DÉJAME
OLVIDAR
Anna Ripoll Bardisa
Entonces enterré mis dedos en su pelo mientas él me seguía besando y deseé que ese
momento no acabara nunca, que él nunca saliera de esa habitación, que nunca saliese el
sol, que nunca amaneciese un nuevo día si él no iba a estar a mi lado.
Esta iba a ser la última vez que me manipularía así, que me haría caer en sus redes de
un modo tan patético. Pero yo sabía que eso no iba a poder ser por mucho que yo me lo
propusiera, yo no podía resistirme, porque a pesar de todo, le quería.
No me quería dormir, no, porque al despertar ya no estaría allí, ya habría salido a
hurtadillas de la casa sin dejar ni una sola nota, tal vez el único rastro que quedaría de él
sería que la cantidad de café en el termo habría disminuido. No quería dormirme, porque
por la mañana todo iba a tener unas consecuencias en las que no pensé en el momento
en el que lo metí en mi casa. No, porque por la mañana no me acordaría de la promesa
que me acababa de hacer a mi misma y tampoco tendría la misma convicción como para
ser capaz de cumplirla.
Era tremendamente patético pensar que yo estaba enamorada de él desde que tenía
trece años, y ahora, con unos diez años más encima, seguía siendo incapaz de olvidarle.
Era asquerosamente patético que cada vez que nos encontráramos de fiesta o tomando
un café, las pocas veces que yo volvía a mi ciudad, termináramos en la cama como dos
estúpidos y alocados adolescentes.
Pero aquel día no se marchó antes del amanecer, no salió sin hacer ruido, no se hizo café.
Desperté esperando encontrarme sola en la cama, ya casi con la noche anterior olvidada,
pero me encontré, para mi asombro, que seguía allí. Lo que más me fastidió de todo
aquello fue que me alegré de que se quedara, a pesar de que sabía que tenía que haber
una explicación del todo egoísta por su parte para esta noche, que cuando se despertase,
iba a convertirse en silencios tensos y una situación muy incómoda.
Y entonces recordé porque me había enamorado de él, ¡qué digo!, recordé porque seguía
enamorada de él a pesar de todo lo que me pudiera hacer. Sí, por esa carita de ángel
cuando está dormido, en esos momentos parece que nunca me haya hecho desear
arrancarme el corazón de un puñado para dejar de sentir, en esos momentos olvido todo
el dolor que me ha hecho pasar y me abandono en la forma de su mandíbula, sus labios
carnosos, el color morado de sus párpados cerrados...
Me tragué el nudo que había empezado a formarse en mi estómago y me metí en la ducha
decidida a dejar de pensar en ello y a desear con todas mis fuerzas que al salir ya no
estuviera.
Mientras el agua resbalaba por mi piel pensé, no quería hacerlo, pero pensé, pensé en
él tirado en la cama ahora mismo, pensé en él esta noche, pensé en él cuando me lo
encontré ayer por la calle y quedamos a tomar café, pensé en él la vez anterior que esto
había pasado, y pensé en la anterior y la anterior; y para mi desgracia legué, como en un
flashback en que todas esas imágenes pasan rápidamente, legué hasta la primera vez que
pasó. Supongo que fue porque pensaba que no me iba a volver a ver nunca, pues fue la
noche antes de que yo me marchara a estudiar a Barcelona.
Esa fue la primera vez que me besó consciente de sus actos y sin ir borracho. Aún siento
el tacto de sus manos por todo mi cuerpo, aun noto la presión de sus labios sobre los
míos, aun percibo el calor de su cuerpo junto al mío. Fue magnífico, por supuesto, pero
por la mañana había desaparecido, no respondió a mis llamadas y yo asumí que no quería
saber nada de mí y me marché a Barcelona con el móvil lleno de mensajes sin enviar y el
orgullo herido.
Nunca más le volví a llamar, ni le envié ningún correo, ni un whatsapp, ni un privado en
Facebook, nada, para mi había desaparecido, era mejor así. Pero volví, claro que volví. La
tierra siempre llama y las Navidades del año siguiente volví y me lo encontré y quedamos
a tomar café y...
Cerré el grifo de la ducha. Bien, ya había suficientes remordimientos y melancolía por hoy.
Salí y me enrollé con una toalla. Me miré al espejo después de quitar el vaho. Yo, una
mujer tan bonita podía tener casi a cualquier hombre y tenía que estar arrastrándome para
conseguir un poco de ese, que era al único al que yo quería tener y no podía. Y al final me
decidí, sí, era momento de pasar página y ya era hora de decírselo a él.
Salí enrollada solo con la toalla y verdaderamente decidida. Él ya estaba despierto y
estaba sentado en la cocina de espaldas a mí, con la camisa medio desatada y con el sol
dándole en el pecho, con una taza de café en la mano, por supuesto. Fui a vestirme, mi
valor se esfumaba poco a poco, me sentía incapaz de hablar con él sin nada más encima
que una toalla.
Luego entré en la cocina, y sin mirarle, me puse también un café. Había sido él el que
me había vuelto completamente adicta. Me giré lentamente mientras empezaba a hablar,
sabia como darle dramatismo a la situación.
- Escucha, Hugo...
- No, creo que debería hablar yo primero.
Me había vuelto a cortar en medio de la frase, como odiaba eso. Bueno, la verdad es que
después de eso y de un breve “Creo que deberíamos hablar seriamente...” no hubiera
sabido como continuar así que supongo que era mucho más fácil que empezara él. Asentí.
- Me voy a casar.
Ugh. Eso sí que no me lo esperaba. Realmente esperaba empezar a decirle que esto se
tenía que terminar y que él empezaría a rogarme porque no lo hiciera. Pero no, para nada
me esperaba algo como eso. A lo mejor había entendido mal.
- ¿Qué?
- Que me voy a casar.
¡No me lo puedo creer! ¡Se acaba de acostar conmigo! ¿Y encima tiene la desfachatez de
esperarse hasta la mañana siguiente para decirme esto? Si me lo hubiera dicho antes al
menos habría sabido que me acostaba con un hombre comprometido, y desde luego que
habría sido mucho más intenso sabiendo que iba a ser el último. Definitivamente el mundo
se ha vuelto loco, o seré yo que estoy cabeza abajo.
- Vaya... – dije lentamente mientras me sentaba en la silla.
- Supongo que no te lo esperabas.
No por supuesto que no, maldito cabrón. Tampoco esperaba que pasaras el resto de la
eternidad conmigo pero no, definitivamente eso no me lo esperaba.
- Mmm... – me acerqué al minibar y eché una chorradita de coñac al café.
Y entonces llegó el silencio tenso. Decidí seguir hablando antes de que la rabia o las
lágrimas me cegaran. Lo cierto es que prefería que me cegara el alcohol a que lo hiciera
cualquiera de esas dos cosas.
- ¿Conozco a la novia?
- Claro que la conoces. – Silencio. Miedo. ¿Qué yo la conozco? – ¿No te haces un idea?
- Lo cierto es que no.
Y entonces me vino a la cabeza una llamada de Silvia de hacía un par de meses. Es
de esas cosas que se comentan de pasada porque sabes que si profundizas, duelen
más; fue de esas cosas que me dijo y no le di importancia. Sabía que podía estar con
muchas mujeres pero nunca se había comprometido de ese modo, no del modo en el que
ahora parecía que lo había hecho. Y ahora iba a tener que oír ese nombre de sus labios.
Precisamente ese nombre.
- Claudia.
- ¡Vaya! ¿En serio? ¿Y como se lo pediste?
¿Realmente quería saberlo? No, en realidad no, pero ahora ya lo había preguntado. A
veces pienso que me gusta recrearme en los detalles para que duela más aun.
- Bueno en realidad no se lo he pedido aún. Eres la primera en saberlo. Ni si quiera mis
padres lo saben, ni mis amigos, nadie. Yo quería...
De un trompazo dejé la taza en la encimera, temí que se rompiera, pero la rabia me
hervía en las venas y no me pude controlar. Antes de hablar tuve que respirar una vez
profundamente para que no se notara en mi voz el odio contenido.
- Ya está bien. No finjamos que no ha sido una absoluta desfachatez decírmelo después
de acostarte conmigo. -se quedó en silencio, por supuesto, sabía que yo tenía razón -. No
voy a fingir tampoco que me alegro porque no es así, no lo fingiré ni si quiera por lo que tú
dices que es una amistad con fundamento. Y tampoco voy a permitir que vengas a mi casa
a...
- Yo en realidad quería pedirte que fueras una de nuestros testigos.
Por un segundo me quedo pensando. ¿De veras me lo ha pedido? No puede haber sido
capaz de pensar que yo aceptaría.
- ¿Pero tú que te has creído? ¿Que seré capaz de de firmar un papel que confirma que
el hombre al que... que el hombre de mi vida se ha casado con una gilipollas a la que no
soporto? ¿Tú que te has pensado que la gilipollas soy yo, o qué?
- ¿De veras soy el hombre de tu vida?
- ¿Es que a caso no lo ves? - las lágrimas empezaban a brotar, las retuve todo lo que
pude. Él no iba a verme llorar - ¿No ves que no importa el tiempo que pase que yo
seguiré invitándote a mi casa sin pensármelo dos veces? ¿No ves que aunque ahora esté
tremendamente enfadada iré a la boda y seré vuestra testigo? ¿Es que aun no lo has
entendido?
Me di la vuelta para que no pudiera ver como en mis ojos se juntaban lágrimas tanto de
rabia como de dolor. Respiré profundamente un par de veces.
- Vete – le dije con la voz quebrada.
- Pero yo te lo quería explicar...
- Hazme el favor y simplemente vete y déjame en paz. El día que quiera hablar contigo ya
te llamaré. Al fin y al cabo siempre es así, siempre soy yo la que anda detrás de ti...
Sin darme la vuelta oí como dejaba la taza en la encimera recogía sus cosas y caminaba
por el pasillo hacia la salida. Le oí abrir la puerta y vacilar antes de marcharse, pero
finalmente cerró la puerta y se alejó hacia el ascensor. Por un momento estuve tentada
de correr detrás de él, incluso caminé hasta la puerta y puse la mano en el pomo con la
intención de abrirlo y gritarle que volviera, que me daba igual que se fuera a casar, que yo
le seguiría abriendo mi puerta siempre que quisiera a pesar de que me arriesgase a que
me llamaran adultera, puta o cualquier cosas que las malas lenguas pudieran inventar;
pero no lo hice. Me limité a apoyar la espalda en la puerta y deslizarme hasta el suelo,
para luego quedarme hecha un ovillo durante lo que me pareció una eternidad. El tiempo
suficiente para llorar todo lo que tenía que llorar.
Seguía sin poder creerme que se fuera a casar, pero lo que me creía menos aun era que
le hubiera gritado, que me hubiera enfadado con él, ¡como si tuviéramos algo estable que
nos hiciera dar explicaciones o tener algo que reprocharnos! Vale, simplemente me había
pasado de la raya imaginado, creyendo, que teníamos algo más, que a él le importaba lo
que yo sintiera o dejase de sentir.
De repente me di cuenta de que no me podía pasar todo el día encerrada en casa llorando
por un error, así que llamé a Silvia y le dije que necesitaba tomar un café con ella y con
Cristina, como en los viejos tiempos; además hacia mucho que no las veía. Necesitaba
volver a sentarme en una cafetería a criticar y a contar cotilleos con el mismo café toda la
tarde.
***
Llegué pronto a la vieja cafetería donde solíamos quedar las tardes de invierno cuando
aún vivíamos todas en la ciudad. No había llegado aún ninguna de las dos, así que pedí
un cortado y me senté en la misma mesa de siempre, la del fondo a la derecha, a esperar
esos diez minutos de cortesía que siempre les hacían falta para llegar.
Pronto llegó Silvia, y Cristina no se hizo de rogar. Hablamos, charlamos y criticamos, como
en los viejos tiempos. Alguna vez pensé que tal vez con el paso de los años las cosas se
enfriarían entre nosotras pero después de todo lo que hemos pasado juntas es imposible
que se rompa una amistad como esta. La tarde iba bien, estaba consiguiendo mi propósito
de olvidarle por al menos una tarde, pero alguien sacó el tema. Era inevitable.
- Me pregunto cómo le irá a Hugo, hace tiempo que no sé nada de él. – comentó Silvia
antes de darle un sorbo a su cappuccino con sacarina.
- Parece mentira que viva en esta ciudad, no lo veo nunca. – dijo Cristina.
Y luego las dos clavaron su mirada en mí. Bajé la mirada hasta mi café vacío y solté un
suspiro ligero. Sabía lo que me iban a decir y prefería con creces cualquier augurio de
mala suerte procedente de los posos que ahora contemplaba tan ensimismada antes que
sus reprimendas.
- ¿Otra vez? – preguntó.
Asentí despacio con la cabeza con miedo a que afirmándolo se convirtiera en mas real
y doloroso de lo que ya era. Las miré, y no sé si fue por la vergüenza que sentía de mis
propios actos o sus miradas de reproche, pero bajé de nuevo la mirada hacia los posos del
café.
- Antes de que me digáis nada quiero que sepáis una cosa.
Aún no había levantado la mirada, pero pude notar cómo se inclinaban un poco más hacia
la mesa y aguantaban la respiración por unos segundos. Sabían que lo que les tenía que
decir era algo importante, de lo contrario no me habría puesto así de dramática.
- Se va a casar. Con Claudia. Aún no han dicho nada a nadie, se supone que soy la
primera en saberlo y que no lo debería saber nadie más... pero no me lo podía guardar
más tiempo para mi.
Por un momento se quedaron en silencio. ¿Que dices cuando el amor de toda la vida de
una amiga se va a casar con otra amiga en común? ¿Que haces, te alegras por ella o la
maldices por lo que el ha hecho a tu amiga?
- No me lo puedo creer... -es lo único que Silvia se atrevió a decir.
- ¿Sabéis que? No me importa. Yo había vuelto a la ciudad con la esperanza de que
se hubiera replanteado nuestra relación. Y veo que lo ha hecho, y que ha tomado una
decisión y que yo no entro en esos planes. Así que lo mejor será que me vaya cuanto
antes.
- ¿Pero no querías quedarte para preparar las oposiciones? - preguntó Cristina.
- Sí, pero ¿para que quiero un trabajo estable en un lugar en el que no quiero estar?
Soy joven, puedo buscar trabajo en cualquier país de Europa en el que se hable Inglés,
Francés, Italiano o Alemán. Puedo tener un futuro mejor que el que me espera si me
quedo en esta ciudad.
- ¿Ya te estás marchando otra vez? ¿No crees que eso es huir?- dijo Cristina.
- No me importa si creéis que es huir, pero es que simplemente no me puedo quedar aquí,
no sería propio de mi quedarme a ver como son felices...
- Entonces será mejor que nos vayamos preparando para el fieston del año. ¡La primera
boda de nuestro grupo de amigos! - dijo Silvia para quitarle tensión al asunto.
Visto así no sonaba tan mal, aunque aun no les había comentado el hecho de que iba a
ser una de las testigos. Sonreí un poco, en el fondo creo que lo había ido asumiendo con
el paso de los años, nosotros dos no podíamos acabar juntos de ninguna manera.
- Bueno chicas, pues me parece que me vais a tener que ayudar a elegir el traje más
espectacular.
- ¡Claro! ¡De eso se trata la venganza! ¿No? De se irresistible a sus ojos y que no te pueda
tener, mmm.... - dijo Cristina relamiéndose ya de la satisfacción.
- Si, bueno, por eso y porque me ha pedido que sea una de los testigos.
Silvia se atragantó con el último trago de café.
- No lo puedes estar diciendo en serio...
Asentí tristemente con la cabeza y con una sonrisa de resignación.
- ¿Y eso te lo dijo antes o después de follar contigo?
- ¿Tienes que ser siempre tan bestia, Cristina? - se enfadó Silvia, luego me miró con ojos
inquisidores- Dinos, ¿cuando te lo dijo?
- Después.
-¡Que cabrón! - miró a Silvia- ¡Esta vez no me dirás que me he pasado!
- Diría que te has quedado corta. ¡Menudo hijo de puta!
- Ay Silvia, te estamos malvando.
- Hace ya muchos años que lo vais haciendo...
Entoces nos echamos a reír todas como solíamos hacer cuando las cosas iban mal y nada
de lo que pudieses decir iba a aligerar el peso de los acontecimientos. Al menos algunas
cosas que no habían cambiado seguían gustándome.
***
Sentada en una mesa del convite obserbava ensimismada mi copa de champán. Parecía
Julia Roberts en “La boda de mi mejor amigo”, solo que mi vestido no era de color lavanda
y yo no había peleado por el novio de esa manera tan rastrera. Hay que admitir las
derrotas a tiempo. No estaba lo suficiente borracha como para bailar como lo hacían el
resto de invitados y tampoco estaba lo suficiente amargada como para ligar con algún
primo lejano de la familia así que me dediqué a observar la pista de baile que había en el
centro de la sala.
La música tenia un ritmo frenético, pero los novios habían encontrado por fin un momento
para dejar de recibir felicitaciones y bailaban en el centro demasiado lento. Él recogió
un mechón que se le había soltado del recogido y se lo puso detrás de la oreja, luego
le susurró algo que la hizo reír de pura felicidad. A lo mejor le había dicho lo guapa que
estaba. A lo mejor le había dicho que se marcharan ya a casa para poder desabrochar
cada uno de los botones de la espalda de su vestido. A lo mejor... no quería saber lo que
le había dicho.
El resto de invitados que yo conocía estaban borrachos por ahí bailando con la madre de
la novia o haciendo el idiota con las corbatas en la cabeza. Era una fiesta, se suponía que
todo el mundo se lo tenía que pasar bien, pero en una mesa no mucho más allá de la mía
estaba el primo del novio haciendo exactamente lo mismo que yo, mirar las burbujas del
champán.
Debía ir bastante borracho cuando se levantó de su silla y vino a sentarse a mi lado,
porque que yo sepa nunca le caí muy bien.
- ¿No bailas? - preguntó.
- ¿No bailas tú? -dije sin apartar la vista del vestido blanco que daba vueltas por la pista.
- ¿A caso debería?
- Es la boda de tu primo, deberías celebrarlo.
- Ambos son amigos tuyos, deberías celebrarlo por partida doble.
Supongo que yo también iba ya bastante borracha, por lo que no me extraña que las
siguientes palabras se me escaparan casi de la boca.
- Yo debería ser la que llevase ese vestido (bueno, probablemente uno un poco más
bonito), yo debería ser la que esta noche le hiciera el amor más intensamente que nunca,
yo debería estar ahora mismo recibiendo felicitaciones y bailando con mi suegro. Pero no,
es ella, y obviamente no me puedo alegrar.
Se quedó en silencio. Contra eso no tenia nada que decir, eran razones mas que de sobra
para no bailar, para no estar celebrándolo con todos.
- Yo ya te he dicho porque no bailo, ahora dímelo tú.
- Lo cierto es que no lo sé. Creo que simplemente no tengo ganas de fingir que me
divierto.
- Me parece una excusa muy pobre.
Me quedé callada un momento, pensando. No había llegado hasta allí para ahora
quedarme sentada en una silla lamentándome. No había ido a la ceremionia y firmado
aquel papel para luego ver como todos se divertían. Aquella noche todo estaba permitido
si no te veían los mayores de cincuenta. Supongo que por todo eso y porque realmente no
lo pensé antes de decirlo, le propuse a Javier salir a bailar.
- No me lo creo.
-¿ El que ?
- Que quieras bailar conmigo.
- Yo tampoco me creo que hayas venido a sentarte a mi lado.
Se levantó de la silla, me cogió de la mano y me llevó a la pista. Y por fin se me olvidó que
estaba celebrando la boda del amor de mi vida, se me olvidó que él pasaría el resto de su
vida con ella, se me olvidó que su primo me caía tremendamente mal, se me olvidó todo y
bailé con él, con todos mis amigos y con algún desconocido; haciendo lo que se hace en
las bodas, cantando las típicas canciones, gastando las típicas bromas de mal gusto que
siempre habías odiado de pequeña.
Las horas pasaban y parecía que nadie quería dar por acabada la fiesta. Los mayores
hacia tiempo que se habían retirado y la fiesta era toda para los jóvenes. Hacía rato que
había perdido a Javier y en ese tiempo bebí un poco más. Cuando me lo volví a encontrar,
sin saber como, me arrastraba hacia el baño.
Realmente no me di cuenta de lo que estaba haciendo hasta que empezaron a pasárseme
los efectos del alcohol y noté el contacto de sus labios en mi cuello, su respiración fuerte,
su corazón acelerado, sus manos suaves subiendo por mis muslos... Me hacía perder la
cabeza de una manera que no había sentido en mucho tiempo. Sus besos en mi cuello
me nublaban la vista y me hacían sentir únicamente los puntos de mi cuerpo donde él me
tocaba. Tenía que pararlo o acabaríamos haciendo el amor en un baño publico, cosa que
yo había jurado que jamás haría.Gracias a dios tuve la fuerza de voluntad para decirle que
parara, aunque me costó:
- Javi... - respiré profundamente - Javier. Para por favor...
Javier se apartó unos centímetros y me miró a los ojos.
- ¿Pasa algo?
- No te digo que no follaría contigo... pero no en una baño.
Supongo que me daba miedo darle esperanzas al chico o tal vez acabar sintiendo algo que
odiaría de todos modos, porque nunca quise sentirlo. Casi sin darme cuenta huí de allí me
despedí de todo el mundo antes de irme, de verdad que no quería seguir allí.
Salí sola a la calle. Amanecía. Me pregunté que hora debía ser, pero preferí no saberlo.
Me quité los tacones y empecé a andar lentamente hacia mi casa. La gente que ya se
había levantado me miraba. No quise saber que pensaba, no me torturé en imaginarlo.
9
Al llegar a casa, me desvestí lentamente y me metí en la ducha antes de dormir. Al final
la boda no había sido tan mala, había podido sonreír para todas las fotos, había podido
felicitarlos si un ápice de sarcasmo en mi voz, había sido correcta y medianamente
sincera.
Pero seguía doliéndome, eso no lo podía negar. Había visto como se formaba una familia
que dentro de unos años seria la envida de la ciudad. Había visto como se me escapaba
de la mano el marido que siempre quise tener. Había visto como los que tenían que ser
mis suegros, se convertían en los suegros de otra. Había visto como recibían regalos que
adornarían la que tenia que ser mi casa. Y estaba destrozada.
Es fácil hacerse la fuerte cuando hay mas gente mirando, dices: no, ellos no me van a
ver llorar. Pero una vez que estas sola en casa te das cuenta de que te han arrebatado la
vida con la que siempre habías soñado. Entonces te miras al espejo y te preguntas que
hiciste mal. Que fue lo que no le diste tú que ella sí que le ha podido dar. Te miras: con el
maquillaje corrido de llorar, con los ojos hinchados, con el pelo deshecho y te das cuenta
de que no puedes seguir así, de que has de que cambiar tu percepción de la vida, de que
no puedes pasarte el resto de ella lamentándote por algo que ya no vas a poder tener.
Supongo que fue entonces cuando decidí definitivamente que tenia que marcharme, y a
demás, hacerlo para siempre. No me podía arriesgar a volver un día y encontrármelo por
la calle con un carrito de bebé, paseando por el parque. Simplemente no lo soportaría.
***
Cuando abrieron la puerta principal del avión para que pudiéramos salir, respiré por
primera vez en casi tres años el aire de mi tierra. Se sentía cálido al entrar por mis
pulmones. Se sentía bien, relajante, familiar. En el fondo había echado de menos, el mar,
las montañas tan cercanas, las islas; aunque me costara reconocerlo.
La típica rutina de aeropuerto esta vez se me hizo eterna, había viajado mucho durante el
tiempo que había pasado fuera, pero había algo acerca de ese aeropuerto que hacia que
quisiera abandonarlo cuanto antes. Supongo que eran los recuerdos que acechaban en
cada esquina o, tal vez, la vana esperanza de verlo esperándome entre la gente al salir;
algo que ni por asomo iba a pasar.
En el camino de casi dos horas hasta mi ciudad pude comprobar que me acordaba
perfectamente del paisaje, pensaba que con todo el tiempo que había pasado fuera
había olvidado esa carretera que tantas veces había recorrido cuando me fui a la capital
a estudiar y volvía cada fin de semana a casa, en parte por insistencia de mi madre y en
parte porque quería verle.
Todo lo que me encontraba al llegar al país me traía algún recuerdo de él. Era
precisamente por eso por lo que había estado tentada de declinar la invitación a la boda,
pero eso era algo que no podía hacer, se trataba de Silvia, era ella la que se casaba. Si
hubiera sido cualquier otra persona a lo mejor ni me hubiera molestado en abrir el tarjetón,
ni si quiera en mirar la fecha. Pero tratándose de Silvia supe que tenía que venir o me iba
a matar, así que en el momento en el que decidí que iba a venir empecé a mentalizarme
de lo que iba a significar eso emocionalmente para mi, pero realmente no iba a saber lo
que sentiría mi corazón hasta que no lo tuviera delante.
Era posible que en todo el tiempo que había pasado yo pudiera haber olvidado un poco los
rasgos de su cara, principalmente porque me había negado a ver una sola foto suya; pero
también podía pasar que hubiera idealizado, mitificado su rostro. ¿Cuántas noches me
había dormido intentando recordarle para ver si así mi subconsciente soñaba con él y así
creer por un instante que estaba con él? Todo eso a pesar de que sabia que me levantaría
llorando y con una presión en el estomago que a penas me dejaría respirar. Pero también
era posible que las distancia y las experiencias que yo había tenido al margen de mi amor
por el hubiesen cambiado lo que yo sentía, aunque lo veía de veras complicado.
Con él había sido siempre distinto. No todo el mundo puede presumir de haberse
enamorado de verdad, aunque duela más que nada en el mundo. La gente busca el
sucedáneo de eso tan mítico, de ese sentimiento más platónico que real. Pero los que lo
hemos sentido alguna vez sabemos que no todo es hermoso, que amar duele pero que si
no has sentido ese dolor es como si te hubieras perdido una parte de la vida. Es esencial.
Con él también fue distinto porque me enamoré cuando tenia diez años y no lo he podido
olvidar. Durante mucho tiempo presumí de que el destino nos convertiría en una familia
feliz, de que el estaba destinado a pasar el resto de su vida conmigo. Yo no lo podía ver
con otra, pero claro, él sí. Supe que el nuestro seria un matrimonio feliz si se realizaba,
pero que si llegados a una edad aun no había pasado nada serio, estaríamos destinados
al fracaso, pero para las almas soñadoras siempre hay esperanza, a pesar de que todo
apunte justo en la dirección contraria.
A todo nuestra historia le estaba dando vueltas cuando vi aparecer las primeras casas de
mi ciudad. Eran finales de Septiembre y llovía. No me había dado cuenta de lo mucho que
había echado de menos mi tierra. Miré cada una de las casas y calles tratando de buscar
algo que hubiese cambiado, pero en realidad todo seguía igual, tal vez algún edificio nuevo
a las afueras, un par da cambios en el sentido de las calles, tiendas que ya no están...
pero nada había cambiado. Creo que en el fondo esperaba no reconocer ningún lugar
donde hubiésemos estado, pero seguían allí, como una marca imborrable demasiado
similares a los recuerdos y sentimientos que aun permanecían en mi corazón, después de
tanto tiempo.
Tuve miedo cuando el taxi me dejo en la puerta de casa. A lo mejor las cosas si que
habían cambiado con ellos. Nunca se sabe, son tu familia, han estado siempre ahí y
juraron que siempre lo estarían. Tuve miedo de que no fuera como antes. Respiré para
calmarme un poco. Eran ellos, las personas que me dieron la vida, siempre serán igual.
Llamé al timbre. No avisé de que venía, tal vez eso fue un error, pero era mejor si se
trataba de una sorpresa. Me abrió la puerta mi madre, para mi ella está igual, un poco
rara con la boca así desencajada, pero mi madre al fin y al cabo, con más arrugas, más
delgada, pero ella. Pero parece que para ella si que he cambiado bastante. Aun no había
dicho nada y yo ya tuve miedo. Entonces rompió a llorar y me abrazó.
-¿Cómo has podido tardar tanto en venir a vernos?
***
Los días previos a la boda pasaban como un borrón de tarjetas, telas, flores, pruebas con
la novia de menú y tarta; y muchos saludos a gente que hacia tiempo que no veía y a
gente que decía que me conocía pero que yo juraría que no había visto nunca.
- Silvia, amor, ¿por que me explotas de esta manera?
- Te tengo aquí conmigo y con Cristina, esto hacia mucho tiempo que no pasaba y no
pienso desaprovecharlo. - miró la lista de preparativos y tachó el apartado de las flores,
pero no pude ver que venia despues de eso- Ahora cojamos el coche que tenemos que ir a
ver a alguien.
- Sí, pero ¿por que Cristina no viene a hacer todo esto con nosotras? ¡No es justo!
- Porque está trabajando. - miró la lista de nuevo- Vamos. Por cierto, ¿sabes donde viven
Hugo y Claudia o conduzco yo?
Me quedé parada un momento. ¿Hugo y Claudia? ¿De veras teniamos que ir a verlos?
- No, no sé donde viven.- Entonces Silvia se dió cuenta de lo que me había pedido que
hiciera- ¿Es necesario que vayamos hoy?
- No, tranquila.- me miró con esa carita tan dulce que siempre ha tenido y cambió el plan
de la mañana en un segundo. - Ahora podemos tomarnos un descanso.
Fuimos a la misma cafetería de siempre. Estábamos raras, las dos. Supongo que Silvia
se pensaba que después de tanto tiempo lo habría olvidado, que debería haberlo hecho.
Intentó empezar a hablar de ello pero en seguida desvié el tema.
-Entonces, ¿porque teníamos que ir a verlos?
- Bueno, pues porque el pequeño Daniel llevará los anillos junto con la hija de mi hermano.
- ¿Cuantos años tiene el niño? - pregunté de casualidad, fue lo primero que se me ocurrió.
- Pues lo cierto es que nació nueve meses después de la boda. A todos nos pareció un
poco extraño, pues ellos, y más él, nunca habían manifestado su idea de empezar tan
pronto a tener niños. Yo siempre he sospechado que el niño es en realidad de David,
pero...
Así siguió como media hora hablando sobre su teoría del hijo de Claudia, pero yo estaba
ya muy lejos de todo aquello, estaba en mi mundo de la fantasía, estaba en mi edén
pensando en que si él se enteraba de la traición de su esposa yo aun tendría alguna
posibilidad y la boda de Silvia iba a ser el momento perfecto para meterle la duda en el
cuerpo.
***
Lloré, lloré mucho en la boda. Silvia estaba preciosa. Pero una vez en el convite me dí
cuenta de que me habían sentado en la misma mesa que Hugo. Ví mi oportunidad. Pero
no pude, no, no pude porque no tenía derecho a robarle su final feliz. Suspiré cuando le
dio un beso a Claudia. Me estaba muriendo de verlos tan felices, de tanta felicidad a mi
alrededor y supe que aquel no era mi lugar, que cada vez que volvía me impresionaba lo
mucho que lo había echado de menos, pero que en realidad deseaba marcharme de allí
cuanto antes. Salí a fuera a fumar. Hugo me siguió. ¿Que narices estaba pasando? Se
acercó a mi y me dio un abrazo.
- Me alegra volver a verte.- y se fue.
Cerré los ojos un momento. Me convencí de no gritarle y lanzarle la copa a la cara y me
encendí mi cigarrillo. Ese era el fin de nuestra historia, nuestra tregua. Yo por fin aceptaba
que nunca iba a ser posible, que nos queríamos demasiado. Y que ese no era mi final feliz,
era el de Silvia y el de Claudia, y que sí, que yo iba a seguir queriéndolo el resto de mi
vida, pero que tenia que aprender que mi vida no podía ser como esas novelas idealizadas
de Cervantes en las que todo terminaba perfecto para todos los personajes. Esta vez me
tocaba a mi ser el personaje que se quedase sin final feliz, enamorado y con una maleta
rumbo a un lugar donde puediera olvidar.
OLVIDAR
Anna Ripoll Bardisa
Entonces enterré mis dedos en su pelo mientas él me seguía besando y deseé que ese
momento no acabara nunca, que él nunca saliera de esa habitación, que nunca saliese el
sol, que nunca amaneciese un nuevo día si él no iba a estar a mi lado.
Esta iba a ser la última vez que me manipularía así, que me haría caer en sus redes de
un modo tan patético. Pero yo sabía que eso no iba a poder ser por mucho que yo me lo
propusiera, yo no podía resistirme, porque a pesar de todo, le quería.
No me quería dormir, no, porque al despertar ya no estaría allí, ya habría salido a
hurtadillas de la casa sin dejar ni una sola nota, tal vez el único rastro que quedaría de él
sería que la cantidad de café en el termo habría disminuido. No quería dormirme, porque
por la mañana todo iba a tener unas consecuencias en las que no pensé en el momento
en el que lo metí en mi casa. No, porque por la mañana no me acordaría de la promesa
que me acababa de hacer a mi misma y tampoco tendría la misma convicción como para
ser capaz de cumplirla.
Era tremendamente patético pensar que yo estaba enamorada de él desde que tenía
trece años, y ahora, con unos diez años más encima, seguía siendo incapaz de olvidarle.
Era asquerosamente patético que cada vez que nos encontráramos de fiesta o tomando
un café, las pocas veces que yo volvía a mi ciudad, termináramos en la cama como dos
estúpidos y alocados adolescentes.
Pero aquel día no se marchó antes del amanecer, no salió sin hacer ruido, no se hizo café.
Desperté esperando encontrarme sola en la cama, ya casi con la noche anterior olvidada,
pero me encontré, para mi asombro, que seguía allí. Lo que más me fastidió de todo
aquello fue que me alegré de que se quedara, a pesar de que sabía que tenía que haber
una explicación del todo egoísta por su parte para esta noche, que cuando se despertase,
iba a convertirse en silencios tensos y una situación muy incómoda.
Y entonces recordé porque me había enamorado de él, ¡qué digo!, recordé porque seguía
enamorada de él a pesar de todo lo que me pudiera hacer. Sí, por esa carita de ángel
cuando está dormido, en esos momentos parece que nunca me haya hecho desear
arrancarme el corazón de un puñado para dejar de sentir, en esos momentos olvido todo
el dolor que me ha hecho pasar y me abandono en la forma de su mandíbula, sus labios
carnosos, el color morado de sus párpados cerrados...
Me tragué el nudo que había empezado a formarse en mi estómago y me metí en la ducha
decidida a dejar de pensar en ello y a desear con todas mis fuerzas que al salir ya no
estuviera.
Mientras el agua resbalaba por mi piel pensé, no quería hacerlo, pero pensé, pensé en
él tirado en la cama ahora mismo, pensé en él esta noche, pensé en él cuando me lo
encontré ayer por la calle y quedamos a tomar café, pensé en él la vez anterior que esto
había pasado, y pensé en la anterior y la anterior; y para mi desgracia legué, como en un
flashback en que todas esas imágenes pasan rápidamente, legué hasta la primera vez que
pasó. Supongo que fue porque pensaba que no me iba a volver a ver nunca, pues fue la
noche antes de que yo me marchara a estudiar a Barcelona.
Esa fue la primera vez que me besó consciente de sus actos y sin ir borracho. Aún siento
el tacto de sus manos por todo mi cuerpo, aun noto la presión de sus labios sobre los
míos, aun percibo el calor de su cuerpo junto al mío. Fue magnífico, por supuesto, pero
por la mañana había desaparecido, no respondió a mis llamadas y yo asumí que no quería
saber nada de mí y me marché a Barcelona con el móvil lleno de mensajes sin enviar y el
orgullo herido.
Nunca más le volví a llamar, ni le envié ningún correo, ni un whatsapp, ni un privado en
Facebook, nada, para mi había desaparecido, era mejor así. Pero volví, claro que volví. La
tierra siempre llama y las Navidades del año siguiente volví y me lo encontré y quedamos
a tomar café y...
Cerré el grifo de la ducha. Bien, ya había suficientes remordimientos y melancolía por hoy.
Salí y me enrollé con una toalla. Me miré al espejo después de quitar el vaho. Yo, una
mujer tan bonita podía tener casi a cualquier hombre y tenía que estar arrastrándome para
conseguir un poco de ese, que era al único al que yo quería tener y no podía. Y al final me
decidí, sí, era momento de pasar página y ya era hora de decírselo a él.
Salí enrollada solo con la toalla y verdaderamente decidida. Él ya estaba despierto y
estaba sentado en la cocina de espaldas a mí, con la camisa medio desatada y con el sol
dándole en el pecho, con una taza de café en la mano, por supuesto. Fui a vestirme, mi
valor se esfumaba poco a poco, me sentía incapaz de hablar con él sin nada más encima
que una toalla.
Luego entré en la cocina, y sin mirarle, me puse también un café. Había sido él el que
me había vuelto completamente adicta. Me giré lentamente mientras empezaba a hablar,
sabia como darle dramatismo a la situación.
- Escucha, Hugo...
- No, creo que debería hablar yo primero.
Me había vuelto a cortar en medio de la frase, como odiaba eso. Bueno, la verdad es que
después de eso y de un breve “Creo que deberíamos hablar seriamente...” no hubiera
sabido como continuar así que supongo que era mucho más fácil que empezara él. Asentí.
- Me voy a casar.
Ugh. Eso sí que no me lo esperaba. Realmente esperaba empezar a decirle que esto se
tenía que terminar y que él empezaría a rogarme porque no lo hiciera. Pero no, para nada
me esperaba algo como eso. A lo mejor había entendido mal.
- ¿Qué?
- Que me voy a casar.
¡No me lo puedo creer! ¡Se acaba de acostar conmigo! ¿Y encima tiene la desfachatez de
esperarse hasta la mañana siguiente para decirme esto? Si me lo hubiera dicho antes al
menos habría sabido que me acostaba con un hombre comprometido, y desde luego que
habría sido mucho más intenso sabiendo que iba a ser el último. Definitivamente el mundo
se ha vuelto loco, o seré yo que estoy cabeza abajo.
- Vaya... – dije lentamente mientras me sentaba en la silla.
- Supongo que no te lo esperabas.
No por supuesto que no, maldito cabrón. Tampoco esperaba que pasaras el resto de la
eternidad conmigo pero no, definitivamente eso no me lo esperaba.
- Mmm... – me acerqué al minibar y eché una chorradita de coñac al café.
Y entonces llegó el silencio tenso. Decidí seguir hablando antes de que la rabia o las
lágrimas me cegaran. Lo cierto es que prefería que me cegara el alcohol a que lo hiciera
cualquiera de esas dos cosas.
- ¿Conozco a la novia?
- Claro que la conoces. – Silencio. Miedo. ¿Qué yo la conozco? – ¿No te haces un idea?
- Lo cierto es que no.
Y entonces me vino a la cabeza una llamada de Silvia de hacía un par de meses. Es
de esas cosas que se comentan de pasada porque sabes que si profundizas, duelen
más; fue de esas cosas que me dijo y no le di importancia. Sabía que podía estar con
muchas mujeres pero nunca se había comprometido de ese modo, no del modo en el que
ahora parecía que lo había hecho. Y ahora iba a tener que oír ese nombre de sus labios.
Precisamente ese nombre.
- Claudia.
- ¡Vaya! ¿En serio? ¿Y como se lo pediste?
¿Realmente quería saberlo? No, en realidad no, pero ahora ya lo había preguntado. A
veces pienso que me gusta recrearme en los detalles para que duela más aun.
- Bueno en realidad no se lo he pedido aún. Eres la primera en saberlo. Ni si quiera mis
padres lo saben, ni mis amigos, nadie. Yo quería...
De un trompazo dejé la taza en la encimera, temí que se rompiera, pero la rabia me
hervía en las venas y no me pude controlar. Antes de hablar tuve que respirar una vez
profundamente para que no se notara en mi voz el odio contenido.
- Ya está bien. No finjamos que no ha sido una absoluta desfachatez decírmelo después
de acostarte conmigo. -se quedó en silencio, por supuesto, sabía que yo tenía razón -. No
voy a fingir tampoco que me alegro porque no es así, no lo fingiré ni si quiera por lo que tú
dices que es una amistad con fundamento. Y tampoco voy a permitir que vengas a mi casa
a...
- Yo en realidad quería pedirte que fueras una de nuestros testigos.
Por un segundo me quedo pensando. ¿De veras me lo ha pedido? No puede haber sido
capaz de pensar que yo aceptaría.
- ¿Pero tú que te has creído? ¿Que seré capaz de de firmar un papel que confirma que
el hombre al que... que el hombre de mi vida se ha casado con una gilipollas a la que no
soporto? ¿Tú que te has pensado que la gilipollas soy yo, o qué?
- ¿De veras soy el hombre de tu vida?
- ¿Es que a caso no lo ves? - las lágrimas empezaban a brotar, las retuve todo lo que
pude. Él no iba a verme llorar - ¿No ves que no importa el tiempo que pase que yo
seguiré invitándote a mi casa sin pensármelo dos veces? ¿No ves que aunque ahora esté
tremendamente enfadada iré a la boda y seré vuestra testigo? ¿Es que aun no lo has
entendido?
Me di la vuelta para que no pudiera ver como en mis ojos se juntaban lágrimas tanto de
rabia como de dolor. Respiré profundamente un par de veces.
- Vete – le dije con la voz quebrada.
- Pero yo te lo quería explicar...
- Hazme el favor y simplemente vete y déjame en paz. El día que quiera hablar contigo ya
te llamaré. Al fin y al cabo siempre es así, siempre soy yo la que anda detrás de ti...
Sin darme la vuelta oí como dejaba la taza en la encimera recogía sus cosas y caminaba
por el pasillo hacia la salida. Le oí abrir la puerta y vacilar antes de marcharse, pero
finalmente cerró la puerta y se alejó hacia el ascensor. Por un momento estuve tentada
de correr detrás de él, incluso caminé hasta la puerta y puse la mano en el pomo con la
intención de abrirlo y gritarle que volviera, que me daba igual que se fuera a casar, que yo
le seguiría abriendo mi puerta siempre que quisiera a pesar de que me arriesgase a que
me llamaran adultera, puta o cualquier cosas que las malas lenguas pudieran inventar;
pero no lo hice. Me limité a apoyar la espalda en la puerta y deslizarme hasta el suelo,
para luego quedarme hecha un ovillo durante lo que me pareció una eternidad. El tiempo
suficiente para llorar todo lo que tenía que llorar.
Seguía sin poder creerme que se fuera a casar, pero lo que me creía menos aun era que
le hubiera gritado, que me hubiera enfadado con él, ¡como si tuviéramos algo estable que
nos hiciera dar explicaciones o tener algo que reprocharnos! Vale, simplemente me había
pasado de la raya imaginado, creyendo, que teníamos algo más, que a él le importaba lo
que yo sintiera o dejase de sentir.
De repente me di cuenta de que no me podía pasar todo el día encerrada en casa llorando
por un error, así que llamé a Silvia y le dije que necesitaba tomar un café con ella y con
Cristina, como en los viejos tiempos; además hacia mucho que no las veía. Necesitaba
volver a sentarme en una cafetería a criticar y a contar cotilleos con el mismo café toda la
tarde.
***
Llegué pronto a la vieja cafetería donde solíamos quedar las tardes de invierno cuando
aún vivíamos todas en la ciudad. No había llegado aún ninguna de las dos, así que pedí
un cortado y me senté en la misma mesa de siempre, la del fondo a la derecha, a esperar
esos diez minutos de cortesía que siempre les hacían falta para llegar.
Pronto llegó Silvia, y Cristina no se hizo de rogar. Hablamos, charlamos y criticamos, como
en los viejos tiempos. Alguna vez pensé que tal vez con el paso de los años las cosas se
enfriarían entre nosotras pero después de todo lo que hemos pasado juntas es imposible
que se rompa una amistad como esta. La tarde iba bien, estaba consiguiendo mi propósito
de olvidarle por al menos una tarde, pero alguien sacó el tema. Era inevitable.
- Me pregunto cómo le irá a Hugo, hace tiempo que no sé nada de él. – comentó Silvia
antes de darle un sorbo a su cappuccino con sacarina.
- Parece mentira que viva en esta ciudad, no lo veo nunca. – dijo Cristina.
Y luego las dos clavaron su mirada en mí. Bajé la mirada hasta mi café vacío y solté un
suspiro ligero. Sabía lo que me iban a decir y prefería con creces cualquier augurio de
mala suerte procedente de los posos que ahora contemplaba tan ensimismada antes que
sus reprimendas.
- ¿Otra vez? – preguntó.
Asentí despacio con la cabeza con miedo a que afirmándolo se convirtiera en mas real
y doloroso de lo que ya era. Las miré, y no sé si fue por la vergüenza que sentía de mis
propios actos o sus miradas de reproche, pero bajé de nuevo la mirada hacia los posos del
café.
- Antes de que me digáis nada quiero que sepáis una cosa.
Aún no había levantado la mirada, pero pude notar cómo se inclinaban un poco más hacia
la mesa y aguantaban la respiración por unos segundos. Sabían que lo que les tenía que
decir era algo importante, de lo contrario no me habría puesto así de dramática.
- Se va a casar. Con Claudia. Aún no han dicho nada a nadie, se supone que soy la
primera en saberlo y que no lo debería saber nadie más... pero no me lo podía guardar
más tiempo para mi.
Por un momento se quedaron en silencio. ¿Que dices cuando el amor de toda la vida de
una amiga se va a casar con otra amiga en común? ¿Que haces, te alegras por ella o la
maldices por lo que el ha hecho a tu amiga?
- No me lo puedo creer... -es lo único que Silvia se atrevió a decir.
- ¿Sabéis que? No me importa. Yo había vuelto a la ciudad con la esperanza de que
se hubiera replanteado nuestra relación. Y veo que lo ha hecho, y que ha tomado una
decisión y que yo no entro en esos planes. Así que lo mejor será que me vaya cuanto
antes.
- ¿Pero no querías quedarte para preparar las oposiciones? - preguntó Cristina.
- Sí, pero ¿para que quiero un trabajo estable en un lugar en el que no quiero estar?
Soy joven, puedo buscar trabajo en cualquier país de Europa en el que se hable Inglés,
Francés, Italiano o Alemán. Puedo tener un futuro mejor que el que me espera si me
quedo en esta ciudad.
- ¿Ya te estás marchando otra vez? ¿No crees que eso es huir?- dijo Cristina.
- No me importa si creéis que es huir, pero es que simplemente no me puedo quedar aquí,
no sería propio de mi quedarme a ver como son felices...
- Entonces será mejor que nos vayamos preparando para el fieston del año. ¡La primera
boda de nuestro grupo de amigos! - dijo Silvia para quitarle tensión al asunto.
Visto así no sonaba tan mal, aunque aun no les había comentado el hecho de que iba a
ser una de las testigos. Sonreí un poco, en el fondo creo que lo había ido asumiendo con
el paso de los años, nosotros dos no podíamos acabar juntos de ninguna manera.
- Bueno chicas, pues me parece que me vais a tener que ayudar a elegir el traje más
espectacular.
- ¡Claro! ¡De eso se trata la venganza! ¿No? De se irresistible a sus ojos y que no te pueda
tener, mmm.... - dijo Cristina relamiéndose ya de la satisfacción.
- Si, bueno, por eso y porque me ha pedido que sea una de los testigos.
Silvia se atragantó con el último trago de café.
- No lo puedes estar diciendo en serio...
Asentí tristemente con la cabeza y con una sonrisa de resignación.
- ¿Y eso te lo dijo antes o después de follar contigo?
- ¿Tienes que ser siempre tan bestia, Cristina? - se enfadó Silvia, luego me miró con ojos
inquisidores- Dinos, ¿cuando te lo dijo?
- Después.
-¡Que cabrón! - miró a Silvia- ¡Esta vez no me dirás que me he pasado!
- Diría que te has quedado corta. ¡Menudo hijo de puta!
- Ay Silvia, te estamos malvando.
- Hace ya muchos años que lo vais haciendo...
Entoces nos echamos a reír todas como solíamos hacer cuando las cosas iban mal y nada
de lo que pudieses decir iba a aligerar el peso de los acontecimientos. Al menos algunas
cosas que no habían cambiado seguían gustándome.
***
Sentada en una mesa del convite obserbava ensimismada mi copa de champán. Parecía
Julia Roberts en “La boda de mi mejor amigo”, solo que mi vestido no era de color lavanda
y yo no había peleado por el novio de esa manera tan rastrera. Hay que admitir las
derrotas a tiempo. No estaba lo suficiente borracha como para bailar como lo hacían el
resto de invitados y tampoco estaba lo suficiente amargada como para ligar con algún
primo lejano de la familia así que me dediqué a observar la pista de baile que había en el
centro de la sala.
La música tenia un ritmo frenético, pero los novios habían encontrado por fin un momento
para dejar de recibir felicitaciones y bailaban en el centro demasiado lento. Él recogió
un mechón que se le había soltado del recogido y se lo puso detrás de la oreja, luego
le susurró algo que la hizo reír de pura felicidad. A lo mejor le había dicho lo guapa que
estaba. A lo mejor le había dicho que se marcharan ya a casa para poder desabrochar
cada uno de los botones de la espalda de su vestido. A lo mejor... no quería saber lo que
le había dicho.
El resto de invitados que yo conocía estaban borrachos por ahí bailando con la madre de
la novia o haciendo el idiota con las corbatas en la cabeza. Era una fiesta, se suponía que
todo el mundo se lo tenía que pasar bien, pero en una mesa no mucho más allá de la mía
estaba el primo del novio haciendo exactamente lo mismo que yo, mirar las burbujas del
champán.
Debía ir bastante borracho cuando se levantó de su silla y vino a sentarse a mi lado,
porque que yo sepa nunca le caí muy bien.
- ¿No bailas? - preguntó.
- ¿No bailas tú? -dije sin apartar la vista del vestido blanco que daba vueltas por la pista.
- ¿A caso debería?
- Es la boda de tu primo, deberías celebrarlo.
- Ambos son amigos tuyos, deberías celebrarlo por partida doble.
Supongo que yo también iba ya bastante borracha, por lo que no me extraña que las
siguientes palabras se me escaparan casi de la boca.
- Yo debería ser la que llevase ese vestido (bueno, probablemente uno un poco más
bonito), yo debería ser la que esta noche le hiciera el amor más intensamente que nunca,
yo debería estar ahora mismo recibiendo felicitaciones y bailando con mi suegro. Pero no,
es ella, y obviamente no me puedo alegrar.
Se quedó en silencio. Contra eso no tenia nada que decir, eran razones mas que de sobra
para no bailar, para no estar celebrándolo con todos.
- Yo ya te he dicho porque no bailo, ahora dímelo tú.
- Lo cierto es que no lo sé. Creo que simplemente no tengo ganas de fingir que me
divierto.
- Me parece una excusa muy pobre.
Me quedé callada un momento, pensando. No había llegado hasta allí para ahora
quedarme sentada en una silla lamentándome. No había ido a la ceremionia y firmado
aquel papel para luego ver como todos se divertían. Aquella noche todo estaba permitido
si no te veían los mayores de cincuenta. Supongo que por todo eso y porque realmente no
lo pensé antes de decirlo, le propuse a Javier salir a bailar.
- No me lo creo.
-¿ El que ?
- Que quieras bailar conmigo.
- Yo tampoco me creo que hayas venido a sentarte a mi lado.
Se levantó de la silla, me cogió de la mano y me llevó a la pista. Y por fin se me olvidó que
estaba celebrando la boda del amor de mi vida, se me olvidó que él pasaría el resto de su
vida con ella, se me olvidó que su primo me caía tremendamente mal, se me olvidó todo y
bailé con él, con todos mis amigos y con algún desconocido; haciendo lo que se hace en
las bodas, cantando las típicas canciones, gastando las típicas bromas de mal gusto que
siempre habías odiado de pequeña.
Las horas pasaban y parecía que nadie quería dar por acabada la fiesta. Los mayores
hacia tiempo que se habían retirado y la fiesta era toda para los jóvenes. Hacía rato que
había perdido a Javier y en ese tiempo bebí un poco más. Cuando me lo volví a encontrar,
sin saber como, me arrastraba hacia el baño.
Realmente no me di cuenta de lo que estaba haciendo hasta que empezaron a pasárseme
los efectos del alcohol y noté el contacto de sus labios en mi cuello, su respiración fuerte,
su corazón acelerado, sus manos suaves subiendo por mis muslos... Me hacía perder la
cabeza de una manera que no había sentido en mucho tiempo. Sus besos en mi cuello
me nublaban la vista y me hacían sentir únicamente los puntos de mi cuerpo donde él me
tocaba. Tenía que pararlo o acabaríamos haciendo el amor en un baño publico, cosa que
yo había jurado que jamás haría.Gracias a dios tuve la fuerza de voluntad para decirle que
parara, aunque me costó:
- Javi... - respiré profundamente - Javier. Para por favor...
Javier se apartó unos centímetros y me miró a los ojos.
- ¿Pasa algo?
- No te digo que no follaría contigo... pero no en una baño.
Supongo que me daba miedo darle esperanzas al chico o tal vez acabar sintiendo algo que
odiaría de todos modos, porque nunca quise sentirlo. Casi sin darme cuenta huí de allí me
despedí de todo el mundo antes de irme, de verdad que no quería seguir allí.
Salí sola a la calle. Amanecía. Me pregunté que hora debía ser, pero preferí no saberlo.
Me quité los tacones y empecé a andar lentamente hacia mi casa. La gente que ya se
había levantado me miraba. No quise saber que pensaba, no me torturé en imaginarlo.
9
Al llegar a casa, me desvestí lentamente y me metí en la ducha antes de dormir. Al final
la boda no había sido tan mala, había podido sonreír para todas las fotos, había podido
felicitarlos si un ápice de sarcasmo en mi voz, había sido correcta y medianamente
sincera.
Pero seguía doliéndome, eso no lo podía negar. Había visto como se formaba una familia
que dentro de unos años seria la envida de la ciudad. Había visto como se me escapaba
de la mano el marido que siempre quise tener. Había visto como los que tenían que ser
mis suegros, se convertían en los suegros de otra. Había visto como recibían regalos que
adornarían la que tenia que ser mi casa. Y estaba destrozada.
Es fácil hacerse la fuerte cuando hay mas gente mirando, dices: no, ellos no me van a
ver llorar. Pero una vez que estas sola en casa te das cuenta de que te han arrebatado la
vida con la que siempre habías soñado. Entonces te miras al espejo y te preguntas que
hiciste mal. Que fue lo que no le diste tú que ella sí que le ha podido dar. Te miras: con el
maquillaje corrido de llorar, con los ojos hinchados, con el pelo deshecho y te das cuenta
de que no puedes seguir así, de que has de que cambiar tu percepción de la vida, de que
no puedes pasarte el resto de ella lamentándote por algo que ya no vas a poder tener.
Supongo que fue entonces cuando decidí definitivamente que tenia que marcharme, y a
demás, hacerlo para siempre. No me podía arriesgar a volver un día y encontrármelo por
la calle con un carrito de bebé, paseando por el parque. Simplemente no lo soportaría.
***
Cuando abrieron la puerta principal del avión para que pudiéramos salir, respiré por
primera vez en casi tres años el aire de mi tierra. Se sentía cálido al entrar por mis
pulmones. Se sentía bien, relajante, familiar. En el fondo había echado de menos, el mar,
las montañas tan cercanas, las islas; aunque me costara reconocerlo.
La típica rutina de aeropuerto esta vez se me hizo eterna, había viajado mucho durante el
tiempo que había pasado fuera, pero había algo acerca de ese aeropuerto que hacia que
quisiera abandonarlo cuanto antes. Supongo que eran los recuerdos que acechaban en
cada esquina o, tal vez, la vana esperanza de verlo esperándome entre la gente al salir;
algo que ni por asomo iba a pasar.
En el camino de casi dos horas hasta mi ciudad pude comprobar que me acordaba
perfectamente del paisaje, pensaba que con todo el tiempo que había pasado fuera
había olvidado esa carretera que tantas veces había recorrido cuando me fui a la capital
a estudiar y volvía cada fin de semana a casa, en parte por insistencia de mi madre y en
parte porque quería verle.
Todo lo que me encontraba al llegar al país me traía algún recuerdo de él. Era
precisamente por eso por lo que había estado tentada de declinar la invitación a la boda,
pero eso era algo que no podía hacer, se trataba de Silvia, era ella la que se casaba. Si
hubiera sido cualquier otra persona a lo mejor ni me hubiera molestado en abrir el tarjetón,
ni si quiera en mirar la fecha. Pero tratándose de Silvia supe que tenía que venir o me iba
a matar, así que en el momento en el que decidí que iba a venir empecé a mentalizarme
de lo que iba a significar eso emocionalmente para mi, pero realmente no iba a saber lo
que sentiría mi corazón hasta que no lo tuviera delante.
Era posible que en todo el tiempo que había pasado yo pudiera haber olvidado un poco los
rasgos de su cara, principalmente porque me había negado a ver una sola foto suya; pero
también podía pasar que hubiera idealizado, mitificado su rostro. ¿Cuántas noches me
había dormido intentando recordarle para ver si así mi subconsciente soñaba con él y así
creer por un instante que estaba con él? Todo eso a pesar de que sabia que me levantaría
llorando y con una presión en el estomago que a penas me dejaría respirar. Pero también
era posible que las distancia y las experiencias que yo había tenido al margen de mi amor
por el hubiesen cambiado lo que yo sentía, aunque lo veía de veras complicado.
Con él había sido siempre distinto. No todo el mundo puede presumir de haberse
enamorado de verdad, aunque duela más que nada en el mundo. La gente busca el
sucedáneo de eso tan mítico, de ese sentimiento más platónico que real. Pero los que lo
hemos sentido alguna vez sabemos que no todo es hermoso, que amar duele pero que si
no has sentido ese dolor es como si te hubieras perdido una parte de la vida. Es esencial.
Con él también fue distinto porque me enamoré cuando tenia diez años y no lo he podido
olvidar. Durante mucho tiempo presumí de que el destino nos convertiría en una familia
feliz, de que el estaba destinado a pasar el resto de su vida conmigo. Yo no lo podía ver
con otra, pero claro, él sí. Supe que el nuestro seria un matrimonio feliz si se realizaba,
pero que si llegados a una edad aun no había pasado nada serio, estaríamos destinados
al fracaso, pero para las almas soñadoras siempre hay esperanza, a pesar de que todo
apunte justo en la dirección contraria.
A todo nuestra historia le estaba dando vueltas cuando vi aparecer las primeras casas de
mi ciudad. Eran finales de Septiembre y llovía. No me había dado cuenta de lo mucho que
había echado de menos mi tierra. Miré cada una de las casas y calles tratando de buscar
algo que hubiese cambiado, pero en realidad todo seguía igual, tal vez algún edificio nuevo
a las afueras, un par da cambios en el sentido de las calles, tiendas que ya no están...
pero nada había cambiado. Creo que en el fondo esperaba no reconocer ningún lugar
donde hubiésemos estado, pero seguían allí, como una marca imborrable demasiado
similares a los recuerdos y sentimientos que aun permanecían en mi corazón, después de
tanto tiempo.
Tuve miedo cuando el taxi me dejo en la puerta de casa. A lo mejor las cosas si que
habían cambiado con ellos. Nunca se sabe, son tu familia, han estado siempre ahí y
juraron que siempre lo estarían. Tuve miedo de que no fuera como antes. Respiré para
calmarme un poco. Eran ellos, las personas que me dieron la vida, siempre serán igual.
Llamé al timbre. No avisé de que venía, tal vez eso fue un error, pero era mejor si se
trataba de una sorpresa. Me abrió la puerta mi madre, para mi ella está igual, un poco
rara con la boca así desencajada, pero mi madre al fin y al cabo, con más arrugas, más
delgada, pero ella. Pero parece que para ella si que he cambiado bastante. Aun no había
dicho nada y yo ya tuve miedo. Entonces rompió a llorar y me abrazó.
-¿Cómo has podido tardar tanto en venir a vernos?
***
Los días previos a la boda pasaban como un borrón de tarjetas, telas, flores, pruebas con
la novia de menú y tarta; y muchos saludos a gente que hacia tiempo que no veía y a
gente que decía que me conocía pero que yo juraría que no había visto nunca.
- Silvia, amor, ¿por que me explotas de esta manera?
- Te tengo aquí conmigo y con Cristina, esto hacia mucho tiempo que no pasaba y no
pienso desaprovecharlo. - miró la lista de preparativos y tachó el apartado de las flores,
pero no pude ver que venia despues de eso- Ahora cojamos el coche que tenemos que ir a
ver a alguien.
- Sí, pero ¿por que Cristina no viene a hacer todo esto con nosotras? ¡No es justo!
- Porque está trabajando. - miró la lista de nuevo- Vamos. Por cierto, ¿sabes donde viven
Hugo y Claudia o conduzco yo?
Me quedé parada un momento. ¿Hugo y Claudia? ¿De veras teniamos que ir a verlos?
- No, no sé donde viven.- Entonces Silvia se dió cuenta de lo que me había pedido que
hiciera- ¿Es necesario que vayamos hoy?
- No, tranquila.- me miró con esa carita tan dulce que siempre ha tenido y cambió el plan
de la mañana en un segundo. - Ahora podemos tomarnos un descanso.
Fuimos a la misma cafetería de siempre. Estábamos raras, las dos. Supongo que Silvia
se pensaba que después de tanto tiempo lo habría olvidado, que debería haberlo hecho.
Intentó empezar a hablar de ello pero en seguida desvié el tema.
-Entonces, ¿porque teníamos que ir a verlos?
- Bueno, pues porque el pequeño Daniel llevará los anillos junto con la hija de mi hermano.
- ¿Cuantos años tiene el niño? - pregunté de casualidad, fue lo primero que se me ocurrió.
- Pues lo cierto es que nació nueve meses después de la boda. A todos nos pareció un
poco extraño, pues ellos, y más él, nunca habían manifestado su idea de empezar tan
pronto a tener niños. Yo siempre he sospechado que el niño es en realidad de David,
pero...
Así siguió como media hora hablando sobre su teoría del hijo de Claudia, pero yo estaba
ya muy lejos de todo aquello, estaba en mi mundo de la fantasía, estaba en mi edén
pensando en que si él se enteraba de la traición de su esposa yo aun tendría alguna
posibilidad y la boda de Silvia iba a ser el momento perfecto para meterle la duda en el
cuerpo.
***
Lloré, lloré mucho en la boda. Silvia estaba preciosa. Pero una vez en el convite me dí
cuenta de que me habían sentado en la misma mesa que Hugo. Ví mi oportunidad. Pero
no pude, no, no pude porque no tenía derecho a robarle su final feliz. Suspiré cuando le
dio un beso a Claudia. Me estaba muriendo de verlos tan felices, de tanta felicidad a mi
alrededor y supe que aquel no era mi lugar, que cada vez que volvía me impresionaba lo
mucho que lo había echado de menos, pero que en realidad deseaba marcharme de allí
cuanto antes. Salí a fuera a fumar. Hugo me siguió. ¿Que narices estaba pasando? Se
acercó a mi y me dio un abrazo.
- Me alegra volver a verte.- y se fue.
Cerré los ojos un momento. Me convencí de no gritarle y lanzarle la copa a la cara y me
encendí mi cigarrillo. Ese era el fin de nuestra historia, nuestra tregua. Yo por fin aceptaba
que nunca iba a ser posible, que nos queríamos demasiado. Y que ese no era mi final feliz,
era el de Silvia y el de Claudia, y que sí, que yo iba a seguir queriéndolo el resto de mi
vida, pero que tenia que aprender que mi vida no podía ser como esas novelas idealizadas
de Cervantes en las que todo terminaba perfecto para todos los personajes. Esta vez me
tocaba a mi ser el personaje que se quedase sin final feliz, enamorado y con una maleta
rumbo a un lugar donde puediera olvidar.
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