dimarts, 19 de juny del 2012

LA TRISTE ELVIRA


La triste Elvira

Hace mucho tiempo, cuando las pocas ciudades de Al-Ándalus que aún seguían bajo dominio árabe eran Granada y algunas más, una bella joven, llamada Elvira, luchaba por sacar adelante a su familia. El paso de los años ya pesaba sobre la salud de sus padres y ella se hacía cargo de las tareas diarias, era muy difícil para ellos salir con el ganado a pastar en las frías y nevadas montañas de Sierra Nevada.

Elvira era la mayor de 4 hermanos, vivía junto a su familia en un pequeño caserío hecho de piedra y madera, tenía un salón no muy grande, el cual albergaba una pequeña cocina en uno de sus rincones. En el centro del salón se encontraba una vieja mesa hecha con trozos de maderas rodeada de unas cuantas sillas. La casa sólo tenía dos pequeñas alcobas, en una de ellas dormían los padres de Elvira y ella junto a sus tres hermanos ocupaban la otra. Desde su habitación podía ver las montañas nevadas y respirar el aire fresco y puro cada mañana. Durante los largos y fríos inviernos la chimenea permanecía ardiendo día y noche, el frío en esta zona de Granada era difícil de soportar en los días más duros.

Cada mañana Elvira se levantaba temprano, sin hacer apenas ruido para no despertar a sus hermanos ni al resto de su familia. Se vestía con sus viejas ropas y salía a ordeñar a las vacas para que cuando sus hermanos se despertasen pudieran tomar leche recién ordeñada para desayunar. También iba al corral para comprobar si las gallinas habían puesto algún huevo, les cambiaba la paja y les echaba comida.

Pero lo que más le gustaba hacer a Elvira era salir a pasturar con el rebaño de ovejas. Cuando llegaba la primavera los campos se cubrían de un verde precioso y ella salía cada mañana con su rebaño hasta los prados para que las ovejas se alimentaran. A la joven le había llamado la atención un general que había sido destinado ese invierno a su pueblo. Algunos días coincidían en el campo, el general, que se llamaba Ramón se había percatado de la belleza de Elvira. Era una joven de gran belleza que no tendría más de 21 años, sus cabellos eran largos y negros, su piel era blanca y aterciopelada, sus ojos eran marrones y Ramón se perdía en ellos cada vez que la miraba. Elvira también se había fijado en el joven general, su edad no superaba los 25 años, era alto, fuerte, de ojos verdes con un buen futuro por delante. Tenía bajo sus órdenes a un grupo de soldados que le obedecían.

Una mañana soleada de abril, cuando Elvira descansaba en un prado mientras el ganado pasturaba llegó Ramón montado a caballo, al verla se quedó prendado: ella estaba ahí tumbada mientras la brisa del sol acariciaba su rostro, jugando con un mechón de sus cabellos pensando que nadie la observaba. El joven bajó de su caballo y lo dejó atado a la rama de un árbol, sigilosamente se acercó a Elvira y siguió mirándola, era como un ángel, indescriptible… Ramón pisó una rama seca el ruido sobresaltó a la joven muchacha que se asustó al ver al general tan cerca de ella.

  • ¿Qué está haciendo usted aquí? – preguntó Elvira un poco nerviosa.
  • Nada, sólo le miraba mientras descansa. – contestó el joven.
  • ¡Vaya susto me ha dado! ¿No tiene otra cosa que hacer que venir hasta aquí para asustarme?
  • Discúlpeme señorita, esa no era mi intención. Iba con mi caballo comprobando que todo estaba bien cuando la vi aquí tumbada, su belleza me ha cautivado y no he podido evitar acerarme para observarla. De nuevo le pido disculpas.

Elvira, ante la educación del joven general se ruborizó y le dijo que no pasaba nada, que se asustó al verlo tan cerca y le invitó a sentarse a su lado para descansar. Ramón le respondió que estaba encantado con la invitación y aceptó sentarse un rato para descansar.

Hablaron del precioso día que hacía. A Ramón le sorprendía que una joven tan bella como ella saliera sola a pasturar con los animales por la montaña, las tropas árabes estaban cerca de la zona y si la encontraban seguramente la hicieran prisionera para llevársela como esclava. Los jóvenes charlaron animadamente durante un largo rato, era como si ya se conocieran de antes, a ambos le resultaba familiar el otro y pronto empezaron a despertar los sentimientos en los corazones de Ramón y de Elvira.

Desde ese día, la muchacha salía muy feliz con su ganado rumbo a los prados para poder encontrarse con quien le había robado el corazón. Del mismo modo Ramón, procuraba ir cada día a su d encuentro con Elvira. Los jóvenes se amaban, se habían enamorado, deseaban verse y saber del otro y para ello debían ir hasta los prados. Nadie sabía de sus encuentros y mucho menos de su amor. Era inaceptable que una campesina pudiera casarse con un general de la categoría de Ramón, por ese motivo decidieron llevar su relación en secreto.

Las tropas árabes estaban cada vez cerca del pueblo de los jóvenes, era muy arriesgado salir con el rebaño, pero Elvira era muy valiente y no tenía miedo, era fiel a su cita con Ramón. Un día, mientras la joven pareja disfrutaba del sol de esa mañana, un soldado que estaba bajo las órdenes del general acudió dónde estaban los jóvenes para advertirle que habían sido atacados por las tropas enemigas y reclamaban su presencia en la batalla. Elvira le pidió que no fuera, que se quedara con ella, tenía miedo de que algo malo pudiera pasarle. No quería perderle. Insistió mucho en que no se marchase a la batalla, pero el orgullo de Ramón se sintió cuestionado por Elvira ante su soldado y decidió marcharse a luchar. Debía obedecer las órdenes y luchar. La joven rompió a llorar ya que no puedo hacer nada para evitar que su amado se marchase, se sentía dolida y estaba muy preocupada, las tropas árabes eran muy crueles y sanguinarias, temía no volver a ver a su amado. Rápidamente reunió su rebaño de ovejas y puso rumbo a casa, debía poner a salvo a los animales y a ella misma.

Al cabo de unas horas, el mismo soldado que fue en busca de Ramón para avisarle del ataque fue a buscar a Elvira a su casa. Su uniforme estaba manchado con sangre, el soldado mostraba algunas heridas pero su vida no corría peligro. Le contó a Elvira que Ramón había sido herido por los árabes. La muchacha se puso muy nerviosa y empezó a temblar, pero le pidió al soldado que la llevara junto a su amado. La montó en su caballo y galoparon hasta la zona donde se había librado la batalla, había hombres de ambos bandos heridos por todas partes, algunos de ellos ya habían muerto. El soldado no sabía exactamente donde se encontraba Ramón, Elvira se bajó del caballo de un salto, aquel paisaje era terrible, se temía que Ramón hubiera muerto. Estaba tan nerviosa que no sabía hacia donde dirigirse, empezó a andar por el bosque, había sangre por el suelo, algunos caballos también habían muerto en aquella batalla.

Vio a lo lejos el cuerpo de un hombre entre unos matorrales, algo le dijo a su corazón que se trataba de su amado. ¡Ramón! grito la joven y corrió hasta él, apartó las ramas y ahí estaba el joven general, una flecha había atravesado su garganta, estaba cubierto de sangre, se acercó a él y aún seguía con vida. No podía moverse por que con cada movimiento se desgarraban los tejidos de su garganta, tampoco podía hablar. Cuando Elvira vio la gravedad de la herida, rápidamente comprendió que Ramón moriría y no tardaría mucho. Se agachó a su lado, le cogió la cabeza y la puso sobre su regazo, Elvira no podía articular ninguna palabra. Tan solo le miraba y le acariciaba la cara, sus miradas lo decían todo, aquello era una despedida, una triste despedida, pero se amaban y esas miradas desprendían amor. Poco a poco el corazón de Ramón dejó de latir, Elvira lo abrazaba muy fuerte como si con sus abrazos pudiera evitar que se fuera, pero finalmente Ramón murió.

El dolor de la joven era inconsolable, no podía dejar de pensar en la mirada de Ramón, en sus besos y en sus caricias. La tristeza se instaló en la mirada de Elvira y nada le hacía sonreír, había perdido las ganas de vivir, la ilusión por la vida. Pero debía cuidar de su familia y no podía rendirse, tenía que luchar cada día para poder realizar sus tareas y quehaceres diarios.

Las tropas enemigas acudían regularmente a cobrar los impuestos, pero la familia de Elvira era muy pobre y no podían hacer frente a los elevados pagos que les exigían. Si no pagaban serían ejecutados todos los miembros de la familia. Los padres de Elvira no sabían qué hacer, estaban al borde de la desesperación, pero la joven les dijo que no se preocuparan, que había encontrado el modo de saldar la deuda que tenían con el sultán: se ofrecería como esclava.

Sus hermanos ya eran mayores y podían hacerse cargo del cuidado de los animales y de la casa, ella no tenía ganas de vivir y había tomado esa decisión, nada le haría cambiar la forma de pensar, ya estaba decidido y a la mañana siguiente acudiría a la plaza del pueblo para entregarse. Sus padres eran un mar de lágrimas, no querían perder a su hija, pero no había otra solución, ya que si no pagaban su deuda morirían todos.

Ya había llegado el temido momento, Elvira se peinó sus negros cabellos, se puso sus mejores ropas, preparó algunos objetos personales, puso rumbo al pueblo y se entregó a las tropas. Ese mismo día el sultán estaba visitando el pueblo y vio a Elvira entre el grupo de esclavas. Los ojos de la joven eran tan negros y brillantes que hicieron saltar chispas de fuego en el corazón del sultán. Tanto ardor sintió dentro de si que bajó de su caballo, apartando a la muchedumbre se acercó a ella y le preguntó:

  • ¿Quién eres, mujer? ¿Cómo te llamas?
  • Elvira, mi señor.
  • ¿Y qué hace una joven tan bella entre un grupo de esclavas?
  • Servirle, mi señor.

Así fue como Elvira se convirtió en la favorita del sultán y se convirtió en una de sus concubinas, era su favorita. Al llegar al palacio la vistió con hermosas telas traídas de tierras lejanas, la agasajó con valiosas joyas de incalculable valor, le regaló perfumes y adornos pasa su pelo. El sultán quería sorprenderla con todos esos regalos, quería que la joven se sintiera contenta y ganarse su amor y admiración.

Elvira era la única concubina cristiana, esto disgustó muchísimo a las otras mujeres del sultán, todas eran de origen árabe, venidas de muy lejos. Ninguna de ellas mostraba simpatía por la joven, ni siquiera se molestaban en hablarle. Así pasaron los días, las semanas y los meses, Elvira seguía siendo rechazada por ser cristiana. No hubo ni un solo día en que no pensara en su amado Ramón, ella sabía que jamás sería capaz de amar a ningún otro hombre, al menos del mismo modo en que amaba a Ramón.

Su tristeza crecía cada día, nada la hacía sonreír, añoraba a su familia, sus animales, sus montañas y su joven amado. El sultán se percató de la tristeza de su mirada y un día se acercó a ella y le preguntó:

  • ¿Qué te ocurre, mi amor?, dime lo que te falta y yo lo traeré.
  • Ni con todo tu imperio y tu poder podrías conseguir lo que yo quiero- respondía Elvira llena de melancolía.

Pensativa, recordaba los lugares de su infancia y el manto de nieve que cubría las montañas cuando llegaba el invierno. El sultán ya no sabía qué hacer para verla feliz, cada día la joven entristecía más. La añoranza de su amado y el rechazo del resto de concubinas estaba apagando su mirada, no soportaba aquella dura situación y la idea de quitarse la vida había rondado varias veces por su cabeza.

Nada se pudo hacer para evitar que Elvira fuera en busca de su amado Ramón.


Virginia Lloréns