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dimecres, 6 de maig del 2015
dijous, 23 d’abril del 2015
Historias sin final feliz
…escritas
por los alumn@s de Psicopedagogía del IES Cotes Baixes (2014-2015).
I.
Aquel
día me levanté otra vez con magulladuras por todo el cuerpo, el amo
ayer volvió a beber… recuerdo cómo, cuando ya yacía en el suelo,
no paraba de darme patadas en las costillas y con una fusta de
caballo me… ¡Basta! Moví la cabeza para olvidar el recuerdo, con
mis piernas doloridas y la ayuda de mis brazos me levanté
lentamente.
Ezra
seguía durmiendo, le moví para despertarlo. Era mejor no llegar
tarde si no queríamos sufrir de nuevo los terribles castigos que el
gran hombre blanco daba. Cuando salimos nos encontramos con Scruffy,
un perro que siempre olisqueaba en la puerta esperándonos. Nos
seguía a todas partes. En verdad, ese perro desaliñado y Ezra era
lo único que tenía. Mi familia murió cuando arrasaron mi tribu una
mañana y ya no volví a ver a nadie conocido. Me quedaban vivos los
recuerdos de esa mañana y cuando la noche anterior, antes de
dormirme, mi madre me abrazó y me dio un beso en la frente. Si lo
hubiera sabido hubiera reconocido entonces ese momento como único.
Lo era.
Cuando
llegamos al campo cogimos nuestro saco para meter el algodón y
empezamos nuestro trabajo como todos los días. El amo llegó montado
encima de una yegua blanca preciosa, bajó y vino hacia nosotros.
Empezó a mirar los sacos para ver la cantidad que teníamos, reinaba
el silencio, el más mínimo gesto de descontento o desafío era
castigo severo, incluso pena de muerte. Cuando llegó cerca de un
esclavo de unos 50 años y vio que su bolsa no contenía mucho
algodón le pidió explicaciones. El hombre se excusó diciendo que
sentía un dolor horrible en la vejiga, que casi no se podía mover y
acto seguido estornudó, lo que hizo que un trozo de algodón saliera
volando y cayera en tierra mojada. El amo se rio, le toco el hombro y
dijo que no pasaba nada. Con la otra mano cogió el revólver y le
pegó un tiro en la sien. Así, sin más. El cuerpo cayó desplomado.
A continuación sacó su petaca, le pegó un trago y gritó: “Y
vosotros, negros de mierda, no vais a parar hasta que caiga el sol, y
se suspende el agua y comida hasta la noche”.
Cuando
el sol más ardía sobre mi negra piel, cuando el calor y la sed eran
más inaguantables, Ezra desesperado, vio como la yegua bebía de su
bebedor, se giró a mí y dijo: “No te preocupes, el amo ahora
estará durmiendo, voy a acercarme allí y beber, no puedo aguantar
mucho más… hay una taza de metal en las escaleras, la llenare y te
traeré agua aquí…” Le dije que estaba loco, que no lo hiciera,
que si le pasaba algo me quedaría totalmente sola, le cogí la mano
y le supliqué… él se giró, me miró a los ojos y simplemente
dijo: “Nunca te voy a dejar sola”. Me secó la lágrima que me
cayó con el dedo pulgar, me sonrió y se dirigió hacia el bebedero…
No podía contener mis nervios, le seguía con la mirada a cada paso,
vi que ya salía del campo de algodón, se arrastraba por delante del
gran perro del amo, que ahora mismo dormía profundamente, hizo un
último impulso y ahí estaba, en el bebedero… Metió directamente
la cabeza dentro y bebió hasta que ya no pudo más, me reí
inconscientemente, porque aquel niño siempre hacía lo que se
proponía. Desde lejos le sonreí y él me devolvió la sonrisa
contento. Cuando se dirigió a por el bote metálico, se dio cuenta
de que estaba Scruffy con un palo en la boca, como siempre quería
jugar… Ezra le dijo que no con la cabeza, pero el perro soltó el
palo y se puso a ladrar. Él, atemorizado, volvió lo más deprisa
que pudo pero una bala le atravesó el talón: cayó de bruces.
Cuando llegó el amo lo cogió del pie herido y le tiró el alcohol
de su petaca mientras con cara sádica le preguntaba si tenía más
sed… lo llevo arrastrando a la cabaña de tortura. Scruffy seguía
ladrando, lo que hizo que se llevara un tiro en la cabeza…
No
me lo podía creer, me había dejado sola, lo había hecho, no podía
dejar de llorar, me arrodillé y empecé a cogerme el pelo y a
gritar. Cuando agotada paré, oí los gritos escalofriantes de Ezra,
suplicando que parara, pidiendo que le matara, no podía quedarme ahí
escuchando eso. Así que fui corriendo a la cabaña, vi un palo por
el camino y lo cogí, entré y le di en la cabeza al amo con todas
mis fuerzas. Cayó en el suelo inconsciente. Miré a Ezra, su cuerpo,
lo que quedaba de él. Me di cuenta que era demasiado tarde, esos
ojos marrones que tantas veces había visto, que tantas veces me
habían sonreído… ahora estaban cerrados y sin vida.
Corrí
y corrí todo lo que pude hasta que acabé agotada tumbada debajo de
un árbol. Los siguientes días me los pasé totalmente escondida en
ese árbol, solo salía para beber el agua de los charcos y coger
bayas… Cuando una tarde estaba cogiendo bayas oí a unos caballos.
Vi al amo montado en su yegua, acercándose. El primer pensamiento
fue de rendición, ya está, se acabó, esperé a que una bala
atravesara mi cuerpo, pero no pasó, eso era un regalo que no me
haría.
Me
tiraron al suelo y me ataron los pies y manos, me llevaron así hasta
la cabaña, donde mi amo, me metió dentro de ella y me sentó donde
poco antes había muerto Ezra. Todavía quedaban restos de su sangre…
Me ató las manos y los pies, vi como cogía unos alicates y se
acercaba a mis uñas, empezó a arrancármelas una a una. Yo no podía
gritar más, era un dolor insoportable… Me marcó con un hierro al
rojo vivo, como al ganado, me cortó, me pegó, me violó, me hizo
todo lo que una mente enferma puede imaginar, y algunas cosas más…
y cuando en unos de mis últimos esfuerzos levanté la cabeza y vi su
cara le pedí por favor que me matara, se lo pedí a gritos, no tenía
a nadie, no me quedaba nada… Mis últimos segundos de vida se los
regalé a mi familia, a la sonrisa de mi madre, a mi tribu, a mis
vecinos, a mi querido amigo y compañero, incluso pensé en Scruffy.
Me despedí de este mundo con lágrimas… me fui como vine, desnuda,
ensangrentada, llorando y sin nada que me atara a este mundo, frío y
despiadado.
Historias sin final feliz (II)
El
suelo en el que estoy sentada está frío. Apoyo las manos para
levantarme pero alguien me detiene, no parece una buena ocasión para
hacer esfuerzos. Mi percepción está algo alterada, miro a mi
alrededor y me encuentro a gente que supongo que son mis amigos,
aunque la idea de que la gente del suelo sea amiga mía no me agrada
del todo. Intento inspeccionar el cuarto en el que estoy, es una
habitación pequeña. Se oye el ruido de la calle que entra por el
balcón. El ruido me molesta más de lo que debería, me duele la
cabeza. ¿Qué me pasa? ¿Estoy enferma? Con las pocas fuerzas que
tengo me levanto apoyándome en la pared áspera de ladrillo.
Doy
un par de pasos, no sin tambalearme un poco, y veo a una chica
apoyada en la pared, con la vista ida y que murmura algo que no
consigo entender. Me mira, sonríe, pero no es una sonrisa real, sus
ojos me muestran todo el dolor que siente en estos momentos. Mi
primera reacción es compasión. La chica parece normal, o al menos
lo era antes de que las drogas hubieran conseguido dejarla con una
imagen distorsionada de la persona que en su día fue. Tiene los
pómulos muy marcados. Sus ojeras muestran varias noches sin dormir,
me pregunto que ha podido pasar para que una chica tan joven haya
acabado de esta forma. Le sonrío y ella me sonríe, de nuevo,
mecánicamente. Parece que necesita hablar con alguien así que me
acerco más a ella y ella hace lo mismo. Sus ojos son marrones. Los
miro más detenidamente y mi intuición es huir, dejar a la chica con
sus problemas en ese pasillo. Buscar a la familia que espero tener
todavía y pedirles ayuda. Pero la mirada de esa chica me dice sin
palabras que detrás hay un alma que quiere salir de ese cuerpo
devastado en el que está encerrada. Un ruido me saca del trance en
el que me he metido, parece que uno de mis compañeros ha puesto la
televisión. Les pido que no hagan tanto ruido y el más alto se
acerca a mí, me pone un brazo por encima de los hombros y me mira:
es mi novio. Cuando vuelvo a mirar a la chica la veo con mi
compañero. Estoy confusa, mi compañero sigue a mi lado. Así que la
vuelvo a observar y es ahora cuando me doy cuenta de que lo que he
estado mirando todo el rato no es otra cosa que mi reflejo. La
ansiedad me consume ¿en qué me he convertido? ¿Siempre he sido
así? Me falta la respiración, de golpe la habitación me parece
demasiado pequeña. Miro a mi novio, él me mira y sonríe, parece
feliz aunque la situación no parece real del todo. ¿Es todo esto un
sueño?
A
mi alrededor hay mucha más gente como yo. ¿Somos felices? No estoy
segura. ¿Somos infelices? Tampoco lo sé. Me vuelvo a centrar en mí
misma, los efectos de la heroína se me están pasando. Salgo a la
calle. La ciudad brilla. Es de noche, creo que la última vez que
salí a la calle también lo era. ¿Cuánto había estado en ese
piso? Nunca lo sabría. El tiempo hace mucho tiempo que dejó de
existir para mí. Tengo un rumbo fijado, las piernas me duelen aunque
sigo caminando, no tengo dinero para un taxi y la casa de mis padres
está lejos. Si me entretengo mucho se hará de día y mi padre ya se
habrá ido a trabajar.
Cuando
llego a casa me doy cuenta de lo cambiada que está. La casa de
madera de Buster no está. ¿Habría muerto mi perro y no lo había
sabido? Llamo a la puerta y mi madre abre vestida con una bata. Sus
ojos al verme muestran alegría, pero no una alegría normal. La
imagen de la Virgen María viendo a Jesús después de haber
resucitado de la que tanto me habían hablado en el colegio se me
viene a la cabeza. Deliro. Así es como creo que mi madre me mira,
como si hubiera vuelto de la muerte para decirle que me quedaba para
siempre junto a ella. Entré en casa y me senté en el sofá, vi las
gafas de mi hermano sobre la mesa. Hacía mucho que no lo veía,
ahora sería bastante mayor. Me había perdido, al menos, dos años
de su vida.
Escuché
la tos de mi padre detrás de mí. Es entonces cuando me vino una
sensación de vacío. Supe que lo peor estaba por venir. No veía en
los ojos de mi padre la alegría que en los de mi madre. Él pensaba
que llegaría, haría falsas promesas que jamás cumpliría y
volvería a la misma mierda de siempre. Esta vez era diferente. Esta
vez solo quería una oportunidad. Mi visión era distinta, no era
cuestión de rebeldía, era libertad. No haría todo lo que ellos
quisieran pero sí que tomaría mis decisiones con más conciencia de
la que había empleado estos años. Eso pensaba entonces. De nuevo.
Todo
mis esperanzas creadas se cayeron al suelo cuando mi padre dijo:
"Vete". Estoy segura de que nunca unas palabras habían
dolido tanto. O eso creo. Miro a mi madre, percibo su sufrimiento y
se me contagia, me apuñala, como si fuera una daga. ¿Es esto cosa
de eso que llaman karma? Por un segundo puedo sentir como todo el
daño que he causado se vuelve contra mí. "Papá, por favor"
-le suplico. No muestra dolor, ni compasión, solo desprecio y
decepción. Noto como la angustia me invade y una presión en mi
garganta me complica la respiración. No quiero sollozar como una
niña pero siento que me quiebro por dentro, jamás me había sentido
tan fuera de control. Creo. "Dadme algo de dinero" -consigo
decir. Pero entonces es cuando noto como el fino hilo de mi cordura
se rompe para siempre, de nuevo, cuando escucho: "Fuera".
Ahora es otra voz la que me habla, mi hermano se ha despertado y está
en el pasillo. Está mayor... Salgo por la puerta. Exploto, con todo
el dolor que tenía que salir. Noto una vibración que no consigo
apagar. Creo que he llegado a un grado de sufrimiento en el que nada
podría hacerme sentirme peor. Corro, pero a los pocos metros mi
cuerpo cae. Estoy tan débil física y mentalmente que solo puedo
llorar en el suelo mientras empiezo a temblar. Noto el sudor caliente
por mi espalda, pero al mismo tiempo tengo frío. La tristeza se
transforma en rabia que no puedo controlar, así que empiezo a gritar
y a gritar. La histeria se apodera de mí y es aquí cuando pierdo la
conciencia.
Noto
el corazón de mi madre y su respiración acompasada, está
tarareando una canción mientras me acuna como cuando era una niña
pequeña. No sé cómo he llegado al piso, mi novio me tiene entre
sus brazos, intentando relajarme. El dolor vuelve a emerger. El mundo
me había vuelto a abofetear con la realidad. El dolor era demasiado
intenso, así que cojo una jeringuilla y con un cinturón me aprieto
el brazo y gracias a este gesto, solo estoy yo, y estoy bien. Eso
creo. La respiración cada vez me va más lenta. No paro de oír a mi
novio aporrear la puerta de la habitación en la que me he encerrado,
es un sonido agradable. Me levanto como puedo, apoyándome en el
armario. Me siento sobre el marco de la ventana, con las piernas
rozando la fachada y respiro aunque me cuesta. Hay una niña en la
calle mirándome y me recuerda a mí, cuando era feliz e inocente. Un
soplo de viento mueve mi pelo, el aire parece fusionarse conmigo y me
noto, al igual que una mariposa, capaz de volar. Sé que no debería
tirarme, no puedo volar pero en estos momentos siento que puedo
empezar a batir mis alas y tocar las nubes. O eso creo en esos
momentos.
Pienso
un segundo, yo no quiero volar, solo quiero caer. Vuelvo a respirar,
me lleno de valor y salto mientras oigo a la gente desde la calle,
gritando… Estoy en el aire y el miedo se apodera de mí, no sé qué
he hecho. Quiero volver a los brazos de mi madre. No voy a sobrevivir
a la caída y me va a doler, mucho. ¡No quiero morir! Aunque solo
hay unos segundos entre el suelo y mi ventana, me da tiempo a
arrepentirme varias veces. El tiempo parece ir más lento. El pánico
cunde. Noto mis manos temblar, pero este temblor es diferente. Grito,
no me importa dejarme la voz, la garganta me arde como nunca lo ha
hecho, me muevo como si pudiera de esta forma conseguir evitar el
golpe. Recuerdo a mis padres, a mi hermano, a mi novio, a Buster...
Estoy a unos centímetros del suelo y siento el mayor pánico que
jamás nadie ha experimentado. O eso creo. Empiezo a torturarme, la
muerte cada vez está más cerca y no estoy preparada para irme con
ella. En apenas un segundo mi cuerpo empieza a sufrir el sudor frío.
El aire me azota la cara. La sensación de que era una mariposa ha
vuelto. Noto a mi madre que me acuna al compás de su respiración,
solo que esta vez no es mi madre, es la muerte la que me tranquiliza
entre sus brazos, dulce y serena, como –creo- sólo es ella…
Historias sin final feliz (III)
Otro
día más de lluvia salía a por mi hermana pequeña. Iba por la
calle, oscurecida a consecuencia de los nubarrones negros. Llegaba
tarde como la mayoría de días, así que caminaba deprisa. Las gotas
me caían por la cara, el viento movía mi pelo, la ropa se me iba
apegando conforme más mojada estaba. Un coche paró en medio de la
calle impidiéndome el paso. Solté un insulto y un chico alto bajó
del coche cabreado pero con aspecto divertido: estaba jugando a algo.
Le dije que no se acercara a mí, pero no me hacía caso y poco a
poco iba avanzando diciendo con sarcasmo: ''¿Segura?''... Empecé a
ponerme nerviosa, me estaba empezando a costar respirar y en mi mente
solo veía la imagen de mi hermana sola, esperando mi llegada. Me
puse tensa e intenté huir corriendo, el chico salió corriendo
detrás mía hasta que me cogió del brazo y me pegó en la cabeza
con algo muy duro. Creo que era algo metálico, el choque con mi piel
fue realmente doloroso. Noté como salía un poco de sangre y me
quedé inconsciente.
Cuando
volví a abrir los ojos el dolor de cabeza era insufrible, me sentía
morir cada vez que intentaba levantarme. Intenté situarme y vi que
estaba en una habitación oscura y pequeña. Olía a humedad y era
muy fría. Las paredes eran de una piedra grisácea que no recordaba
haber visto en anterioridad. Estaba completamente vacía, sin ninguna
entrada de luz excepto una ventana minúscula en la parte superior de
una de las paredes. El suelo, que era del mismo material que las
paredes, congelaba mi piel y me hacia encogerme cada vez más y
más... Me puse a llorar... Pensaba más en mi hermana que en mí y,
por mucho que quisiera, no podía hacer nada. Intentar salir era
inútil, la puerta estaba cerrada con llave y la ventada, a parte de
estar situada en una parte bastante elevada, solo dejaría pasar a
alguien con el tamaño similar al de un gato. Era como una pequeña
celda, pero sin absolutamente nada: las paredes y yo. Todavía
llovía, podía oír como las gotas chocaban con el suelo de la
calle, como de vez en cuando un rayo rompía el silencio del momento.
Era lo único que me tranquilizaba un poco, me hacía recordar las
tardes en las que jugaba con mi hermana en el parque dejándonos
mojar por la lluvia, era lo que más nos gustaba, nos hacia sentir
completamente libres, nos daba la oportunidad de estar en paz y
soñar... Empecé a pegar vueltas por la habitación hasta que un
chico al que no había visto nunca entró. Era alto, rubio, robusto y
de piel blanca. En él asomaba una sonrisa maliciosa... me hizo salir
de la habitación. Cuando salí, aunque con un poco de dificultad, vi
a dos chicos más, cada uno me transmitía más miedo que el
anterior, pero no conseguía ver al que me había pegado. Me tiraron
al suelo y me ataron. Era una cuerda áspera y dura que me rozaba por
todas partes y me hacía marcas, me dolía mucho pero intentaba
aparentar ser fuerte... No sé si lo conseguía.
El
suelo estaba sucio, mojado, creo que por alguna copa caída de
alcohol. Se reían mientras daban ideas de qué hacer conmigo. Uno
quería matarme, otro violarme y los otros dos ambas cosas. La cara,
mojada por las lágrimas, intentaba mantenerla impasible. Se oyó un
ruido muy fuerte y todos callaron. Vi cómo se acercaba el chico de
la calle. Era moreno de ojos verdes, me cogió por la cuerda y me
sentó en una silla mientras insultaba a sus amigos. Me dijo que todo
podía acabar bien si yo luego no contaba nada del buen rato que
íbamos a pasar. Tenía una voz profunda, hacía que mis pelos se
pusieran de punta, todo mi cuerpo se ponía alerta cuando hablaba.
Temblaba de miedo. Me quedé mirándole sin decir nada, apretando los
dientes fuerte para no empezar a llorar. Se cabreó conmigo y me
llevó a la habitación prácticamente a rastras. Una vez allí les
dijo a los otros que nos dejaran solos un rato. Estábamos los dos,
yo todavía atada y él con cara de diversión... Se sentó delante
mía y se quedó mirándome durante un instante efímero. De repente,
me arrancó la camiseta y no pude evitar soltar un pequeño grito y
ponerme a llorar. No quería que aquello pasara y no podía hacer
nada para evitarlo. Sentí sus manos frías en la espalda y cerré
los ojos fuerte mientras lloraba amargamente...
Al
día siguiente entre todos decidieron que no saldría nunca de ese
horrible lugar. Me dijeron que me iban a matar y me preguntaron
directamente de qué manera prefería morir. Solo fui capaz de romper
a llorar. ¿Que qué sentía? ¿Miedo? ¿Rabia? ¿Impotencia? ¿Dolor?
Realmente qué más da. El caso es que nunca más salí de allí...
¿Qué sería de mi hermana?
Historias sin final feliz (IV)
Año
1540, una familia de campesinos vivía felizmente no muy lejos de una
pequeña aldea. No tenían grandes riquezas pero se tenían los unos
a los otros, y eso podía con cualquier cosa. La familia se componía
de los abuelos maternos, Melchor y Catalina, después estaban los
padres Francisco y Carmen, y cinco hermanos de la cual yo era la
mayor de todos.
Los
días empezaban muy temprano, había mucho trabajo por hacer,
teníamos que ordeñar a los animales, limpiar los establos, cultivar
los campos, y muchas cosas más, pues de ello dependía el bienestar
familiar. Yo tan solo contaba con 16 años, pero tenía unas grandes
responsabilidades de adulto. Pero no me importaba porque yo adoraba a
mis hermanos, de menor a mayor estaban, Nicolás, Candela, Máximo,
Alba y finalmente yo. Yo tenía especial predilección por la pequeña
Candela, tan solo contaba con 4 añitos, pero era tan dulce
despertarme junto a ella todos los días… me seguía a todas partes
con esa carita sonrosada, sus rizos rubios como el trigo, sus ojos
verdes de gatita, era mi pequeña adorada.
Un
día llegó una siniestra comitiva a nuestras tierras, nos pidieron
agua, comida y cobijo. Nosotros, como buenos cristianos, les
ofrecimos todo lo que pudimos, lo cual no eran mucho. La abuela
Catalina mató a una gallina y preparó un buen caldo para agasajar a
los visitantes. Iban más tapados de lo normal, pero según pasaban
los minutos nos dimos cuenta de que estaban heridos, tenían heridas
pululando y eran muy desagradables a la vista. Preguntamos qué les
ocurría, y nos dijeron que en su aldea había mucha gente afectada,
que la guardia real lo quemó todo y ellos salieron huyendo. Al resto
de la aldea masacrada, se los llevaron Dios sabe dónde, pues tenían
esa extraña enfermedad: la peste.
Mis
abuelos y mis padres se miraron entre ellos, temiendo por lo que
estaban escuchando y les pidieron muy amablemente que terminaran la
sopa y continuaran su camino, temiendo que no fuera demasiado tarde
para verse afectados por la terrible enfermedad. Cuando salieron de
casa intentamos quemar y desinfectar con el jabón que hacia la
abuela Catalina todo lo que habían tocado, y pensamos que ya estaba
todo solucionado con la limpieza.
¡Horror!
Al cabo de unos días la niña de mis ojos, mi pequeña Candela, me
enseñó su pequeña manita en la que aparecían unas pequeñas
erupciones… ¡Dios mío, no por favor! ¿Por qué a Candela? ¿Por
qué no a mí? Sabiendo de la gravedad de la enfermedad decidimos
aislar a la pequeña para no poner en peligro a la familia y
rápidamente me ofrecí voluntaria para cuidar de ella, yo tenía
pánico de contagiarme de esa asquerosa enfermedad, pero más
terrible era pensar que podía perder a mi ángel encarnado.
Pasaban
los días, mi pequeña hermanita iba enfermando, tenía unas fiebres
muy altas, su piel se iba deshaciendo, se le caía a trocitos, no
podía soportarlo, yo la acurrucaba entre mis brazos, le daba todo el
amor que podía, milagrosamente yo no estaba contagiada pero no me
atrevía a entrar en casa por precaución. Finalmente mi hermana cayó
en una somnolencia continua debido a la fiebre y una noche de
tormenta dejó de respirar entre mis brazos, no podía soportar tanto
dolor, eran como puñaladas, estaba dispuesta a sacrificarme por mi
hermana, pero no puede hacer nada más por ella. Murió entre mis
brazos y, con ella, una parte de mí.
Historias sin final feliz (V)
Allá
por el siglo V a.C. había un hombre, uno de los hombres más
reputados de la sociedad en la ciudad en que vivía, un hombre de una
gran riqueza y de gran prestigio. Pero ese hombre lo último que
recuerda es estar siendo llevado a un acantilado por una gran
multitud de gente. Recuerda que días anteriores una mujer enferma se
presentó en su casa en busca de ayuda y que le invitó a entrar a su
hogar, dónde preparó un remedio casero que había pasado de
generación en generación. Recuerda que la llevó a una habitación
donde había una cama preparada junto al fuego para calentar la
habitación, que tumbó a la mujer en la cama y reposó durante un
par de días. Cuando ésta se recuperó todo el mundo quedó
sorprendido ya que había curado a una persona que estaba al borde de
la muerte. En aquel momento la religión era muy dogmática y
supersticiosa, cualquier suceso extraño se explicaba mediante
brujería y se sentenciaba a muerte sin miramientos. El obispo de la
ciudad quedó totalmente aterrado porque pensó que ese hombre que
había curado asombrosamente a esa mujer sería un hechicero, por lo
que se propagó el miedo por toda la ciudad. A partir de aquí
algunos propusieron que fuera lanzado por el acantilado para saber
realmente si era un hechicero o no.
Este
hombre recuerda los gritos de una multitud de gente aporreando su
puerta de roble macizo, recuerda la ira y el miedo en los ojos de
aquella multitud enfurecida. Entre la multitud reconoce a la chica
que había conseguido curar, en ella veía la preocupación y la
tristeza que sentía, por el hecho de que la salvara y no la dejara
tirada como otras personas habían hecho. Pero ahora estaba allí.
Entre aquella multitud de gente también podía reconocer al obispo
de la ciudad y a mucha más gente a la que había ayudado
anteriormente. En aquel momento ese hombre no entendía el motivo por
el que estaba sucediendo todo aquello. De pronto aquella multitud de
gente se paró repentinamente. En aquel momento ese hombre supo que
ya estaba al borde del acantilado. Recuerda cómo sin más dilación
el obispo se dispone a recitar un discurso en el cual menciona que
los actos de brujería están sentenciados con la pena de muerte, ya
que Dios lo quiere así y así se hará. Antes de ser lanzado por el
acantilado, el obispo dijo unas últimas palabras que se dirigía a
la multitud de gente que se encontraba en aquel momento: “la única
manera de saber si eres un hechicero o no es lanzándote al
acantilado, si sobrevives eres obra del Anticristo, pero si mueres,
morirás como buen cristiano y te acogerá la gracia de Dios”.
Después de recitar aquellas palabras, aquel hombre fue lanzado por
el acantilado. Pero aquel hombre, ese hombre ya no recuerda qué
pasó…
Historias fin final feliz (VI)
En
las entrañas del barco que llevaba a la corte del Rey Luis XVI, se
encontraba una joven prisionera de 16 años. Esta joven era hija de
unos campesinos acostumbrados al sufrimiento, al hambre y al frío
producido por las malas cosechas que durante varios años azotaron el
país. Los padres cayeron enfermos por la peste lo cual hizo que ella
tuviera que trabajar desde los 10 años para poder pagar los
impuestos que la familia no podía asumir.
La
pobre muchacha sufría día tras día, mientras veía como sus padres
iban perdiendo la vida sin que ella pudiera ayudarles, pues el poco
dinero que podía recaudar era depositado en las arcas de los nobles
en cuyas tierras vivían. El trabajo que realizaba la pobre niña era
muy penoso. No poseía más que unos harapos para cubrir su cuerpo y
por calzado llevaba unos trapos atados a los tobillos. Debía recoger
las cosechas de los campos bajo el tiempo invernal y llevarla al
granero de la gran casa, donde a cambio de daban un mendrugo de pan y
un trozo de queso con el que alimentaba su pequeño cuerpo y guardaba
un pedazo para sus padres. En alguna ocasión cuando la cosecha no
era todo lo buena que los señores feudales esperaban, la pobre niña
recibía un azote por cada año que tenía.
Sus
padres murieron sin que ella pudiera verlos, pues mientras trabajaba
la pequeña en los campos, se llevaron los cadáveres de sus padres a
la fosa común del cementerio. Nada más llegar a casa y ver que sus
padres no estaban, solo pudo llorar y llorar pensando en su triste
vida, sola y sin familia, pensaba que no podría hacerle frente a la
vida, que no podría vivir sola, sin nadie…
Así
fueron pasando los años hasta que un día pensó en marcharse, dejar
de sufrir y así poder encontrar otra manera de vivir, encontrar su
propio yo y ser feliz. Tras varios días de deambular por los
horribles campos y pueblos desérticos, tras pasar noches en vela sin
poder dormir debido al frío, tenía unos pies repletos de llagas
sangrantes y un cuerpo tan delgado y cansado que apenas podía
mantenerse de pie.
Una
tarde, derrotada, se puso a descansar a los pies de un árbol y unos
bandoleros que pasaron por ahí la raptaron para venderla como
esclava. La metieron en una jaula con otros humanos de todo tipo de
edades para poder comerciar con ellos. Así acabó vendida a uno de
los guardianes de los prisioneros que abastecían las galeras de los
barcos reales. Paso años dándole vueltas a los remos… Y así
hasta que no pudo remar más. Murió con dolores terribles, con un
terrible sufrimiento que esperaría no volver a sufrir nunca más…
Historias sin final feliz (VII)
Nací
en un precioso castillo, rodeado por un inmenso lago de agua
cristalina y altas montañas, la única entrada a este reino era un
largo puente hasta el bosque. Pero incluso estando rodeada de lujos y
sirvientes no todo es tan perfecto, todo ese mundo de fantasía
podría llegar a su fin antes del atardecer. Mi reino se encuentra en
guerra, y el rey, mi marido, ha muerto en la batalla, así que la
responsabilidad de los siguientes movimientos recaen sobre mí, yo
soy la responsable de que mi pueblo siga en pie o muera hoy mismo.
Empiezo a ver a los soldados en el horizonte acercándose a través
de la ventana, pero ¿qué debo hacer? Me encuentro en la sala de
reuniones donde tantas veces se había reunido mi marido, a mi
alrededor se encuentran los más fieles consejeros del reino y los
más valientes nobles. Se abre la puerta y me alertan de que son
mucho más numerosos de lo que pensábamos, tengo que tomar una
decisión y hacer una buena jugada, y lo tengo que hacer ya…
Obviamente no podemos atacar de frente, así que, habrá que preparar
una buena emboscada, atacaremos desde arriba de las colinas justo
antes de que lleguen al bosque, sí eso será lo mejor.
Ya
estamos listos, un gran ejército armado, se dirige hacia el campo de
batalla. Sin embargo, antes de que lleguemos a la colina, el enemigo
nos asalta por sorpresa, se habían preparado muy bien, conocían el
terreno de juego. Veo la sangre roja derramándose de mis soldados,
no puedo permitir esto, debo proteger a mi pueblo y a mi familia,
tenemos que resistir hasta que quede el último de nosotros. Pero de
repente una flecha me alcanza atravesándome el estómago y caigo del
caballo, rápidamente me arranco la flecha y sigo luchando, pero una
segunda flecha me atraviesa, y vuelvo a caer… En el suelo, mientras
doy mis últimas respiraciones, el tiempo se para, no soy consciente
de lo que ocurre a mi alrededor, giro la cabeza hacia mi hogar y veo
como se acercan, todo esto ha sido culpa mía, si hubiera elegido la
opción correcta quizá no hubiera pasado nada de esto…
Historia sin final feliz (VIII)
Estoy
en un orfanato, soy el mayor de un grupo de niños... Por unas horas
nos han dejado solos y, como siempre, me quedo de responsable por si
a los más pequeños les pasa algo. En la planta baja están las
monjas haciendo la comida, probablemente lentejas o algún potaje…
un olor desagradable llega hasta aquí. Está claro que nadie espera
grandes manjares de un sitio como éste… Nadie espera juguetes con
los que jugar aquí… tenemos una peonza y poco más. Pero eso no
evitaba que el ruido inunde las cuatro paredes en las que nos
encontramos. Gritos, discusiones y demás se quedan en nada tras un
sonido. Dos disparos. Solo con dos disparos todos dejamos lo que
tenemos entre manos y reina el silencio. Tomo la iniciativa y dejo a
Manuel al mando del resto para así ir a ver qué ha pasado. Voy a
las escalera y esto es lo que veo: los cuerpos de María y Lucía.
María, la corpulenta dueña de la cocina, tiene marcas en el cuerpo.
Se ha resistido… algo que no era de extrañar teniendo en cuenta el
carácter de vieja loba que tenía. Iba a fijarme más en el estado
de Lucía y entonces lo vi. Era el hombre que las había matado.
Metro ochenta, pelo oscuro, un hombre cualquiera. Se dirigió a las
escaleras, así que llevado por el miedo me levanté sin pensármelo
dos veces y volví a la habitación. Todos estaban asustados y con
motivo. Les dije que no permitiría que cruzara la puerta pero, si os
soy sincero, no tenía con qué ni cómo evitarlo. Supongo que quería
creerme las palabras, poder protegerlos y actuar como el hermano
mayor que en teoría era. Así que los abracé y nos sentamos al lado
de la puerta. Podía escuchar sus pasos acercándose, el crujir del
viejo suelo de madera. Cuanto más cerca lo sentía más fuerte los
apretaba contra mi pecho.
Finalmente
llegó, era inevitable. Un disparo. Otro disparo. Y otro. Agua
caliente. Sí, era eso lo que notaba, agua caliente cayendo por mi
cabeza. Abrí los ojos, todo se tambaleaba. No era agua eso que caía.
Era sangre, mi sangre. Levanté la mirada de mis manos pero todo
estaba borroso. Forcé la vista, notaba presión en mi pecho algo muy
cálido. Un llanto... el llorón de Lucas pegado a mi lado. Siempre
terminaba llorando por todo, por lo que fuera, cuando jugábamos.
Ahora, igual. El pobre… solo necesitaba una familia, alguien que
cuidara de un niño tan pequeño como él. Nunca la tuvo, a sus tres
años se había pasado la vida aquí con nosotros. Éramos esa
familia que ninguno tuvo. No tardé en comprender que esta vez estaba
llorando por mí. Quería hablar, decirle que no se preocupara pero
iba perdiendo la conciencia. Allí seguía llorando a mi lado. Y, con
mis últimas fuerzas, lo abracé tratando así protegerlo del mal que
venía. No sé si lo conseguí...
Historia sin final feliz (IX)
Roma,
finales del siglo I a.C. Los escalones eran negros como la noche,
fríos como el hielo. Los acompañaba, aparte de la penumbra, el
sonido del agua de algún río subterráneo que había comenzado a
escucharse apenas hacia unas horas. Los pasillos eran estrechos y
ahora todos caminaban bastante cerca, hombro con hombro. Flavius iba
en cabeza, seguido por sus dos guardias personales. Marcus iba casi
el último, un poco rezagado, mientras escuchaba el llanto entre
sollozos entrecortados de uno de sus compañeros. El joven estaba
cansado y herido. Nadie hablaba, eran esclavos y ahora servían a
Flavius quien había pagado una miseria por ellos. Se presenciaba la
tristeza del grupo en los pasos de sus cuerpos derrotados, en sus
miradas angustiadas, en sus sollozos entrecortados… Los peldaños
seguían hacia abajo, perdiéndose en la penumbra. A su izquierda una
puerta se abrió paso y Flavius los guió a todos por ella. Al otro
lado, un conjunto de celdas mugrientas los recibió en silencio.
De
pronto, un golpe tosco le dejó sumido en una inmensa oscuridad.
Despertó aturdido, mareado y con un leve dolor en la cabeza. Se puso
en pie alerta de cualquier peligro tropezándose con algo suave, se
apartó al mismo tiempo que comprendía que lo que acababa de pisar
era un brazo humano. Un chico, un poco más joven que él, al cual
recordaba de la venta de esclavos, ahogó un grito al tiempo que se
apretó contra su costado. Marcus contuvo la respiración, sin
quererlo oprimió los muslos, como queriendo salir corriendo de aquel
horrible espectáculo que apenas se podía entrever... Al otro lado
de la celda que los separaba, se arremolinaban los cuerpos sin vida
de muchos hombres. Los habían dejado allí mismo, tirados y
desperdigados por la adusta tierra. Todos presentaban signos de
violencia extrema...
Marcus
retrocedió dando un par de pasos cortos, al tiempo que comprendía
que no había salida. Se encontraba en una diminuta extensión bajo
un techo de piedra firme. A su alrededor, hileras de personas
dormían. Todos varones. El miedo le paraliza y su respiración cada
vez era más y más irregular. Aquel lugar olía a sudor y a mugre,
no había ventanas, por lo que dicha olor se incrementaba a cada paso
que se avanzaba. A lo lejos se oían voces altas, en realidad,
parecían gritos de fascinación, como vítores que reclamaban
sangre. ¿A dónde les habían llevado? Finalmente lo comprendió,
les habían comprado en el mercado de esclavos de finales de agosto
para cubrir las plazas de los gladiadores. Aquellos esclavos iban a
convertirse en peones de los más poderosos, carne de cañón para
entretener a un público sediento de sangre.
Al
cabo de unas horas unos guardias despiertan al resto y les tiran,
literalmente, el desayuno de pan y agua al suelo. Luego los conducen
entre órdenes y riñas a la armería dónde recibe cada uno un
casco, un escudo, unas espinilleras y ligeras armas de hierro para
las prácticas. El entrenamiento se realiza en la arena, bajo la
atenta mirada de Flavius, el instructor jefe. Otro grupo de
gladiadores más expertos que acababan de luchar se retiran entre
jadeos. Marcus se fija en las numerosas heridas de uno de ellos que
se mostraba sereno y fuerte, surcado de cicatrices, vencedor de
varios torneos. Aunque sólo fuera por un momento, sintió una gran
admiración por él.
Bajo
el sol, el joven suda y maldice mientras practica las artes para
atacar y detener golpes. Su vida depende de sus reflejos y su fuerza;
así que soporta serenamente el entrenamiento. Mientras, Flavius y
sus secuaces, se aseguran de que son lo suficientemente bastos como
para satisfacer al emperador y al exigente público de la arena.
Finalmente, les dan de cenar y los llevan de nuevo a su celda. Mañana
deberán luchar por su vida en uN baño de sangre en el que solo uno
puede sobrevivir. O quizá nadie. El portón por el cual se sale a la
arena permanece cerrado. Los gladiadores ya equipados, esperan entre
la oscuridad su segura muerte. Al otro lado se oían aplausos
ansiosos… El espectáculo debe comenzar...
“Éramos
8. Nos encontrábamos petrificados, ninguno de nosotros había
hablado durante la última hora. El miedo nos invadía, no podíamos
apenas movernos, hablar ni escapar. Solo alcanzábamos a mirarnos
mientras esperábamos que la voz de Flavius nos presentara... Ese
momento llegó pronto, el portón se abrió con un sonido brusco, y
la luz del sol nos cegó, obligándonos a cerrar los ojos... Ahora
los gritos y aclamaciones se hacen más fuertes... El retumbe de los
tambores da inicio a la lucha entre nosotros…Yo corría y corría,
no podía dejar que me alcanzasen. Corría con la espada en la mano.
Todos estaban luchando, menos yo.... Solo se veía sangre y más
sangre. La gente desaprueba mi actitud, mientras sigo huyendo.
Escucho como me abuchean y me dicen de todo... Los demás querían
demostrar quién era el mejor y luchaban a muerte creyendo que así
alguno alcanzaría la libertad, pero no llegaban a entender que tarde
o temprano la libertad, que tanto ansiaban, no se les sería posible:
de cualquier forma, nadie podía salir hoy vivo de la arena...
Mientras
pienso todo esto, un dolor espantoso me recorre la espalda, me han
lanzado un cuchillo. Pero yo sigo corriendo, no sé cuanto aguantaré
más. Corro, pese al dolor inmenso en la espalda. Siento que me están
persiguiendo. No sobreviviré mucho más. Estoy a punto de rendirme,
de dejarme alcanzar por mi perseguidor, cuando escucho un sordo golpe
contra el suelo. Me giro y veo a alguien sangrando: el que me quería
matar ahora está muerto. Miro alrededor y veo sólo un cuerpo
erguido... Entonces me doy cuenta: solo quedamos dos. En seguida me
viene una idea: puedo ganar... Falsa esperanza... NO. De repente mi
contrincante cae al suelo, herido casi de muerte no aguantaba en pie
más. No puedo evitar sonreír. Sé perfectamente lo que tengo que
hacer a continuación. El ruido es ensordecedor. Cojo la espada con
más fuerza y me armo de coraje. No sé cómo matarlo, no he matado
nunca a nadie. Inconscientemente le clavo la espada en el pecho. Ha
sido fácil. Veo en sus ojos rabia, impotencia, desesperación y
miedo, y me veo a mi mismo reflejado en ellos. Yo no soy esa persona
que ahora veo...
Saco
la espada de su pecho y la lanzo al suelo. Me quedo inmóvil. La
gente me aclama como si fuera un verdadero héroe, o eso creo yo.
Miro al emperador expectante. Él me mira con esos ojos azul claro:
en absoluto estaba contento. Mira al público. Muchos chillan como
animales y reclaman mi muerte. No veo a nadie que esté sentado en su
asiento. Por un instante, me observo como desde fuera a mi mismo allí
en medio: siento que yo no soy eso, que yo no soy mi cuerpo... No
oso mirar el veredicto: con los ojos cerrados, imagino cómo
lentamente el pulgar del emperador se gira hacia abajo, declarando y
sentenciando mi destino. Abro los ojos. En la arena entran cuatro
soldados romanos. El público me vapulea... Esto es el fin, y no
parece que vaya a ser un final feliz...”
-FIN-
dimarts, 14 d’abril del 2015
dilluns, 6 d’abril del 2015
LA FÁBRICA DE LOS SUEÑOS
Había
una vez una niña muy curiosa llamada América en la ciudad de Conil. En su
ciudad había una calle muy especial llamada Magia, no era especial por el
nombre de esa calle sino que era especial por lo que contenía una de esas casas
y lo que pasaba en un edificio viejo antiguamente un colegio.
El
alcalde de ese pueblo junto a más gente habían decidido derrumbar esa calle ya
que no estaba habitada, para construir un gigantesco centro comercial, con su
respectivo parking y con una vía de tren que lo uniera con los pueblos de los
alrededores y con el aeropuerto más
cercano para atraer al pueblo turistas y así él poder ganar más dinero. América
tenía unos amigos tan divertidos y curiosos
como ella, todos ellos formaban una pandilla fantástica. La verdad es
que América era muy guapa, tenía el pelo castaño claro, con ondulaciones y
largo con los ojos azules, grandes acompañados de unas pestañas largas y
preciosas. La verdad es que muy alta no era pero estaba tan flaca como un
palillo.
Un día
a América a la salida del instituto se le ocurrió pasar por esa calle para ver
otra vez las casas. Cuando pasó por allí vio que en una casa entraba una señora
mayor y se dejaba la puerta abierta, como era tan curiosa entró para verla. Cuando
entró no pudo ver nada ya que estaba todo oscuro, pero de repente de la nada
apareció la mujer mayor. La mujer mayor le dijo:
-
¿Por qué has entrado
aquí? Esta es una propiedad privada y tú no puedes entrar.
-
Buenas soy América. He
entrado porque soy muy curiosa, y me gustaría conocer los interiores de estas
casas porque creo que no es justo que las derrumben porque creo que son muy
bonitas y tienen su historia, aunque nadie las habite actualmente. A mi la
verdad es lo de la construcción del centro comercial no me parece una buena
idea, porque si lo construyen todo el comercio que hay por el pueblo morirá.
Encima esta ciudad se hará más ruidosa y peligrosa, y hoy por hoy está muy bien
tal y como está.
-
Bueno si muchacha yo
también comparto tu opinión pero tienes que salir preciso de esta casa, porque
no la puedes ver. –Dijo la mujer-.
-
¿Y eso...?
-
Esta casa esconde
secretos que nadie nunca tiene que saber.
-
Y, ¿cuáles son? Yo sé
guardar muy bien secretos de verdad por favor cuénteme esos secretos, por favor.
-
Lo siento hija, pero te
tendrás que aguantar tu curiosidad, salir de mi casa y no molestarme más.
Al
final América tuvo que salir de esa casa sin poder ver nada, ni averiguar
ningún secreto. Durante una semana estuvo acechando a la mujer pidiéndole
entrar y saber los secretos y durante esa semana la mujer naturalmente le dijo
que no. Hasta que un día la mujer harta de la niña le dijo:
-
Como veo que nunca te
vas a cansar te dejaré entrar y te contaré la historia de esta casa y de la
calle.
Las dos
entraron a la casa. La mujer antes de encender la luz cerró la puerta y la
aseguró cerrándola con llave. América todo eso lo veía raro, porque no entendía
porque la mujer se aseguraba tanto de que nadie viera lo que había en el
interior de esa casa. La mujer por fin encendió la luz y a América se quedó
decepcionada por lo que veía. Solo habían grandes paredes de color gris y toda
la casa tenía un aspecto muy triste. Era como si en muchos años nadie se
hubiera hecho cargo de la casa. Pero antes de que América pudiese preguntar
nada o si quiera hablar, la mujer le dijo:
-
Como ya habrás podido
contemplar esta casa no tiene nada especial que puedas ver. Pero como toda casa
y objeto, tiene una bonita historia y como veo que estás interesada por esta
casa y calle te la voy a contar. Pero para contarte la historia de esta casa
también te tengo que contar la historia de la niña que forma parte de ella.–Continuaba
hablando, mientras América intentaba contener sus ansias por saber las historia
de la niña y la casa- Esto era hace muchos, muchísimos años en este mismo había
una niña llamada Casandra. No vivía en este pueblo sino que vivía en un
pueblecito muy pequeño, que actualmente no existe llamado Carcassonne. Como
aquel pueblo era tan pequeño la niña tenía que venir a este pueblo al colegio.
El colegio de este pueblo era el edificio ese abandonado que hay allí, que no
quedan muchos restos de él ya que hubo un incendio y todo se quemó.
-
Em. sí creo que sé de
cual me estás hablando. ¿Pero ese edificio como iba a ser un colegio si no
tiene ni una aula, ni ningún resto de sillas…? –Preguntó extrañada Casandra-.
-
Bueno es que la verdad
es que ese colegio no era un colegio como los de ahora. Ahora estudiáis
muchísimo y de una forma que os aburre en seguida. Pero este pueblo en concreto
tenía un colegio muy especial. En ese colegio no hacíamos exámenes, ni tampoco
estudiábamos, ni hacíamos la mayoría de cosas que hacéis hoy en clase. En ese
colegio para sobrevivir debíamos pasar duras pruebas, desafíos… Nuestro colegio
era un colegio que tenía como atracciones basadas en un parque de atracciones
de agua, interiores y exteriores y créeme cuando te digo que las pruebas eran
muy duras. La verdad es que combinában pruebas de agua con pruebas académicas y
aunque parece fácil, no lo era. Tenían
piscinas, no de mucha profundidad con obstáculos de por medio que tenían que esquivar
porque si no perdían puntuación, que la puntuación se veía cada semana. Quien
estuviera entre los diez últimos recibía castigos no imaginables. Pero bueno tú
no has venido a oír todo el rollo de lo que pasaba en el colegio, así que no me
entretengo más y empiezo ya con la historia de Casandra y esta casa. Como ya te
había dicho Casandra vivía en un pueblo cerca de éste pero sus padres y ella
estaban mirando casas donde poder mudarse en este pueblo. En el colegio donde
Casandra iba había una profesora llamada
Minerva que tenía una casa en esta calle y quería venderla, como se
había enterado de que la familia de Casandra estaba buscando una casa donde
vivir le dijo a Casandra que si querían ese mismo viernes de esa semana les
podría enseñar la casa y hablar del precio, ese viernes a la una y media. Como
Casandra debía de ver también la casa, tuvo que cometer una infracción y
saltarse una de las pruebas para poder salir de allí antes y llegar a la hora
de la cita. Cuando faltaban unos diez minutos sus amigas la ayudaron a salir sin
que nadie se diera cuenta. Se fue corriendo hacia la casa, antes de que nadie
la pudiera ver. Cuando llegó a la casa Minerva la estaba esperando en la casa y
le preguntó: “¿le has dicho a tus padres que hoy iba a enseñaros la casa?”.
Casandra se dio cuenta de que sus padres no estaban allí porque no les había
dicho que ese día tenían que ir junto a ella a ver la casa que Minerva les iba
a enseñar. Entonces le dijo: “lo siento pero es que se me ha olvidado decirles
a mis padres que tenían que venir junto
a mí a ver la casa. Pero si quieres me la puedes enseñar a mi”. Minerva dijo
que no pasaba nada que ya se la enseñaría otro día a sus padres. A Casandra la
verdad es que la casa por fuera ni le disgustó ni le encantó, era una casa normal
y grande. Por fuera la casa era de color verde hierba, con tres plantas y tres
grandes ventanales en cada una. En una cuarta planta considerada más como a
guardilla de decoración habían una especie de tuercas gigantes que estaban todo
el tiempo en movimiento. La verdad es que todas las casas de esa calle eran
igual por fuera, pero la verdad es que esa casa en especial tenía algo inusual
en su interior que nunca nadie ni nada se hubiera podido imaginar.
Cuando entraron Casandra
no vio nada porque todo estaba oscuro. Minerva antes de encender la luz le
dijo: “esta casa es especial, nada de lo que ni tu ni nadie podríais imaginar.
Por lo tanto, cuando salgas de aquí no podrás decir nada de lo que has visto a
nadie porque si no te tratarán como a una loca. Así que tú decides lo que
quieres hacer si crees que no vas a aguantarte de poder decir la verdad, más
vale la pena que no veas lo que vas a presenciar a continuación y si crees que
no se lo dirás a nadie pues te puedo enseñar la casa”. Casandra le dijo: “le
juro que me puede enseñar la casa que no le diré a nadie lo que vea aquí dentro”.
Cuando Minerva oyó eso suspiró y le dijo está bien, y de repente se encendieron
todas las luces. A Casandra se le iluminaron los ojos al ver todo eso. No podía
creerse lo que veía habían pequeños ositos de peluche vivos por la casa. Eran
pequeños y cada uno de colores distintos, tenían una cara muy dulce. La casa
era aún más grande de lo que se veía por fuera. Era de muchos colores y parecía
que estuviera hecha de golosinas y de todo tipo de dulces. No tenía escaleras
para pasar de planta a planta el único medio que permitía pasar de planta a
planta era un tren de chocolate que iba a grandes velocidades tanto para subir
como para bajar de planta. Esa casa aparte de tener seres fantásticos, también
tenía una cosa muy especial en una parte secreta de esa casa había una gran
fábrica de juguetes para niños es por eso que también en gran parte de la
decoración de la casa habían muchísimos juguetes de plástico, de madera…
Casandra y Minerva vieron toda la casa: la cocina que tenía fuentes de zumos de
diferentes sabores, hornos que fabricaban golosinas, dulces… (comida saludable
también); habían prados hechos de césped de regaliz, manzanas de azúcar, flores
de fondant, nubes de algodón de azúcar, incluso ríos de chocolate. En aquella
casa se podía crear cualquier paisaje comestible que el propietario quisiera,
además de que siempre el propietario podría tener con quien jugar ya que igual
que habían ositos de peluche vivientes, en la fábrica de juguetes se podía
crear cualquier cosa que alguien imaginara igual que personas. Aquella fábrica
era mágica porque creaba cualquier cosa tanto un paisaje de golosinas como una
persona de carne y hueso. Aquella fábrica se llamaba la fábrica de los sueños. Cuando Minerva le enseñó toda la casa,
Casandra le dijo: “Yo tengo una pregunta si no puedo contarle esto a nadie, ¿a
mis padres que les tengo que decir?” Minerva le hizo un gesto como para que se
sentara y se sentaron las dos, y le dijo: “la verdad es que al haber accedido a
ver esta casa no puedes salir de ella, recordando todo lo que has visto en esta
casa. Antes de que preguntes, como esta fábrica fabrica de todo hay un aparato
que tiene la capacidad de borrar la memoria a las personas. Si tu quieres
acordarte para siempre de lo que has visto deberás de permanecer para toda la
vida en esta casa, sin tus padres sola reinando este mundo de golosinas y
juguetes. La verdad es que tú has tenido la opción de entrar en esta casa
porque has sido la elegida. La elegida es la persona que en su destino esta
puesto que tiene que reinar el mundo del la fábrica de los sueños y eso pasa
cuando la mujer que reinaba se pone enferma o mayor y ya no tiene la capacidad
de poder reinar este mundo. Y no ha sido una casualidad que yo fuera tu maestra
si no que yo era la elegida pero como estoy enferma he tenido que buscar a la
elegida, y esa has sido tú. Te dejo un tiempo para que te lo pienses y tomes la
decisión que tomes no te juzgaré.” Al cabo de unos minutos dijo “¿Antes de
tomar una decisión me gustaría saber que va a pasar con mis padres? ¿Y yo que
tendré que hacer para gobernar este reinado?” Minerva le contestó: “Tranquila
no te agobies antes de hora. Con respecto a ti y a tus padres se les enviará
una niña con tu imagen creada y diseñada desde esta misma fábrica y no se darán
ni cuenta de tu ausencia porque será igual que tú. Y después con respecto al
reinado, el oso grande te lo explicará todo y seguro que lo harás genial.
Finalmente, Casandra decidió quedarse y la verdad es que durante muchos años
vivió una vida muy buena gobernando todo ese reinado. Ese reinado no solo
consistía en la casa de en la que habitó y conoció primero, si no que el
reinado estaba formada por todas las casas de la calle Magia. Conectadas
mediante túneles subterráneos y puertas que formaban el reinado. Y esta es la
historia de esta casa y esta calle.
-
¿Pero al final que pasó
con Casandra y con Minerva?
-
La verdad es que Minerva
desapareció al Casandra ser coronada reina. Y sobre Casandra…
-
¡Qué, qué le pasó! No le
pasaría nada malo ¿no?
-
Bueno yo no me he
presentado. Me llamo Casandra y soy la reina de este reinado. Y como un día le
dijo Minerva a Casandra tu eres la elegida y si quieres puedes reinar este
mundo.
-
¿Lo dices de verdad?
-
Sí, con las mismas
condiciones que Minerva me impuso un día.
América al final tomó una decisión y esa fue la misma que tomó un día
Casandra. Fue quedarse a reinar ese reino. En el mismo momento en que dijo que
sí la casa y todas las demás empezaron a cambiar de aspecto y volviendo al aspecto de antes. La fábrica
empezó a funcionar y toda la casa volvió a tener color. Casandra antes de
desaparecer le dijo:
-
Por cierto con respecto
a lo del alcalde y lo de la demolición, eso es todo falso. Hicimos un montaje
para atraerte aquí y que pudiera contarte que tu eres la elegida. Y una vez más
la historia se volvió a repetir.
dijous, 2 d’abril del 2015
Siempre la misma historia
Era una mañana de sábado. Habitualmente estaba sólo en casa con mi madre, una mujer bajita, rellenita, con pelo castaño y mechas. Me levante sobre las nueve y media de la mañana.
-¿El papa aún no a llegado ? -le pregunté a mi madre.
-No, aún no ha venido -me dijo-, no se donde estará.
-Tengo un mal presentimiento –le dije.
-Yo también.
-Mamá, ayúdame a recoger la habitación.
-Venga, tira –me dijo con tono de cabreada.
Mientras mi madre estiraba las sábanas yo iba recogiendo los trastos.
Primero estiró las sábanas y luego las metió mientras yo ponía las cosas en las estanterías.
-Mamá, y ¿no estará en el bar de la tía?
-No, no creo –dijo ella.
Ella siguió haciendo la cama y yo recogiendo la habitación. Cuando acábamos apareció mi padre, un hombre alto y delgado con bastante carácter, pero en el fondo buena persona.
-Tú -le dijo mi madre- ¿Dónde estabas ?
- ¿Tú que crees? -le dijo con tono de mofa.
Estábamos en el salón, un espacio grande con un sofa y una gran televisión.
-Es que siempre estás igual -le dijo ella.
-Yo con mi dinero hago lo que me sale de los cojones -dijo él- si no, trabajar vosotros.
-Siempre haces lo mismo -le repetí yo con un gesto de suspiro- si no cambias tu actitud tendrás que buscarte otro lugar donde vivir.
-Me largaré si me da la gana –dijo.
-Ahora ¿qué comemos toda la semana? -le pregunté.
Mi madre ya desesperada se puso a llorar y a mí me supo mal.
- Ya veremos lo que comemos -la miré- tú no te preocupes.
Mi padre buscaba pelea con mi madre. Se abalanzó sobre ella para pegarle y me metí por medio.
- ¿Qué coño haces? -le dije.
-Déjame que como la pille...
Yo le pegué un empujón.
-Ya te puedes ir a la cama -le dije gritando.
Él se levantó e hizo lo que le dije.
Su habitación era oscura y grande, con una cama de matrimonio y dos mesitas de noche.
Entré a la habitación y le dije que cuando se levantara ya hablaríamos.
Mi madre puso una sartén con aceite de oliva y echó unas patatas; cuando ya estaban hechas las sacó e hizo los huevos.
Cuando nos pusimos a comer salió mi padre de la habitación.
- Tú ya puedes sentarte -le dije-. Esto se ha acabado. Como vuelvas a gastarte el jornal tendrás que buscarte otra casa.
– No te preocupes -me dijo con voz arrepentida- no volveré a pisar el bar.
-A ver si es verdad –le dijo mi madre con voz dolida y sin mirarlo.
Cuando acabó el dia, sentados en la mesa para cenar, entre risas y comentarios alegres, me di cuenta que lo que había sucedido a mediodía era ya agua pasada.
dimarts, 31 de març del 2015
Una historia cualquiera
Vuelvo a casa un día cualquiera
después de terminar la universidad. Como, hago los deberes, me pongo el pijama.
Leo. Me duermo. Sueño cosas preciosas, cosas preciosas que nunca ocurrirán en
la vida real. Me gustaría.
Me vuelvo a dormir. Esta vez, está
todo oscuro, no sueño nada…
Me despierto con una agradable
sensación, me quedo en la cama tumbada, intentando recordar esos sueños. Pero,
me resulta imposible ya que me olvido cuando entra Droplet. Mi border collie;
es preciosa, su color blanco avainillado, con pequeñas manchitas marrones. Una
de ellas, con forma de gota - que de ahí viene su nombre - está alrededor de su
pardo ojo izquierdo.
-¿Cómo está
mi chica?, venga -le digo-, seguro que
tienes las mismas ganas de almorzar que yo - mientras,
la acaricio lentamente pensando qué preparar -.Vamos.
Entre
tanto, doy de comer a mi peluda compañera de piso, le pongo en el bol su
desayuno y voy directamente a hacerme el mío. Por supuesto, me he lavado las
manos antes.
Normalmente,
me apetecería un tazón de leche con cereales. Hoy no. Creo que me voy a hacer
un zumo de naranja. Y tostadas; para variar un poco de vez en cuando.
Mientras
como, enciendo la televisión para ver las noticias. Normalmente no tengo mucho
interés por ellas, pero me llama la
atención que anuncien mi barrio. La
chica que lo anuncia, va vestida muy extraña, extravagante y
singularmente: un vestido morado, con
adornos amarillos y verdes. Zapatos naranjas y unas pulseras azules; no se
quién la ha vestido, pero no estoy muy de acuerdo.
-Ha habido cuatro atracos en una
semana, dos de ellos en la calle 42. Falleció con heridas muy graves un
dependiente - me doy cuenta de que está hablando cuando acaba de dar la
noticia. Estaba ensimismada y no es que me haya enterado de mucho, y decido buscar
esa noticia por Internet.- que intentaba proteger sus ganancias. La familia
está muy afectada - apago la tele, no me entretengo más.
Cuando acabo, limpio los platos
sucios y me dirijo hacia mi habitación. Allí me visto, hago la cama y salgo al
baño a peinarme. Como hace un buen día, decido salir a pasear con Droplet.
Nada más salir, nos encontramos con
un perro que me resulta muy familiar.
-¡Bonito,
vuelve aquí, no quiero que te pierdas!
-Shh, Droplet, solo es un perro, no
le ladres.
-Bonito… - ella me ve, está alta,
pero su cara sigue igual. Me mira con una cara extraña, será que tengo la cara
desencajada de la ilusión. ¡Hace tanto tiempo que no la veía! - ¡Light!,
¡Light!
-¿Lucy?, ¡Lucy! - exclamo -, que alta estás - mientras lo
digo, voy pegando saltitos de la emoción -, ¿tú también vives aquí?
-Oh, venga Light, solo han pasado dos
añitos de nada, seguro que no ha sido para tanto.
-Aix, tan singular como siempre; pues
sí, te he añorado.
-¿Seguro?
-Sí, incluso he llorado por tu
desaparición. No, en realidad he estado fuera. Ya hace un mes que vivo
aquí ¿Y
tú?
-Yo hace seis meses que me instalé aquí.
Surgió trabajo, y vine. Actualmente, el trabajo que tengo es desde casa.
-Pero si trabajas con tu ordenador en
casa, ¿por qué te mudaste?
-Por necesidad. Por necesidad y por
dinero. Pero bueno, ¿tu estás bien?
-Sí - contesto sin más. En realidad,
no me va tan bien. Tengo la familia al otro lado del continente. Espero ir a
visitarla pronto-.
-Yo tam0bién. Es
lo que cuenta.
Y bueno, yo
me despido. - Parece intranquila,
no sé, tiene
la mirada como…
perdida - ¡Hasta luego!
-¡Adiós, disfruta
del día! - No
me voy tranquila,
pero el día
mejora a cada
hora que pasa-,
vamos Droplet, continuemos.
Luego, todos
los días eran
así. Levantarse, desayunar,
vestirse, asearse, ir
a clase, estudiar,
volver de clase,
comer, pasear a
Droplet, etc. Hasta
la navidad. Siempre
se oían disparos
por las noches,
por suerte solo
eran bolitas de
plástico.
En la
universidad, propusieron hacer
un viaje de
fin de curso.
Cuando volvimos,
había policías por
todas partes, y
sus coches no
nos dejaban pasar,
así que nuestro
profesor bajó del
autobús para saber
que pasaba y
para pedir a
los agentes dejarnos
pasar. Su conversación
empezó muy educada
y muy formal,
un compañero del
policía, se acercó
y susurró algo
a la oreja
a su amigo.
Este, inmediatamente, pegó
una bofetada a
nuestro profesor y
le puso las
esposas. Estábamos asustados.
No sabíamos lo que pasaba.
-No salgan
de sus casas,
si lo hacen,
están muertos. No
comprendemos qué está
pasando, solo sabemos que es algo muy malo, hay personas con capuchas y
pasamontañas negros. Llevan armas - Recuerdo esa noticia como mi propio nombre,
no hace mucho que la he escuchado. No sé dónde estoy. En mi casa, está claro
que no -. Mucho cuidado.
Alguien
me lame la cara y yo me tengo que apartar porque me molesta. Al sacar el brazo
de la manta, noto pelo.
-¡Droplet! -Mi peluda amiga, me
vuelve a mojar la mejilla con su baba. -, ¿qué ha pasado,?, ¿dónde estamos?
Al levantar la vista, veo un montón
de cuerpos tirados por el suelo - igual que yo - son mis compañeros. Empiezo a
oír susurros, estamos atrapados. Alguien nos debía de haber llevado hasta allí
sin esfuerzo. El autobús. Caigo enseguida en lo que ha pasado. Esos policías
nos buscaban. Nos querían para algo.
-Chicos y chicas, estáis aquí, y
estáis asustados, lo sabemos - de fondo se oye a alguien que pregunta qué
significa <<sabemos>>. ¿Es que hay alguien más? - y por eso he venido a explicaros qué pasa.
Me pregunto por qué tengo conmigo a
Droplet. Yo me la dejé a salvo, en casa. ¿Habrán localizado mi hogar? Seguro.
No la tendría aquí si no fuera por eso. Pero no lo entiendo. ¿Porqué me la han
traído?
Dos días más tarde estoy en una
habitación del hospital. Droplet está en la camilla contigua. Me levanto, la
cojo y salimos a la calle. Voy dando tumbos hasta llegar a mi casa. Una vez
allí, rebusco entre cajones y miro si falta algo. Entonces, alguien entra por
la puerta. Lucy.
-¿Cómo has entrado?
-Te has dejado la puerta abierta -
contesta mientras la cierra. No me había dado ni cuenta -. ¿Qué está pasando?
Yo no la oí, iba a la mía, buscando y
recopilando previsiones, ropa, comida, la comida de Droplet y por si acaso, mi
teléfono. Me dirijo hacia la entrada cuando Lucy me asió por el brazo.
-Light,
Light, tranquilízate, ¿vale?, respira. A ver, cuéntame
exactamente qué te ha pasado. Te he visto por la calle caminando en un
vaivén hasta tu casa.
-Suéltame.
-No. No hasta que me cuentes lo que
ha pasado.
-Vale, vale, uf, es una larga
historia. De acuerdo, a ver - intento relajarme, pero no puedo, no puedo. Porque sé lo que está pasando.-, nos fuimos
de excursión de fin de curso de la universidad. Cuando volvimos unos policías
no nos dejaban pasar, así que nuestro profesor, salió del autobús para pedirles
que se apartaran. Uno de ellos, dijo algo al que hablaba con nuestro profesor.
Luego arrestaron a nuestro tutor y de
repente nos encontrábamos en una especie de fábrica, todos en el suelo -
Lucy me miraba atentamente, esperando a que le contara la siguiente escena
- luego oí como una noticia que no
paraba de sonar en mi cabeza. Decía que no teníamos que salir de nuestras
casas, que si salíamos, estaríamos muertos. Había hombres vestidos con
pasamontañas y, y… y capuchas de color negro. También dijo algo de que también
tenían armas. Armas de fuego. Yo estaba muy asustada, mareada e indefensa -
ahora en la cara simpática de mi prima, se plasmaba la incredulidad, no se lo
creía -
Ahora, ¿me sueltas?
Ella me suelta y se sienta al borde
de un sillón rojo chillón, con dos cojines blancos con encaje dorado.
-De
acuerdo - se limita a decir. Se levanta, da tres vueltas a la habitación y se
vuelve a sentar.
Estamos
en mi comedor. Tiene unos colores pastel muy bonitos. Verdes, rosas, morados…
con ventanales tapados por cortinas blancas casi transparentes. Por ellos,
entran los rayos del sol intensamente. Tengo un sofá rococó de un color blanco
brillante. En una esquina, hay un diván color crema, esperando a que alguien se
siente encima. Mi prima pasa de ese sillón color rojo chillón que parece desencajar
en esta habitación, a uno orejero. Tiene detalles marrones bordeando sus
formas. Las patas son del mismo color. En el centro de la habitación, hay una
mesa minimalista, blanca, como casi todo lo demás. Estamos esperando a nuestros
amigos, les hemos llamado para pedirles ayuda. Seguramente estarán de camino.
Mientras, encendemos la televisión y ponemos las notícias, ahora mismo están
haciendo anuncios, por lo tanto, no sabemos si han descubierto algo de lo que
ha pasado.
-Están aquí -dice mi prima-, ahora
vengo.
-¿Cómo lo sabes? - pregunto.
-Me han mandado un mensaje.
-Ah - en ese momento, suena el timbre
- pues bueno, ves.
Se
oyen voces en el pasillo, entonces entran con mi prima. Drumplet, que estaba a
mi piernas, ha ido a saludarles.
-¡Hola Light!, ¿nos necesitabas? -
dice Charles, es un tipo alto, con ojos marrones, pelo rubio y rizado.
-Os necesito - Le corrijo.
-Mmm…- vacila - de acuerdo, dinos que
quieres que hagamos y, bueno, lo hacemos.
-No, no se trata de… hacer y...y ya
está - me explico. En realidad, no tengo todavía claro que vamos a hacer -. A
ver, de momento, nos vamos a quedar en casa. No sabemos que está pasando, por
eso hemos puesto las notícias, para averiguar algo, pero, por lo visto, un
anuncio de crema para reducir arruguitas no creo que nos ayude. Podemos
quedarnos, si hace falta, aquí a dormir. Hay tres habitaciones, somos seis:
Jack, Eric, Charles, vosotros dormís en la habitación que da a la izquierda
después de este pasillo. Bea, Lucy y yo, dormiremos en mi habitación; allí
tengo un sofá-cama. Bueno, ahora podéis hacer lo que queráis hasta que
anochezca.
Al
día siguiente, decidimos salir hacia la carretera.
-Por cierto, ¿dónde tienes pensado
ir?
-Ummm -Creo que no se que decir, así
que hago que me diga sitios al azar y yo poder decidir donde ir- Adivinalo.
-No se… ummm… ¿A la cafetería Coofee
& Cookies? -de acuerdo, vayamos allí. Es un sitio relajado y apartado de la
ciudad. Justo donde necesitamos.
-¡Exactamente! Que rápido has sido
-disimulo-, ¡como un rayo!
-Ya lo se, es talento natural -se
burla Eric.
-Basta ya de tonterías -Jack se asoma
por detrás de los últimos asientos del coche de Bea-, tenemos trabajo. Además,
ya tenemos bastante con el tráfico...
-De acuerdo -decimos todos al
unísono. Eso desata unas carcajadas y risotadas que resuenan por todo el
vehículo.
-Esperad, esperad, esperad - dice
Lucy repetidamente, parece alterada- Bea, para el coche.
-De acu… ¿Pero qué?
Hay
un accidente a por lo menos a treinta metros de nosotros, así que nos acercamos
lentamente. Dejamos el coche cuando estamos a quince metros y bajamos.
-Por favor apartaos- un agente nos
corta el paso. Ya no me fío de estas personas. Ya no desde que le pegaron a
nuestro profesor y nos encerraron en aquella fábrica sucia. Desde ahí, todo se
volvió extraño, e inentendible.-, esta es una zona restringida.
-De acuerdo, pero dinos que pasa -le
pregunta Charles al policía.
-Ha habido un accidente, ¿no lo ves?
Por el rabillo del ojo, vi una mujer
de pelo rubio, y se parecía a ella… Una
lagrima se escapó de mis ojos. Le reconocí.
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