La
triste Elvira
Hace
mucho tiempo, cuando las pocas ciudades de Al-Ándalus que aún
seguían bajo dominio árabe eran Granada y algunas más, una bella
joven, llamada Elvira, luchaba por sacar adelante a su familia. El
paso de los años ya pesaba sobre la salud de sus padres y ella se
hacía cargo de las tareas diarias, era muy difícil para ellos salir
con el ganado a pastar en las frías y nevadas montañas de Sierra
Nevada.
Elvira
era la mayor de 4 hermanos, vivía junto a su familia en un pequeño
caserío hecho de piedra y madera, tenía un salón no muy grande, el
cual albergaba una pequeña cocina en uno de sus rincones. En el
centro del salón se encontraba una vieja mesa hecha con trozos de
maderas rodeada de unas cuantas sillas. La casa sólo tenía dos
pequeñas alcobas, en una de ellas dormían los padres de Elvira y
ella junto a sus tres hermanos ocupaban la otra. Desde su habitación
podía ver las montañas nevadas y respirar el aire fresco y puro
cada mañana. Durante los largos y fríos inviernos la chimenea
permanecía ardiendo día y noche, el frío en esta zona de Granada
era difícil de soportar en los días más duros.
Cada
mañana Elvira se levantaba temprano, sin hacer apenas ruido para no
despertar a sus hermanos ni al resto de su familia. Se vestía con
sus viejas ropas y salía a ordeñar a las vacas para que cuando sus
hermanos se despertasen pudieran tomar leche recién ordeñada para
desayunar. También iba al corral para comprobar si las gallinas
habían puesto algún huevo, les cambiaba la paja y les echaba
comida.
Pero
lo que más le gustaba hacer a Elvira era salir a pasturar con el
rebaño de ovejas. Cuando llegaba la primavera los campos se cubrían
de un verde precioso y ella salía cada mañana con su rebaño hasta
los prados para que las ovejas se alimentaran. A la joven le había
llamado la atención un general que había sido destinado ese
invierno a su pueblo. Algunos días coincidían en el campo, el
general, que se llamaba Ramón se había percatado de la belleza de
Elvira. Era una joven de gran belleza que no tendría más de 21
años, sus cabellos eran largos y negros, su piel era blanca y
aterciopelada, sus ojos eran marrones y Ramón se perdía en ellos
cada vez que la miraba. Elvira también se había fijado en el joven
general, su edad no superaba los 25 años, era alto, fuerte, de ojos
verdes con un buen futuro por delante. Tenía bajo sus órdenes a un
grupo de soldados que le obedecían.
Una
mañana soleada de abril, cuando Elvira descansaba en un prado
mientras el ganado pasturaba llegó Ramón montado a caballo, al
verla se quedó prendado: ella estaba ahí tumbada mientras la brisa
del sol acariciaba su rostro, jugando con un mechón de sus cabellos
pensando que nadie la observaba. El joven bajó de su caballo y lo
dejó atado a la rama de un árbol, sigilosamente se acercó a Elvira
y siguió mirándola, era como un ángel, indescriptible… Ramón
pisó una rama seca el ruido sobresaltó a la joven muchacha que se
asustó al ver al general tan cerca de ella.
- ¿Qué está haciendo usted aquí? – preguntó Elvira un poco nerviosa.
- Nada, sólo le miraba mientras descansa. – contestó el joven.
- ¡Vaya susto me ha dado! ¿No tiene otra cosa que hacer que venir hasta aquí para asustarme?
- Discúlpeme señorita, esa no era mi intención. Iba con mi caballo comprobando que todo estaba bien cuando la vi aquí tumbada, su belleza me ha cautivado y no he podido evitar acerarme para observarla. De nuevo le pido disculpas.
Elvira,
ante la educación del joven general se ruborizó y le dijo que no
pasaba nada, que se asustó al verlo tan cerca y le invitó a
sentarse a su lado para descansar. Ramón le respondió que estaba
encantado con la invitación y aceptó sentarse un rato para
descansar.
Hablaron
del precioso día que hacía. A Ramón le sorprendía que una joven
tan bella como ella saliera sola a pasturar con los animales por la
montaña, las tropas árabes estaban cerca de la zona y si la
encontraban seguramente la hicieran prisionera para llevársela como
esclava. Los jóvenes charlaron animadamente durante un largo rato,
era como si ya se conocieran de antes, a ambos le resultaba familiar
el otro y pronto empezaron a despertar los sentimientos en los
corazones de Ramón y de Elvira.
Desde
ese día, la muchacha salía muy feliz con su ganado rumbo a los
prados para poder encontrarse con quien le había robado el corazón.
Del mismo modo Ramón, procuraba ir cada día a su d encuentro con
Elvira. Los jóvenes se amaban, se habían enamorado, deseaban verse
y saber del otro y para ello debían ir hasta los prados. Nadie sabía
de sus encuentros y mucho menos de su amor. Era inaceptable que una
campesina pudiera casarse con un general de la categoría de Ramón,
por ese motivo decidieron llevar su relación en secreto.
Las
tropas árabes estaban cada vez cerca del pueblo de los jóvenes, era
muy arriesgado salir con el rebaño, pero Elvira era muy valiente y
no tenía miedo, era fiel a su cita con Ramón. Un día, mientras la
joven pareja disfrutaba del sol de esa mañana, un soldado que estaba
bajo las órdenes del general acudió dónde estaban los jóvenes
para advertirle que habían sido atacados por las tropas enemigas y
reclamaban su presencia en la batalla. Elvira le pidió que no fuera,
que se quedara con ella, tenía miedo de que algo malo pudiera
pasarle. No quería perderle. Insistió mucho en que no se marchase a
la batalla, pero el orgullo de Ramón se sintió cuestionado por
Elvira ante su soldado y decidió marcharse a luchar. Debía obedecer
las órdenes y luchar. La joven rompió a llorar ya que no puedo
hacer nada para evitar que su amado se marchase, se sentía dolida y
estaba muy preocupada, las tropas árabes eran muy crueles y
sanguinarias, temía no volver a ver a su amado. Rápidamente reunió
su rebaño de ovejas y puso rumbo a casa, debía poner a salvo a los
animales y a ella misma.
Al
cabo de unas horas, el mismo soldado que fue en busca de Ramón para
avisarle del ataque fue a buscar a Elvira a su casa. Su uniforme
estaba manchado con sangre, el soldado mostraba algunas heridas pero
su vida no corría peligro. Le contó a Elvira que Ramón había sido
herido por los árabes. La muchacha se puso muy nerviosa y empezó a
temblar, pero le pidió al soldado que la llevara junto a su amado.
La montó en su caballo y galoparon hasta la zona donde se había
librado la batalla, había hombres de ambos bandos heridos por todas
partes, algunos de ellos ya habían muerto. El soldado no sabía
exactamente donde se encontraba Ramón, Elvira se bajó del caballo
de un salto, aquel paisaje era terrible, se temía que Ramón hubiera
muerto. Estaba tan nerviosa que no sabía hacia donde dirigirse,
empezó a andar por el bosque, había sangre por el suelo, algunos
caballos también habían muerto en aquella batalla.
Vio
a lo lejos el cuerpo de un hombre entre unos matorrales, algo le dijo
a su corazón que se trataba de su amado. ¡Ramón! grito la joven y
corrió hasta él, apartó las ramas y ahí estaba el joven general,
una flecha había atravesado su garganta, estaba cubierto de sangre,
se acercó a él y aún seguía con vida. No podía moverse por que
con cada movimiento se desgarraban los tejidos de su garganta,
tampoco podía hablar. Cuando Elvira vio la gravedad de la herida,
rápidamente comprendió que Ramón moriría y no tardaría mucho. Se
agachó a su lado, le cogió la cabeza y la puso sobre su regazo,
Elvira no podía articular ninguna palabra. Tan solo le miraba y le
acariciaba la cara, sus miradas lo decían todo, aquello era una
despedida, una triste despedida, pero se amaban y esas miradas
desprendían amor. Poco a poco el corazón de Ramón dejó de latir,
Elvira lo abrazaba muy fuerte como si con sus abrazos pudiera evitar
que se fuera, pero finalmente Ramón murió.
El
dolor de la joven era inconsolable, no podía dejar de pensar en la
mirada de Ramón, en sus besos y en sus caricias. La tristeza se
instaló en la mirada de Elvira y nada le hacía sonreír, había
perdido las ganas de vivir, la ilusión por la vida. Pero debía
cuidar de su familia y no podía rendirse, tenía que luchar cada día
para poder realizar sus tareas y quehaceres diarios.
Las
tropas enemigas acudían regularmente a cobrar los impuestos, pero la
familia de Elvira era muy pobre y no podían hacer frente a los
elevados pagos que les exigían. Si no pagaban serían ejecutados
todos los miembros de la familia. Los padres de Elvira no sabían qué
hacer, estaban al borde de la desesperación, pero la joven les dijo
que no se preocuparan, que había encontrado el modo de saldar la
deuda que tenían con el sultán: se ofrecería como esclava.
Sus
hermanos ya eran mayores y podían hacerse cargo del cuidado de los
animales y de la casa, ella no tenía ganas de vivir y había tomado
esa decisión, nada le haría cambiar la forma de pensar, ya estaba
decidido y a la mañana siguiente acudiría a la plaza del pueblo
para entregarse. Sus padres eran un mar de lágrimas, no querían
perder a su hija, pero no había otra solución, ya que si no pagaban
su deuda morirían todos.
Ya
había llegado el temido momento, Elvira se peinó sus negros
cabellos, se puso sus mejores ropas, preparó algunos objetos
personales, puso rumbo al pueblo y se entregó a las tropas. Ese
mismo día el sultán estaba visitando el pueblo y vio a Elvira entre
el grupo de esclavas. Los ojos de la joven eran tan negros y
brillantes que hicieron saltar chispas de fuego en el corazón del
sultán. Tanto ardor sintió dentro de si que bajó de su caballo,
apartando a la muchedumbre se acercó a ella y le preguntó:
- ¿Quién eres, mujer? ¿Cómo te llamas?
- Elvira, mi señor.
- ¿Y qué hace una joven tan bella entre un grupo de esclavas?
- Servirle, mi señor.
Así
fue como Elvira se convirtió en la favorita del sultán y se
convirtió en una de sus concubinas, era su favorita. Al llegar al
palacio la vistió con hermosas telas traídas de tierras lejanas, la
agasajó con valiosas joyas de incalculable valor, le regaló
perfumes y adornos pasa su pelo. El sultán quería sorprenderla con
todos esos regalos, quería que la joven se sintiera contenta y
ganarse su amor y admiración.
Elvira
era la única concubina cristiana, esto disgustó muchísimo a las
otras mujeres del sultán, todas eran de origen árabe, venidas de
muy lejos. Ninguna de ellas mostraba simpatía por la joven, ni
siquiera se molestaban en hablarle. Así pasaron los días, las
semanas y los meses, Elvira seguía siendo rechazada por ser
cristiana. No hubo ni un solo día en que no pensara en su amado
Ramón, ella sabía que jamás sería capaz de amar a ningún otro
hombre, al menos del mismo modo en que amaba a Ramón.
Su
tristeza crecía cada día, nada la hacía sonreír, añoraba a su
familia, sus animales, sus montañas y su joven amado. El sultán se
percató de la tristeza de su mirada y un día se acercó a ella y le
preguntó:
- ¿Qué te ocurre, mi amor?, dime lo que te falta y yo lo traeré.
- Ni con todo tu imperio y tu poder podrías conseguir lo que yo quiero- respondía Elvira llena de melancolía.
Pensativa,
recordaba los lugares de su infancia y el manto de nieve que cubría
las montañas cuando llegaba el invierno. El sultán ya no sabía qué
hacer para verla feliz, cada día la joven entristecía más. La
añoranza de su amado y el rechazo del resto de concubinas estaba
apagando su mirada, no soportaba aquella dura situación y la idea de
quitarse la vida había rondado varias veces por su cabeza.
Nada
se pudo hacer para evitar que Elvira fuera en busca de su amado
Ramón.
Virginia Lloréns
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