…escritas
por los alumn@s de Psicopedagogía del IES Cotes Baixes (2014-2015).
I.
Aquel
día me levanté otra vez con magulladuras por todo el cuerpo, el amo
ayer volvió a beber… recuerdo cómo, cuando ya yacía en el suelo,
no paraba de darme patadas en las costillas y con una fusta de
caballo me… ¡Basta! Moví la cabeza para olvidar el recuerdo, con
mis piernas doloridas y la ayuda de mis brazos me levanté
lentamente.
Ezra
seguía durmiendo, le moví para despertarlo. Era mejor no llegar
tarde si no queríamos sufrir de nuevo los terribles castigos que el
gran hombre blanco daba. Cuando salimos nos encontramos con Scruffy,
un perro que siempre olisqueaba en la puerta esperándonos. Nos
seguía a todas partes. En verdad, ese perro desaliñado y Ezra era
lo único que tenía. Mi familia murió cuando arrasaron mi tribu una
mañana y ya no volví a ver a nadie conocido. Me quedaban vivos los
recuerdos de esa mañana y cuando la noche anterior, antes de
dormirme, mi madre me abrazó y me dio un beso en la frente. Si lo
hubiera sabido hubiera reconocido entonces ese momento como único.
Lo era.
Cuando
llegamos al campo cogimos nuestro saco para meter el algodón y
empezamos nuestro trabajo como todos los días. El amo llegó montado
encima de una yegua blanca preciosa, bajó y vino hacia nosotros.
Empezó a mirar los sacos para ver la cantidad que teníamos, reinaba
el silencio, el más mínimo gesto de descontento o desafío era
castigo severo, incluso pena de muerte. Cuando llegó cerca de un
esclavo de unos 50 años y vio que su bolsa no contenía mucho
algodón le pidió explicaciones. El hombre se excusó diciendo que
sentía un dolor horrible en la vejiga, que casi no se podía mover y
acto seguido estornudó, lo que hizo que un trozo de algodón saliera
volando y cayera en tierra mojada. El amo se rio, le toco el hombro y
dijo que no pasaba nada. Con la otra mano cogió el revólver y le
pegó un tiro en la sien. Así, sin más. El cuerpo cayó desplomado.
A continuación sacó su petaca, le pegó un trago y gritó: “Y
vosotros, negros de mierda, no vais a parar hasta que caiga el sol, y
se suspende el agua y comida hasta la noche”.
Cuando
el sol más ardía sobre mi negra piel, cuando el calor y la sed eran
más inaguantables, Ezra desesperado, vio como la yegua bebía de su
bebedor, se giró a mí y dijo: “No te preocupes, el amo ahora
estará durmiendo, voy a acercarme allí y beber, no puedo aguantar
mucho más… hay una taza de metal en las escaleras, la llenare y te
traeré agua aquí…” Le dije que estaba loco, que no lo hiciera,
que si le pasaba algo me quedaría totalmente sola, le cogí la mano
y le supliqué… él se giró, me miró a los ojos y simplemente
dijo: “Nunca te voy a dejar sola”. Me secó la lágrima que me
cayó con el dedo pulgar, me sonrió y se dirigió hacia el bebedero…
No podía contener mis nervios, le seguía con la mirada a cada paso,
vi que ya salía del campo de algodón, se arrastraba por delante del
gran perro del amo, que ahora mismo dormía profundamente, hizo un
último impulso y ahí estaba, en el bebedero… Metió directamente
la cabeza dentro y bebió hasta que ya no pudo más, me reí
inconscientemente, porque aquel niño siempre hacía lo que se
proponía. Desde lejos le sonreí y él me devolvió la sonrisa
contento. Cuando se dirigió a por el bote metálico, se dio cuenta
de que estaba Scruffy con un palo en la boca, como siempre quería
jugar… Ezra le dijo que no con la cabeza, pero el perro soltó el
palo y se puso a ladrar. Él, atemorizado, volvió lo más deprisa
que pudo pero una bala le atravesó el talón: cayó de bruces.
Cuando llegó el amo lo cogió del pie herido y le tiró el alcohol
de su petaca mientras con cara sádica le preguntaba si tenía más
sed… lo llevo arrastrando a la cabaña de tortura. Scruffy seguía
ladrando, lo que hizo que se llevara un tiro en la cabeza…
No
me lo podía creer, me había dejado sola, lo había hecho, no podía
dejar de llorar, me arrodillé y empecé a cogerme el pelo y a
gritar. Cuando agotada paré, oí los gritos escalofriantes de Ezra,
suplicando que parara, pidiendo que le matara, no podía quedarme ahí
escuchando eso. Así que fui corriendo a la cabaña, vi un palo por
el camino y lo cogí, entré y le di en la cabeza al amo con todas
mis fuerzas. Cayó en el suelo inconsciente. Miré a Ezra, su cuerpo,
lo que quedaba de él. Me di cuenta que era demasiado tarde, esos
ojos marrones que tantas veces había visto, que tantas veces me
habían sonreído… ahora estaban cerrados y sin vida.
Corrí
y corrí todo lo que pude hasta que acabé agotada tumbada debajo de
un árbol. Los siguientes días me los pasé totalmente escondida en
ese árbol, solo salía para beber el agua de los charcos y coger
bayas… Cuando una tarde estaba cogiendo bayas oí a unos caballos.
Vi al amo montado en su yegua, acercándose. El primer pensamiento
fue de rendición, ya está, se acabó, esperé a que una bala
atravesara mi cuerpo, pero no pasó, eso era un regalo que no me
haría.
Me
tiraron al suelo y me ataron los pies y manos, me llevaron así hasta
la cabaña, donde mi amo, me metió dentro de ella y me sentó donde
poco antes había muerto Ezra. Todavía quedaban restos de su sangre…
Me ató las manos y los pies, vi como cogía unos alicates y se
acercaba a mis uñas, empezó a arrancármelas una a una. Yo no podía
gritar más, era un dolor insoportable… Me marcó con un hierro al
rojo vivo, como al ganado, me cortó, me pegó, me violó, me hizo
todo lo que una mente enferma puede imaginar, y algunas cosas más…
y cuando en unos de mis últimos esfuerzos levanté la cabeza y vi su
cara le pedí por favor que me matara, se lo pedí a gritos, no tenía
a nadie, no me quedaba nada… Mis últimos segundos de vida se los
regalé a mi familia, a la sonrisa de mi madre, a mi tribu, a mis
vecinos, a mi querido amigo y compañero, incluso pensé en Scruffy.
Me despedí de este mundo con lágrimas… me fui como vine, desnuda,
ensangrentada, llorando y sin nada que me atara a este mundo, frío y
despiadado.
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