Allá
por el siglo V a.C. había un hombre, uno de los hombres más
reputados de la sociedad en la ciudad en que vivía, un hombre de una
gran riqueza y de gran prestigio. Pero ese hombre lo último que
recuerda es estar siendo llevado a un acantilado por una gran
multitud de gente. Recuerda que días anteriores una mujer enferma se
presentó en su casa en busca de ayuda y que le invitó a entrar a su
hogar, dónde preparó un remedio casero que había pasado de
generación en generación. Recuerda que la llevó a una habitación
donde había una cama preparada junto al fuego para calentar la
habitación, que tumbó a la mujer en la cama y reposó durante un
par de días. Cuando ésta se recuperó todo el mundo quedó
sorprendido ya que había curado a una persona que estaba al borde de
la muerte. En aquel momento la religión era muy dogmática y
supersticiosa, cualquier suceso extraño se explicaba mediante
brujería y se sentenciaba a muerte sin miramientos. El obispo de la
ciudad quedó totalmente aterrado porque pensó que ese hombre que
había curado asombrosamente a esa mujer sería un hechicero, por lo
que se propagó el miedo por toda la ciudad. A partir de aquí
algunos propusieron que fuera lanzado por el acantilado para saber
realmente si era un hechicero o no.
Este
hombre recuerda los gritos de una multitud de gente aporreando su
puerta de roble macizo, recuerda la ira y el miedo en los ojos de
aquella multitud enfurecida. Entre la multitud reconoce a la chica
que había conseguido curar, en ella veía la preocupación y la
tristeza que sentía, por el hecho de que la salvara y no la dejara
tirada como otras personas habían hecho. Pero ahora estaba allí.
Entre aquella multitud de gente también podía reconocer al obispo
de la ciudad y a mucha más gente a la que había ayudado
anteriormente. En aquel momento ese hombre no entendía el motivo por
el que estaba sucediendo todo aquello. De pronto aquella multitud de
gente se paró repentinamente. En aquel momento ese hombre supo que
ya estaba al borde del acantilado. Recuerda cómo sin más dilación
el obispo se dispone a recitar un discurso en el cual menciona que
los actos de brujería están sentenciados con la pena de muerte, ya
que Dios lo quiere así y así se hará. Antes de ser lanzado por el
acantilado, el obispo dijo unas últimas palabras que se dirigía a
la multitud de gente que se encontraba en aquel momento: “la única
manera de saber si eres un hechicero o no es lanzándote al
acantilado, si sobrevives eres obra del Anticristo, pero si mueres,
morirás como buen cristiano y te acogerá la gracia de Dios”.
Después de recitar aquellas palabras, aquel hombre fue lanzado por
el acantilado. Pero aquel hombre, ese hombre ya no recuerda qué
pasó…
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada