Era una mañana de sábado. Habitualmente estaba sólo en casa con mi madre, una mujer bajita, rellenita, con pelo castaño y mechas. Me levante sobre las nueve y media de la mañana.
-¿El papa aún no a llegado ? -le pregunté a mi madre.
-No, aún no ha venido -me dijo-, no se donde estará.
-Tengo un mal presentimiento –le dije.
-Yo también.
-Mamá, ayúdame a recoger la habitación.
-Venga, tira –me dijo con tono de cabreada.
Mientras mi madre estiraba las sábanas yo iba recogiendo los trastos.
Primero estiró las sábanas y luego las metió mientras yo ponía las cosas en las estanterías.
-Mamá, y ¿no estará en el bar de la tía?
-No, no creo –dijo ella.
Ella siguió haciendo la cama y yo recogiendo la habitación. Cuando acábamos apareció mi padre, un hombre alto y delgado con bastante carácter, pero en el fondo buena persona.
-Tú -le dijo mi madre- ¿Dónde estabas ?
- ¿Tú que crees? -le dijo con tono de mofa.
Estábamos en el salón, un espacio grande con un sofa y una gran televisión.
-Es que siempre estás igual -le dijo ella.
-Yo con mi dinero hago lo que me sale de los cojones -dijo él- si no, trabajar vosotros.
-Siempre haces lo mismo -le repetí yo con un gesto de suspiro- si no cambias tu actitud tendrás que buscarte otro lugar donde vivir.
-Me largaré si me da la gana –dijo.
-Ahora ¿qué comemos toda la semana? -le pregunté.
Mi madre ya desesperada se puso a llorar y a mí me supo mal.
- Ya veremos lo que comemos -la miré- tú no te preocupes.
Mi padre buscaba pelea con mi madre. Se abalanzó sobre ella para pegarle y me metí por medio.
- ¿Qué coño haces? -le dije.
-Déjame que como la pille...
Yo le pegué un empujón.
-Ya te puedes ir a la cama -le dije gritando.
Él se levantó e hizo lo que le dije.
Su habitación era oscura y grande, con una cama de matrimonio y dos mesitas de noche.
Entré a la habitación y le dije que cuando se levantara ya hablaríamos.
Mi madre puso una sartén con aceite de oliva y echó unas patatas; cuando ya estaban hechas las sacó e hizo los huevos.
Cuando nos pusimos a comer salió mi padre de la habitación.
- Tú ya puedes sentarte -le dije-. Esto se ha acabado. Como vuelvas a gastarte el jornal tendrás que buscarte otra casa.
– No te preocupes -me dijo con voz arrepentida- no volveré a pisar el bar.
-A ver si es verdad –le dijo mi madre con voz dolida y sin mirarlo.
Cuando acabó el dia, sentados en la mesa para cenar, entre risas y comentarios alegres, me di cuenta que lo que había sucedido a mediodía era ya agua pasada.
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