? No estoy
segura. ¿Somos infelices? Tampoco lo sé. Me vuelvo a centrar en mí
misma, los efectos de la heroína se me están pasando. Salgo a la
calle. La ciudad brilla. Es de noche, creo que la última vez que
salí a la calle también lo era. ¿Cuánto había estado en ese
piso? Nunca lo sabría. El tiempo hace mucho tiempo que dejó de
existir para mí. Tengo un rumbo fijado, las piernas me duelen aunque
sigo caminando, no tengo dinero para un taxi y la casa de mis padres
está lejos. Si me entretengo mucho se hará de día y mi padre ya se
habrá ido a trabajar.
Cuando
llego a casa me doy cuenta de lo cambiada que está. La casa de
madera de Buster no está. ¿Habría muerto mi perro y no lo había
sabido? Llamo a la puerta y mi madre abre vestida con una bata. Sus
ojos al verme muestran alegría, pero no una alegría normal. La
imagen de la Virgen María viendo a Jesús después de haber
resucitado de la que tanto me habían hablado en el colegio se me
viene a la cabeza. Deliro. Así es como creo que mi madre me mira,
como si hubiera vuelto de la muerte para decirle que me quedaba para
siempre junto a ella. Entré en casa y me senté en el sofá, vi las
gafas de mi hermano sobre la mesa. Hacía mucho que no lo veía,
ahora sería bastante mayor. Me había perdido, al menos, dos años
de su vida.
Escuché
la tos de mi padre detrás de mí. Es entonces cuando me vino una
sensación de vacío. Supe que lo peor estaba por venir. No veía en
los ojos de mi padre la alegría que en los de mi madre. Él pensaba
que llegaría, haría falsas promesas que jamás cumpliría y
volvería a la misma mierda de siempre. Esta vez era diferente. Esta
vez solo quería una oportunidad. Mi visión era distinta, no era
cuestión de rebeldía, era libertad. No haría todo lo que ellos
quisieran pero sí que tomaría mis decisiones con más conciencia de
la que había empleado estos años. Eso pensaba entonces. De nuevo.
Todo
mis esperanzas creadas se cayeron al suelo cuando mi padre dijo:
"Vete". Estoy segura de que nunca unas palabras habían
dolido tanto. O eso creo. Miro a mi madre, percibo su sufrimiento y
se me contagia, me apuñala, como si fuera una daga. ¿Es esto cosa
de eso que llaman karma? Por un segundo puedo sentir como todo el
daño que he causado se vuelve contra mí. "Papá, por favor"
-le suplico. No muestra dolor, ni compasión, solo desprecio y
decepción. Noto como la angustia me invade y una presión en mi
garganta me complica la respiración. No quiero sollozar como una
niña pero siento que me quiebro por dentro, jamás me había sentido
tan fuera de control. Creo. "Dadme algo de dinero" -consigo
decir. Pero entonces es cuando noto como el fino hilo de mi cordura
se rompe para siempre, de nuevo, cuando escucho: "Fuera".
Ahora es otra voz la que me habla, mi hermano se ha despertado y está
en el pasillo. Está mayor... Salgo por la puerta. Exploto, con todo
el dolor que tenía que salir. Noto una vibración que no consigo
apagar. Creo que he llegado a un grado de sufrimiento en el que nada
podría hacerme sentirme peor. Corro, pero a los pocos metros mi
cuerpo cae. Estoy tan débil física y mentalmente que solo puedo
llorar en el suelo mientras empiezo a temblar. Noto el sudor caliente
por mi espalda, pero al mismo tiempo tengo frío. La tristeza se
transforma en rabia que no puedo controlar, así que empiezo a gritar
y a gritar. La histeria se apodera de mí y es aquí cuando pierdo la
conciencia.
Noto
el corazón de mi madre y su respiración acompasada, está
tarareando una canción mientras me acuna como cuando era una niña
pequeña. No sé cómo he llegado al piso, mi novio me tiene entre
sus brazos, intentando relajarme. El dolor vuelve a emerger. El mundo
me había vuelto a abofetear con la realidad. El dolor era demasiado
intenso, así que cojo una jeringuilla y con un cinturón me aprieto
el brazo y gracias a este gesto, solo estoy yo, y estoy bien. Eso
creo. La respiración cada vez me va más lenta. No paro de oír a mi
novio aporrear la puerta de la habitación en la que me he encerrado,
es un sonido agradable. Me levanto como puedo, apoyándome en el
armario. Me siento sobre el marco de la ventana, con las piernas
rozando la fachada y respiro aunque me cuesta. Hay una niña en la
calle mirándome y me recuerda a mí, cuando era feliz e inocente. Un
soplo de viento mueve mi pelo, el aire parece fusionarse conmigo y me
noto, al igual que una mariposa, capaz de volar. Sé que no debería
tirarme, no puedo volar pero en estos momentos siento que puedo
empezar a batir mis alas y tocar las nubes. O eso creo en esos
momentos.
Pienso
un segundo, yo no quiero volar, solo quiero caer. Vuelvo a respirar,
me lleno de valor y salto mientras oigo a la gente desde la calle,
gritando… Estoy en el aire y el miedo se apodera de mí, no sé qué
he hecho. Quiero volver a los brazos de mi madre. No voy a sobrevivir
a la caída y me va a doler, mucho. ¡No quiero morir! Aunque solo
hay unos segundos entre el suelo y mi ventana, me da tiempo a
arrepentirme varias veces. El tiempo parece ir más lento. El pánico
cunde. Noto mis manos temblar, pero este temblor es diferente. Grito,
no me importa dejarme la voz, la garganta me arde como nunca lo ha
hecho, me muevo como si pudiera de esta forma conseguir evitar el
golpe. Recuerdo a mis padres, a mi hermano, a mi novio, a Buster...
Estoy a unos centímetros del suelo y siento el mayor pánico que
jamás nadie ha experimentado. O eso creo. Empiezo a torturarme, la
muerte cada vez está más cerca y no estoy preparada para irme con
ella. En apenas un segundo mi cuerpo empieza a sufrir el sudor frío.
El aire me azota la cara. La sensación de que era una mariposa ha
vuelto. Noto a mi madre que me acuna al compás de su respiración,
solo que esta vez no es mi madre, es la muerte la que me tranquiliza
entre sus brazos, dulce y serena, como –creo- sólo es ella…
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