dilluns, 13 de juny del 2011

El desamparo de tu mirada

Dicen que el principal aliciente de la vida es la felicidad, pero ¿qué haces cuando ésta desaparece? 
¡Ring-ring! 
  • ¿Diga? 
  • Daniela hija, ya están los dos juntos. 
3 años antes. 
Era una chica normal. Como las demás. Bueno no. Tenía algo que la hacía especial, pero nadie era capaz de saber qué era. 
Le gustaba salir con sus amigas. Se preocupaba por sus estudios. Quizás algo más de lo normal. No le preocupaba lo que la gente pensara de ella. Era feliz. Quizás algo insegura, pero siempre elegía el camino correcto. 
Daniela tenía 15 años, era rubia, con los ojos marrones y siempre iba vestida perfecta para la ocasión. 
Su pasión eran los animales, pero sin ninguna duda lo que más le gustaba en el mundo era pasar el tiempo libre con su abuela. 
Se había criado con ella y no podía vivir sin ver sus ojos azules cada mañana antes de ir al instituto. 
Una mañana se despertó, fue al salón, pero allí no estaban todos desayunando como de costumbre. 
Fue al móvil. 10 llamadas perdidas. Enseguida se pensó lo peor. 
Habían ingresado a su abuela, pero no era nada grave. Lo que ella no sabia es que a partir de aquel momento aquellos ojos azules ya no la mirarían de la misma manera.

Un año más tarde las cosas seguían como de siempre, hasta que llegó el día en el que Daniela conoció a Gorka. 
Era un chico fuera de lo común. Le gustaba la música por encima de todo. No se preocupaba por su físico. Delgado. Ojos azules. El pelo algo alborotado, pero eso le daba personalidad. 
Daniela nunca había tenido nada con ningún chico, es más, no le preocupaban esos temas en absoluto. 
Con el tiempo se acostumbró a estar con él y se había ganado un sitio muy importante en su corazón. 
  • Abuela, ¡es maravilloso! Hoy íbamos paseando por la calle y me ha cogido la mano con disimulo y cuando le he mirado se ha puesto algo colorado. Me ha dicho que tiene muchas ganas de conocerte, porque claro, ¡le hablo siempre de ti!
  • Está muy bien. Me alegro por ti, cariño. Pues ya sabes que cuando quieras me lo traes y os hago ese arroz que tanto te gusta. 
Su abuela siempre había sido una mujer muy presumida. Nunca salía a la calle sin su maquillaje y su colonia favorita puesta. Siempre que llegaba Daniela a casa, salía ella de la cocina, con su batín lila puesto y le daba un beso y un abrazo. Su marido había muerto cuando Daniela era pequeña así que estaba acostumbrada a vivir sola. 
Al cabo de 6 meses se decidió a presentarlos. Le llamó la noche anterior y le dijo que irían sobre las dos para comer, que les hiciera su arroz favorito. 
  • ¡Que sí cariño!- le contestó su abuela mientras reía. 
Llamaron al timbre y contestó ella con el carraspeo que hacía siempre antes de decir el “¿diga?”. 
Cuando subieron, no salió de la cocina como siempre para saludarles. 
Entraron al comedor. Allí estaba sentada. Viendo la tele. 
  • Abuela, ya estamos aquí. ¿Ya está el arroz? 
  • ¿Arroz? Pero si no me avisaste de que hoy veníais. 
  • Pero… si te llamé anoche y me dijiste que ya lo tenías todo preparado. 
  • Bueno pues mira se me ha olvidado, ¿qué quieres con 83 años? 
Daniela no le quiso dar importancia a aquello, así que fue a la cocina y preparó ella misma una tortilla de patatas para comer los tres. 
Mientras comían, su abuela le preguntó todo sobre él, le advirtió que la cuidara bien y contó las batallitas que siempre contaba a todos sus invitados. 
Cuando terminaron de comer, se fueron a clase. 
  • Espero volverte a ver pronto 
  • Ha sido un gusto conocerla, señora.
  • ¡Llámame María hombre! 
  • ¡Adiós abuela!
Llegó el 31 de marzo. Ese día Daniela y Gorka hacían un año. Para celebrarlo, Gorka cogió su moto, le vendó los ojos y se la llevó. 
Cuando empezaron, no conocían nada el uno acerca del otro. Pero con el tiempo habían ido dándose cuenta poco a poco de  las manías, los gestos o las aficiones del otro. 
Llegaron a la montaña. Allí había una especie de casa de madera, abandonada. 
Gorka apagó la moto. La ayudó a bajar y entraron cogidos de la mano a la casa. Cuando Daniela se quitó la venda de los ojos, vio ante ella toda la casa llena de velas. Una chimenea encendida. Una alfombra de pelo llena de pétalos de rosas.
  • Para ti princesa. Esto es poco para lo que te mereces.- le dijo Gorka.
Tras ver todo aquello, Daniela se lanzó a sus brazos y allí pasaron su primera noche juntos. 
A la mañana siguiente, cogieron la moto y volvieron al pueblo. Lo primero que hizo Daniela fue ir a casa de su abuela y contárselo todo. 
Su vida en aquellos momentos le parecía perfecta. Lo tenía todo y no quería que aquello terminase jamás. Tenía al chico perfecto a su lado. Todo aprobado con matrículas. Y a la persona más importante del mundo también junto a ella. 
El domingo, era costumbre ir a casa de la abuela a jugar al dominó o al parchís y, desde que había conocido a Gorka, hacía mucho tiempo que no iba a jugar con ella. 
Cuando llegó sacó el tablero, los dados y las fichas. Ella el verde, como siempre.

  • ¡Empiezo yo por ser más guapa!- decía siempre Daniela. Y su abuela se lo permitía.- ahora te toca a ti. 
  • ¡Bien! He sacado un tres, sacó la ficha de casa.
  • ¡Qué graciosa eres! Necesitas un cinco para sacar de casa. 
  • ¡Mentirosa! A mí no me hagas trampas o no juego más, que no me hace ninguna falta perder el tiempo aquí contigo. 
  • Pero…
  • Ni pero ni nada, vete de mi casa. 
¿Qué estaba pasando? ¿Qué le habían hecho a su abuela? Llegó a su casa llorando y se encerró en su habitación. No quería saber nada de nadie. Solo de él. Le llamó, pero no le contestó. 
Le echaba de menos. Hacía un día que no sabía nada de él. Ya debería estar en casa. 
- ¿Dónde se habrá metido?- se preguntó una y otra vez.
Quería oír su voz, pero seguía con el móvil desconectado.
Lo necesitaba. Ya. Necesitaba ver sus ojos azules mirándola. Necesitaba oír de sus labios un “te quiero”. Necesitaba apoyar su cabeza en su pecho y sonreír mientras le acariciaba el pelo. 
¿Y si está con otra?- pensaba Daniela- No puede ser. Eso es imposible.
No se lo imaginaba con otra que no fuera ella. Era... No. Él no era así. Pero, ¿y si...?

Le vino a la mente la última vez que hablaron.

- Te quiero.
- Yo te quiero más.
- Ilusa. Sabes perfectamente que yo te quiero muchísimo más.
- Tonterías
- ¿Me estás llamando tonto?
- Por supuesto. Yo te quiero más. Y pienso más en ti.
- Ni en sueños.

Entonces ambos empezaron a reír mientras se daban un beso a través de la línea.

- Hagamos una cosa.
- Ahora no puedo satisfacerte, cariño. No estoy sola en casa.
- Qué tonta. ¡No es eso!
- Perdona, era una broma. ¿Qué quieres que hagamos?
- Mira. Cada minuto que uno piense en el otro, dibuja una rayita.
- ¿Cómo?
- Pues eso. Coges un cuaderno y un bolígrafo. Y cada vez que pienses en mí, haces una raya. Sólo vale una por minuto.
- Es extraño... pero me gusta la idea.
- ¿Si?
- Sí. Así demostraré que yo te quiero mucho más.
- Ya veremos.

No paraba de pensar en él. Trazó una nueva rayita en una pequeña libreta con un bolígrafo azul. Setenta y tres.
Sabía que trabajaba con una chica muy guapa. Sí. Más que ella. Él le aseguraba, que nunca se había fijado. Seguro que no era verdad.
¿Por qué no estaba ya en casa?
Otra rayita. Setenta y cuatro.
De pronto sonó el móvil. Pero no era él, no era su sintonía. Número oculto.
Cuando contestó, sólo asentía con la cabeza a lo que una voz desconocida le preguntaba. Al final, le soltaron la noticia. 
  • Tienes que venir urgentemente al hospital.- le dijo la misma voz desconocida.
Desde ese momento solo oía palabras aisladas entre el desconcierto y la confusión de su mente. Accidente. Atropello. Sangre. Contusiones.
Rápidamente, salió de casa y paró al primer taxi que vio. Mientras, el tiempo se hacía eterno. Las luces de la noche no le dejaban ver más allá del taxi. No comprendía. No entendía nada. Por qué a él. Por qué a ella. Bajó del taxi corriendo, le pagó al taxista y entró en un gran edificio. Preguntó en recepción a una mujer mayor que le atendió con indiferencia. Habitación 1331. 
Las enfermeras no le permitieron entrar, le dijeron que debía esperar fuera. Pero Daniela no hizo caso y tras ver que el ascensor tardaba mucho, decidió subir por las escaleras. 
Mientras corría por los pasillos iba tropezando con personas con batas blancas. Pero no le importaba, ni siquiera era consciente ni pedía perdón. Solo quería verle. Ver a Gorka. Ver sus ojos azules.
Cuando llegó a la planta, solo veía enfermos, sillas de ruedas, gente con lágrimas en los ojos, enfermeras de bonitas piernas, carteles y más carteles, pero ni rastro de él.
  • Doctor. ¿Dónde puede encontrarlo? 
  • Tranquila. Gorka está durmiendo. Todavía no ha despertado de la anestesia de la operación. Está grave pero estable. Enseguida que puedas entrar a verle, te aviso. 
Tras oír las palabras del doctor se sentó y no le quedaba otra que esperar. Pasaban los minutos, las horas y con ellas otro día que murió.  
A la mañana siguiente le despertaron unos rayos de sol que atravesaban tímidamente la ventana.
- Daniela, sigue dormido pero ya está fuera de peligro. Puedes entrar.
Cuando entró en la habitación lo vió alli, tumbado, indefenso, lleno de extraños tubos que recorrían su cuerpo. No pudo evitar romper a llorar. 
Tras preguntarle a la enfermera si podía tocarle, y esta asentir, le cogió la mano, le acarició y le besó, aunque él no lo notase. 
De pronto, mientras le contemplaba, la manga de su pijama se deslizó por su brazo derecho. No se lo podía creer. También le miró el izquierdo. 
- ¡Dios mío!
Tenía los brazos llenos de rayitas. Decenas de rayitas. Cada minuto en el que pensó en ella estaban allí representados. 
- He oído algo en el quirófano- le contó la enfermera- Los doctores no entienden qué son esas líneas que tiene pintadas en los brazos. Además, llevaba un bolígrafo azul en la mano derecha en el momento en el que lo atropellaron. No lo soltó ni en el instante del impacto.
Daniela no pudo evitar sonreír entre lágrimas. Lágrimas que mojaban sus brazos. Brazos que reflejaban el amor que sentía por ella. Contó una por una todas aquellas líneas azules. Azules, como sus ojos. Que se abrieron por primera vez desde que aquel coche impactó con su cuerpo justo en el instante en el que trazaba una nueva rayita. 
  • Ciento treinta y uno.- susurró Gorka a la vez que sonreía débilmente. 
Daniela pensaba que nunca más lo escucharía. Que jamás volvería a oír su voz. Dio gracias a un Dios en el que siempre afirmaba no creer. Le amaba. 
Daniela le propuso una revancha, aunque él había pensado más en ella que ella en él, estaba feliz, muy feliz, y a la próxima estaba segura de que iba a ganar. 
  • Ni un minuto más en mi vida dejaré de pensar en ti, lo prometo.- le susurró Daniela al oído mientras la enfermera abandonaba la habitación. 
  • Daniela no sabes todo lo que significas para mí. Yo nunca había tenido nada con ninguna chica y cuando empezamos lo nuestro, era todo nuevo para mí y no podía imaginarme que esto que llaman amor, sería tan fuerte. Y ahora puedo afirmar que lo que siento por ti es amor, ¿sabes por que? Porque cada vez que te veo, no puedo evitar ir corriendo y abrazarte, y mientras lo hago, el mundo se para y solo existimos tú y yo. Porque estoy seguro de que nadie en el mundo se ha dado cuenta de que tus ojos no son marrones, sino que son medio verdes a la luz del sol y lo sé porque no puedo evitar mirarlos cada vez que te digo te quiero. Nadie se habrá dado cuenta de cada gesto que haces cuando estás nerviosa, como morderte el labio o tocarte el ojo. No eres como las demás chicas, y eso me gusta. Me gusta que adores el chocolate por encima de todo, aunque te prohíbas a ti misma comerlo. Me gusta siempre que vamos a casa de tu abuela y me cuenta historias de cuando eras pequeña, como aquella del orinal. 
En estos momentos no puedo imaginar un mundo en el que no estés tú, ni tus besos, ni tus caricias al amanecer. Te necesito en mi vida y sin tu olor el respirar se me hace dolor. Gracias por lo feliz que me has hecho. 
Los ojos de Daniela se inundaron y no dijo nada. Se quedó sin palabras. Se lo dijo todo con un beso. 
Con todo lo de Gorka y el accidente, Daniela no había tenido tiempo para pensar en lo que había ocurrido con su abuela, así que decidió ir a verla de nuevo. 
Cuando llegó a su casa, tenía miedo por si le volvía a reñir, pero su sorpresa fue mayor. 
Entró en la cocina y no estaba allí. Tampoco en el comedor. La oyó toser en su habitación y cuando entró por la puerta, la vio sentada en el sillón que había junto a la ventana. Se acercó contenta a darle un beso, pero ella no reaccionó de la misma manera. 
  • ¡Abuela perdona por lo del otro día y por no haberte llamado hoy, pero tengo muchísimas cosas que contarte. Aunque bueno, supongo que ya te habrá contado algo mamá, pues resulta que Gorka… - Daniela se detuvo al observar la cara de sorpresa y los ojos azules que tanto admiraba llorosos. 
  • Abuela ya te he pedido perdón… 
  • Pero… ¿Tú quien eres? 
No se lo podía creer. Aquello era una broma. Una cámara oculta. Quizás era el día de los inocentes. Si. Eso debía ser. Una lágrima empezó a deslizar por su mejilla. Y otra. Y otra más. 
Hacía tiempo que no era la misma, pero Daniela no se quería dar cuenta. 
Poco a poco las cosas fueron cambiando. Empezó por no saber que era miércoles y no martes, después por no distinguir quien era su nieta mayor y quien la pequeña y así hasta que se le olvidó su propio nombre. 
Había oído hablar en clase de biología de aquella enfermedad, pero nunca hizo caso, hasta que el alzhéimer afecto de lleno en su vida. 
¡Ring-ring! 
  • ¿Diga? 
  • Daniela hija ya están los dos juntos- le dijo su madre con la voz temblorosa. 
  • ¿A que te refieres mamá? ¿Qué ha pasado?- le preguntó Daniela 
  • La abuela, ya se ha ido con el abuelo. 
Daniela dejó caer el teléfono. No podía ser. Su abuela. Su mejor amiga. Su única amiga. La había dejado sola. 
Entonces recordó su última conversación una semana atrás. 
  • La vida es muy dura cariño, pero tú tienes mucha fuerza para salir adelante. Sabes que el día que yo me vaya, aunque no me puedas ver, estaré ahí contigo.
Era como si supiera lo que iba a pasar, pero fuera como fuera se había ido, y con ella, se había llevado también la felicidad de Daniela.


Anónimo
1E