dijous, 14 de juny del 2012

La venganza de Lucy

Se despertó, sudorosa y con mechones de pelo pegados a la cara. Miró el reloj. 4.26. Otra vez esa maldita pesadilla. Llevaba 10 años teniendo la misma pesadilla. Aquella imagen de su padre con una pistola en la mano y el cuerpo inerte de su madre yaciendo sobre la alfombra no la abandonaría jamás. Después de eso, tan solo recordaba a su padre gritando con las manos en la cabeza y arrodillado al lado del cuerpo de su mujer. Llevaba mucho tiempo, tal vez demasiado, queriendo buscar a su padre para vengar el nombre de su madre. Pero no sabía por donde empezar a buscar. Decidió volver a dormirse, pero no tuvo éxito. Probó maneras diferentes. Hacia un lado, hacia el otro, mirando al techo. Finalmente, cansada de no poder dormirse, decidió levantarse y darse una ducha de agua caliente.


Se miró en el espejo y comprobó que estaba más pálida de lo normal y sus ojos azules tenían un brillo extraño, como si no fueran de este mundo.

Al salir de la ducha, se puso sus botas negras, un pantalón cargo y una camiseta negra de tirantes. Cogió su chaqueta, su pistola y las llaves. Antes de salir de casa miró la hora. Eran las 6.19.

Condujo tranquilamente en dirección a una pequeña fábrica que tenía un viejo amigo a diez de kilómetros del límite de Nueva York. Hacía mucho que no iba a verle. Allí, su amigo, vendía armas ilegalmente. Vendía cualquier tipo de arma, desde un machete hasta un lanzallamas o una bomba nuclear. También vendía munición y objetos de defensa como chalecos antibalas. En la parte trasera de la fábrica había un gran campo de tiro donde se podía ir a practicar aunque no con todas las armas. La habitación estaba insonorizada para que no se escuchasen los disparos.

Aparcó en uno de los laterales de la fábrica. Se aseguró de que la pistola tenía balas y bajó del coche. Entró en la fábrica y se dirigió hacia la puerta que daba al campo de tiro. La fábrica tenía unas pequeñas claraboyas y dos puertas. Una conducía al almacén donde se guardaban las armas y los demás objetos, y la otra al campo de tiro. Caminaba lentamente cuando de repente escuchó una voz. Era Ronnie, su amigo.

-¡Lucy! ¿Se puede saber donde te habías metido? ¡Hacía mucho tiempo que no te veía!- Dijo Ronnie mientras avanzaba hacía donde ella estaba. Ronnie era moreno y alto, pero no pasaba del metro noventa. Sus ojos verdes esmeralda contrastaban con su piel morena.

-Lo siento. He estado muy ocupada y no he tenido tiempo.

-Bien, no pasa nada, pero no estés demasiado tiempo sin pasarte por aquí. Me preocupo si no te veo en mucho tiempo. Bueno, ven, tengo una nueva arma para ti.-Ronnie condujo a Lucy hasta el almacén. Fueron hasta el final de la sala y Ronnie extrajo un maletín. Parecía muy pesado. Depositó el maletín en la mesa y lo abrió. Sacó un lanzacohetes y se lo entregó a Lucy. Era más ligero de lo que se esperaba.

-Este es un lanzacohetes halo ultimo modelo y recién llegado desde Japón. Permite lanzar dos cohetes a la vez y es más ligero que la mayoría de su clase. - Dijo Ronnie mientras Lucy examinaba minuciosamente aquello que tenía entre las manos.

-Es más grande que mi pistola, pero me las podre apañar.

-Ves al campo de tiro, voy a por unos cuántos cohetes y te enseño como usarlo y algunas maneras para que tu ataque sea mas eficaz.


Una vez fuera Lucy miró por una de las claraboyas y descubrió que el sol estaba tapado por unas cuantas nubes, pero aun así supo que no serían más de las 11.30. Caminó con paso decidido hasta la puerta que conducía al campo de tiro. Una vez allí, se dirigió a uno de los bancos y se sentó a esperar que llegase Ronnie.

Al rato, se canso de esperarle y empezó a practicar las maniobras que sabía con la pistola para ver si le serían igual de útiles. Como normalmente la gente iba a entrenar por la tarde, a partir de las 16.30 no corría el peligro de que alguien viera su arma y quisiera una igual. Estaba practicando las maniobras cuando escuchó unos aplausos y una risa procedente de la puerta. Se giró y vio allí a Ronnie apoyado en el marco de la puerta aplaudiendo y evitando reírse, pero no le funcionaba. Había dejado los cohetes en el suelo para poder aplaudir con más energía.

-Bien bien, -dijo entre risas mientras se acercaba a ella con un cohete en la mano -pero lo estabas cogiendo mal, este esta diseñado para ponérselo encima del hombro y permitir así una mayor movilidad. Perfecto, ahora puedes cogerlo con dos manos o con una, como te sea más cómodo. Vale, ahora te enseñaré a disparar. -Ronnie, a pesar de no ir nunca armado, sabía usar perfectamente todas y cada una de las armas que tenía.

-Este modelo no tiene mirilla por lo que tendrás que hacerlo a ojo y rezar por que le dé a tu objetivo.

Estuvieron entrenando hasta las 16.15 cuando decidieron terminar antes de que llegase la gente. Lucy fue a devolverle el lanzacohetes a Ronnie, pero él le dijo que no hacía falta, que se lo guardara ella. También le dio unos cuantos cohetes para que cuando le apeteciera viniera a entrenar ya que ella tenía una copia de la llave que abría la puerta que daba acceso al campo. Fue al coche, guardó el lanzacohetes y los cohetes en el maletero y volvió dentro para comer algo. Ronnie tenía dentro del almacén un compartimento secreto en el cual había una cama, un armario y un par de maquinas expendedoras. Había otra puerta, la cual daría al cuarto de baño.

Pese a que Ronnie tuvo bastante trabajo a partir de las 17 hablaron casi todo el rato. Ronnie era una de esas personas con la que siempre te reías y a él siempre le veías alegre. Pero, aunque siempre estuviera riendo, de pequeño no era así. Al nacer sus padres lo dejaron en un orfanato y a los 6 años una familia lo acogió. Él pensó que a partir de ahí las cosas mejorarían ya que no se llevaba muy bien con los otros niños del orfanato, pero no fue así. Su nueva familia le maltrataba y le obligaban a hacer todas las tareas de casa. En pocas palabras, tuvo una infancia muy dura. Pero eso no te lo imaginarias viendo al chico moreno que ahora le sonríe amablemente a un cliente que acaba de pedir otro paquete de balas para practicar con la pistola.

Al poco rato, empezó a entrar más gente y Lucy supo que ya no podría hablar más con él por lo que se despidieron y Lucy fue al coche para volver a casa.

Condujo tranquilamente, y sin pensar apenas en como buscar a su padre, cuando empezó a llover. Las nubes negras lo iban cubriendo todo poco a poco y de vez en cuando soltaban algún que otro trueno. Se apresuro en llegar a casa, pues no le gustaba conducir con lluvia y mucho menos con una tormenta. Llegó a su casa, aparcó el coche y sacó del maletero el lanzacohetes y los cohetes, procurando que estos últimos se mojaran lo mas mínimo. Entró a casa y se encontró con Marta ladrándole a la ventana.

-Esta bien Marta, no pasa nada, son solo truenos.-Dijo mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba en el respaldo de la silla. Se acercó para acariciarla y tranquilizarla un poco. Marta era un pastor alemán que se había encontrado años atrás, cuando solo era un cachorro, abandonada y con varias heridas en las patas y en el cuello, lo que le impedía caminar. Imaginó que serían de haber tenido alguna pelea con otro perro. La cogió y se la llevo a su casa. Allí le curó las heridas y la cuido hasta que se recuperó. Tenía pensado venderla o enviarla a una residencia canina, pero le tomó demasiado cariño como para deshacerse de ella. Miró hacía la ventana. Notó algo raro, como si aquella no fuera una simple tormenta. Había algo que se ocultaba detrás de aquella tormenta, algo oscuro. Apartó a Marta como pudo de la ventana y la condujo hasta su cama. Una vez allí le hizo que subiera y tras ponerse el pijama durmieron juntas.

Se despertó sobresaltada, ¿qué estaba pasando? El suelo, ¿temblaba? Se acercó a la ventana para ver como en mitad de la carretera se abría una grieta que atravesaba la calle de un extremo a otro. Era un terremoto. Marta ladraba asustada. Lucy fue y abrazó a Marta para que dejara se ladrar. Al rato cesó el terremoto. Estaba todo oscuro y silencioso. Lucy se asomó a la ventana. Unas nubes negras lo cubrían todo y parecía que fuese de noche. Estaba todo en calma, como si no hubiese nadie más en el mundo aparte de ella y Marta.

Se vistió lo más rápido que pudo, cargó su lanzacohetes, cogió su pistola y salió a la calle. Marta iba detrás de ella mirando hacia todos lados. Las calles estaban desiertas, no se oía nada salvo el crujir de las hojas y sus propios pasos. Avanzaba cautelosa por la oscura y solitaria calle cuando vio que a lo lejos se alzaba una torre. Se preguntó si no sería más que un sueño, pero todo parecía tan real. Avanzó algo más rápido hasta situarse al pie de la torre. Era enorme. Mediría unos 200 metros y las grietas del suelo salían de ella. Había también una gran grieta que la rodeaba y hacia del acceso una cosa casi imposible. Dio lentamente una vuelta al rededor de la torre, que era bastante grande, intentando buscar una entrada. La encontró a la otra parte del lugar donde había comenzado. Era un pequeño camino que conducía hasta la puerta que daba acceso al interior de la torre. Entró junto con Marta. Ambas tenían miedo, pues no sabían que se iban a encontrar allí dentro.

Se encontraron en una pequeña sala cuadrangular con puertas de diversos materiales y colores. Lucy estaba asustada, no sabía que puerta debía tomar. Había una puerta azul, una verde, una roja y otra de metal gris. Decidió seguir a su instinto y avanzó hacía la puerta roja. Se decidió a empujar cuando escuchó el chirriante sonido que hacía una de las puertas. La gris concretamente. Se giró en todas direcciones y no vio a Marta. Seguro que había sido ella quien había empujado la puerta. Atravesó rápidamente la puerta por la que Marta había salido corriendo. Llegó a una habitación más grande que la anterior y con esculturas de hierro de lo que parecían ser demonios.

- Avanzó por la sala observando con curiosidad aquellas esculturas. No creía en esas cosas, es cierto, pero aquellas figuras le transmitían una sensación un poco extraña que no acababa de comprender. Atravesó la puerta y se encontró de pronto en una estancia con dos escaleras diferentes que, a medida que subían, se enlazaban entre si. ¿Dónde estaría Marta? No podía estar muy lejos ya. Subió por las escaleras. Era un trabajo bastante costoso ya que las armas hacían más difícil el avance y las escaleras estaban casi en vertical. Después de haber estado subiendo escalones un tiempo que le pareció eterno, llegó a una gran puerta verde. La puerta era bastante más pesada que las demás y estaba oxidada. Traspasó la puerta costosamente y se encontró de repente en lo que parecía ser una biblioteca.

- -Se preguntaba constantemente. Aquellas habitaciones parecían sacadas de lo más profundo del averno. Se acercó a una de las estanterías para mirar que clase de libros habían. Estaba hojeando uno de los libros cuando escuchó un sollozo proveniente de la misma sala. Dejó el libro y buscó aquello que producía aquel sollozo. Encontró a Marta tirada en el suelo y lo que vio no la tranquilizo para nada. Le faltaba media oreja, tenía el pelaje blanco como la nieve y los ojos de color amarillo. Su pelaje estaba manchado por la sangre que le caía de la oreja.

-¿Qué ha pasado aquí?- Susurro mientras se acercaba a Marta para parar la hemorragia pero descubrió que esta había dejado de sangrar y empezaba a cicatrizar poco a poco. Sabía que aquel animal era suyo porque la había criado desde que era un cachorro, pero lo que tenía delante de sus ojos era muy distinto a la pequeña perrita que recogió una vez en la calle. De pronto entró una ligera brisa. Marta se puso en pie. Comenzó a olfatear el aire y, tras un gruñido, salió corriendo.

Avanzó por pasillos y habitaciones. Y las puertas... era como si se abriesen a su paso. Lucy no entendía nada de lo que estaba pasando, solo sabía que a Marta le pasaba algo raro y quería descubrir que era.

Después de correr a través de pasillos, salas, haber atravesado puertas y subido y bajado escaleras, llegaron a una sala circular. Marta se quedo mirando un espejo que había a la otra parte de la habitación. La sala, pese a no tener ventanas ni lámparas, era bastante luminosa. Las paredes estaban pintadas de blancoide repente se vio en el espejo como una sombra pasaba corriendo por detrás de Lucy. Se giró asustada pero allí no había nadie más que ella y Marta. A Marta se le erizó el pelaje y comenzó a ladrarle al espejo. Lucy se acercó al espejo y puso una mano sobre su superficie. La superficie del espejo empezó a temblar como si estuviera cobrando vida. Vio como su mano atravesaba el espejo y retrocedió asustada. Miró a Marta que seguía gruñendo y lanzando ladridos al espejo. Acarició a Marta y ella la miró, como entendiendo lo que iba a pasar.

- -Dijo para si misma. Y ambas saltaron dentro del espejo.

Aterrizaron estrepitosamente en un suelo duro y lleno de sangre. En realidad, toda la habitación estaba llena de sangre. Un momento... estaban en la misma sala que antes. Pero esta era diferente, las paredes eran de un tono ceniciento y el suelo era como un tablero de ajedrez gigante. La sala tenía forma de un icosáedro y tanto las paredes como el suelo tenían manchas de sangre. Esa sala no era tan luminosa como la anterior. Se giro y vio el espejo que mostraba la sala en la que habían estado antes. Desde el otro lado no habían podido ver esa sala pero de la otra manera si se podía. Se volvió y se dio cuenta de que no se había percatado de que en aquella habitación había otra persona. Era un hombre mayor, pero no pasaría de los 50. No tenía pelo y llevaba una chaqueta azul y unos pantalones oscuros. Marta miraba a aquel hombre fijamente y con cara de pocos amigos. Habría reconocido a aquel hombre en cualquier parte.

-Hola, mi pequeña Lucy- dijo el hombre desde la otra parte de la sala.

-Hola padre- por fin lo había encontrado. Se pregunto si después de haberlo encontrado sería capaz de matarle, al fin y al cabo, era la única familia que le quedaba viva y que conociera. No, el ya no formaba parte de su familia. No después de lo que pasó aquella vez. Ahora su familia eran Ronnie y Marta.

-Y bien, ¿para qué has venido?- dijo su padre dando un paso hacía delante.

-Para hacerte lo mismo que le hiciste a madre- dijo a la vez que disparaba con la pistola. Le acertó de lleno en el estomago.

-Mi pequeña, siempre fuiste tan inocente y cabezota. Supe que vendrías. Eres la llave.

-¿La llave? ¿Qué llave?- preguntó desconcertada.

-La llave para abrir la puerta al inframundo. Eres tú y ahora que estas aquí la puerta se va a abrir y todos los demonios saldrán y conquistaran todo mundo conocido.- dijo mientras en uno de los lados de la sala se abría una gran grieta de la cual salía un resplandor rojizo. Lucy miró fijamente y se dio cuenta de que en el fondo se veía como si millones de murciélagos se acercaran poco a poco. Entendió inmediatamente lo que estaba pasando. Debían de salir de allí lo antes posible. Llamó a Marta y cruzaron corriendo el espejo. En la habitación su padre seguía riendo entre burbujas de sangre. Decidió romper el espejo para que así los demonios no tuvieran por donde entrar al mundo de los humanos. Cogió la pistola y empezó a dispararle lo más rápido y pudo. Se asusto al ver que las balas de la pistola no le hacían nada. Los demonios se acercaban cada vez más. Entonces decidió usar el lanzacohetes. Disparó y el espejo saltó por los aires. Se escuchó un grito como salido de las profundidades del averno y después un terremoto. La torre se estaba derrumbando. Marta condujo a Lucy hasta las afueras de la torre por el camino más rápido. Llegaron a la salida al tiempo de ver como la torre se desmoronaba.

-Venga Marta, volvamos a casa.- dijo Lucy acariciando a Marta mientras ponían rumbo a casa.

Alba Fernández 2nD