dilluns, 13 de juny del 2011

SOS supervivientes

 Pedrós Pla, Leyre
1º Bat. E
Estaba sola, abandonada en medio de aquella oscuridad. Tan solo oía un rumor a la lejanía que avecinaba la presencia de todo tipo de criaturas, pero yo no veía a nadie, solo notaba mi existencia en medio de aquel  agonioso y oscuro lugar. 
Intempestivamente noté una presencia a mis espaldas, y de forma casi instintiva me puse a huir de aquella desconocida silueta. A cada paso que daba notaba su respiración más cerca, mi pulso se aceleraba, el murmullo aumentaba y entre todo, pude advertir un ligero cuchicheo en una lengua desconocida….El fin estaba cerca…ya estaba aquí…. Poco a poco pude percibir como salía de aquella oscuridad y divisaba a lo lejos un paisaje exótico y frondoso, lleno de vida, quizá aun no era el fin…pero estaba tan cerca…tan cerca….
”Señorita”… ¿Qué rayos hacía esa voz en medio de esta incertidumbre?..”¡Señorita!”
Me desperté de forma sobresaltada y ligeramente jadeante ante la silueta de una gentil azafata
  • Señorita – volvió a mencionar la misma voz que mi sueño – Su posición no parece de lo más cómoda ¿Desea un cojín?
  • Eeem…No, gracias, creo que ya he dormido lo suficiente – respondí somnolienta.
Había sido la única cabezada que me había echado desde que había subido a aquel dichoso avión. No sé quién diablos me enviaría a elegir esos vuelos de bajo coste, aunque con el escaso sueldo que cobraba como oficinista  tampoco me podía permitir nada del otro mundo. Había intentado ser en otros tiempos algo más dedicado a la imagen, pues era una mujer bastante atractiva: pómulos marcados, nariz aguileña, ojos grandes y del mismo color castaño que mis largos cabellos ligeramente ondulados. Además durante toda mi vida había practicado el atletismo, por lo que mi cuerpo estaba dotado de una constitución atleta. El único problema residía en mi pequeña estatura, de modo que deseché dicha idea y finalmente me decanté por mi actual oficio hasta mi actual edad de veinte tres años.
Mi estancia en Buenos Aires había sido de lo más acogedora, y pude disfrutar de sus deleitosos paisajes en numerosas ocasiones, pero ya era hora de volver a casa. Sinceramente le había cogido a aquel hermoso país un cariño especial, pues escondía muchos secretos que la vida pragmática occidental no contenía y ello me arrastraba a querer volver algún día a casa de mis amigos. En un principio me achanté ante la posibilidad de pasarme ocho horas en un avión para visitar a unos antiguos compañeros argentinos que conocí durante mi estancia en Inglaterra. Mi madre me decía que aquello guardaba demasiado contenido exótico y desconocido, y que era un viaje demasiado largo para realizarlo yo sola. Pero ignorando las advertencias de mi madre, finalmente me pareció una buena idea descubrir una nueva cultura por mí misma. Me pareció buena idea, y de hecho, lo fue.
Ahora sólo quedaba el camino de vuelta, pero no parecía que iba a ser de lo más placentero visto el ambiente de tensión que había comenzado a emanar entre los tripulantes del avión. Eran bien pocos los que habían decidido, como yo, coger este vuelo, pero los suficientes como para contagiarme su inquietud. Según algunos comentarios de las azafatas parecía ser que se había metido alguna clase de avecilla en uno de los motores que impedía el funcionamiento del mismo, y por eso se había montado todo aquel alboroto. Tanto mi compañero de asiento como yo no entendíamos del todo la justificación de todo aquel ajetreo si motor secundario permanecía intacto, quizás  habría sido una falsa alarma. 
Pero todas nuestras reflexiones fueron rebatidas en cuanto comenzaron las fuertes sacudidas, acompañadas a la vez de algún que otro alarido de los tripulantes; había algún problema más que un simple pájaro. Casi inconscientemente, fijé mi atención en la  azafata de espaldas, quien, al girarse, contenía en su rostro una expresión de verdadero pánico…fue entonces cuando se originó el verdadero caos: 
Las alarmas comenzaron a sonar de forma bulliciosa al mismo tiempo que todas las luces emergieron tiñendo el avión de un color rojizo similar al del infierno; asimismo,  las mascarillas se posaron como por arte de magia ante nuestros rostros. El avión se movía como si de una atracción de feria se tratase, y una fuerza nos empujaba salvajemente hacia atrás: estábamos cayendo en picado.
El pánico había nublado mis sentidos y me impedía mover cualquiera de mis extremidades. Me sentía tan agarrotada y conmocionada que solo podía esperar a la muerte con los brazos cruzados, sólo sentía el calor que desprendía el motor en llamas y el roce de la presión del aire en mi cara. 
Este es el fin. Fue mi último pensamiento.
Poco después desperté sumamente dolorida y desconcertada. Hubiera jurado que hacía poco estaba cayendo en picado y me encontraba al borde de la muerte, pero esto no podía ser el cielo, pues era demasiado angustioso.
  • ¡Corre ven, ayúdame a sacarla! – suplicó una voz masculina desconocida.
En aquel preciso instante solté un gemido de dolor a la vez que sentía que tiraban de mí, quitándome de encima unos latosos escombros.
  • No parece que haya sufrido heridas demasiado graves, quizá algún que otro hueso roto – volvió a mencionar la misma voz anterior. Parecía que tenia cierto acento argentino
  • Pues será mejor que comencemos a examinarla, no sea caso que descubramos alguna fractura escondida – le contestó otra voz, ésta más profunda.
  • ¿D...d….dónde estoy? – conseguí murmurar a través de mis labios con fuertes esfuerzos. Podía percibir a mi alrededor un paisaje frondoso, con prolongadas sombras en el cielo que impedían la entrada total de luz solar en aquel espacio húmedo, pero sin embargo, podía percibir una intensa sensación de calidez
  • ¡Eh! ¡Ha recobrado el conocimiento! 
  • Verás preciosa, acabamos de sacarte de debajo de esos restos, quizás ahora mismo no lo recuerdes, pero ha habido un problema en el motor del avión y hemos caído hasta acabar en medio de esta jungla.
No podía creer lo que estaba escuchando, creía que me había vuelto loca. Miraba a mi alrededor y solo podía visualizar más y más vegetación que contenían millones de criaturas en su interior, desde los insectos más insignificantes, hasta los mamíferos más temidos. Era un paisaje al mismo tiempo bello y aterrador, lleno de colorido y pureza, a la vez que enigmático y peligroso. El calor que sentía ahora era  abrasador, y un efecto de pegajosidad impregnó toda mi piel. En ese instante intenté reincorporarme, pero un desgarrador pinchazo hizo su aparición en mi costado izquierdo.
  • ¡Uh! ¡Cuidado! Quizás tienes alguna que otra costilla rota, ahora íbamos a mirártelo.
  • Oh no, no creo que esté rota. Pero escuchad, ¿dónde están los demás viajeros? ¿y las azafatas? ¿y los pilotos? ¿Y qué es de vosotros?– pregunté de forma exasperada - Esto es de locos….
  • No lo sabemos aun – me cortó -, como tú estamos buscando a más supervivientes, pero la mayoría de los que hemos encontrado están muertos. Yo cuando he despertado he encontrado a Carlos cerca de mi, y poco después a una pobre mujer que había perdido a su marido y estaba buscando a su hijo, quizás ella haya encontrado a otros. Por cierto, me llamo Mario. – Parecía un hombre joven, de edad aproximada a la mía, quizás un poco más mayor, pero no por ello menos atractivo: fornido, con los cabellos de un color acaramelado, y unos ojos verdes intenso. Sin embargo, había algo en su expresión de dureza y seriedad, y no solo por la situación, pues probablemente habría alguna causa más.
  • Emm…Yo Leyre, encantada – era incluso cómico que nos estuviéramos presentando frente a esta situación tan surrealista. – ¿Y qué pensáis….? Bueno… ¿Y qué pensamos hacer ahora en medio de esta selva?
  • Pues exactamente no lo sabemos, pero está claro que debemos buscar algún refugio donde salvaguardarnos esta noche. Después ya buscaremos  algún medio desde donde pedir ayuda, pero francamente, lo veo muy complicado. Hemos tenido la suerte de ir a parar en medio de las amazonas. – contestó irónicamente el hombre de acento argentino. Su apariencia era de hombre aparentemente más seguro y optimista que el anterior, bajo unos cabellos y ojos negros azabache. Asimismo, escondía una chispa en la mirada que encubría una inteligencia sin igual- Así que primero será lo mejor salvaguardar la supervivencia y ya después pensar en el rescate….
En ese instante nos giramos los tres al oír los gritos de un hombre que se encontraba maldiciendo grotescamente. Carlos y Mario fueron casi de inmediato a salvarlo, y yo, me apresuré detrás de ellos lo más rápido que podía teniendo en cuenta el dolor que me taladraba cerca de mis costillas. No me había percatado de que ellos también se encontraban ensangrentados al igual que yo, especialmente el que se hacía llamar Mario.
Cuando llegamos al lugar de procedencia de los alaridos, encontramos un hombre de mediana edad bastante corpulento el cual tenía la pierda inmovilizada por un trozo de hierro. Rápidamente los dos muchachos se dispusieron a quitársela de encima, mientras el hombre no paraba de renegar:
  • ¡Aah, por fin alguien que viene a salvarme! ¡¡VAMOS, VAMOS SACADME YA DE AQUÍ!!¡Quien me mandaría coger esta compañía de pobres, que ni siquiera saben llevar un triciclo! Ahora lo he perdido todo ¡¡¡ TODO!!! – y comenzó a sollozar desconsoladamente.
Así, conforme se acercaba la noche y mi dolor iba cesando, fuimos buscando supervivientes, y encontramos entre ellos una azafata, un extranjero de procedencia inglesa y un adolescente de diecisiete años y su madre, a la cual ya habían conocido antes Carlos y Mario. En total éramos ocho los que habíamos conseguido salvarnos, sin embargo, habíamos avistado algún que otro moribundo, y de hecho, el inglés estaba en bastante mal estado.
Después de que Carlos hallara un buen árbol que tuviera la capacidad de cubrirnos a todos de las lluvias, tratamos de curar al extranjero, quien había ido empeorando con el tiempo y requería un saneamiento inmediato, pero para ello requeríamos gastar la mitad de las reservas del botiquín que habíamos encontrado entre los restos del avión:
  • ¿Estáis locos? ¿Cómo pretendéis utilizar la mitad del botiquín? Está claro que no nos va a rescatar nadie de momento y aquí hay mucho bicho raro que nos podría atacar. Además, ¿no veis que está casi muerto? No parece que esté sufriendo, así que mejor dejémoslo como está y no malgastemos en él lo poco que tenemos – argumentaba el rollizo que descubrí la primera vez. Se llamaba Jorge, y ya desde el primer momento no me había transmitido demasiada confianza. Su egoísmo se hacía potente, y  me daba la sensación de que anteponía sus intereses al bienestar de los demás.
  • Pero, ¡no podemos dejarlo morir así como así! - le reprimió Carlos.- Sigue siendo una persona y nuestro deber es probar de que sobreviva, curarla como sea. Y si nos quedamos sin provisiones siempre podemos buscar algunas plantas medicinales. Tengo conocimientos de algunas que quizás nos puedan ayudar.
Obviamente la mayoría estuvimos con él, excepto Maribel, la mujer de mediana edad, quien argumentaba que lo hacía por el bien de su hijo Esteban. En cierto modo era comprensible su postura, y sobre todo después de haber perdido a su marido y haber quedado ella sola al cargo de su único hijo, y era de suponer que querría evitar como fuera la pérdida de lo único que le había quedado. 
Cuando finalmente nos decidimos a sanar al extranjero, descubrimos para sorpresa nuestra que ya había muerto. Era cierto aquello decía Jorge de que estaba casi muerto, aunque yo prefiero pensar que fue por pura casualidad, o incluso llegué a pensar que había sido alguna criatura quien le había causado la prematura muerte; pero de cualquiera de las maneras me afectó en gran medida al observar con mis propios ojos el fallecimiento de uno de nosotros. Porque, quisiéramos o no, estábamos juntos en ello, y si queríamos sobrevivir, habíamos de organizarnos en aquel lugar tan lleno de vida, si no queríamos encontrar en él la muerte.
Y así comenzaron a pasar varios días, e incluso supimos improvisar un pequeño sistema de vida: Por las mañanas nos encargábamos de reunir entre todos el mayor número de provisiones posibles, y por la noche, nos cubríamos bajo una cabaña construida con el paso de los días, a la vez que ahuyentábamos a las bestias encendiendo todas las noches un fuego alrededor de ella. 
A la hora de recolectar alimento, decretamos no alejarse demasiado del lugar de colisión por si nos perdíamos. A veces podías avistar frutos carnosos en la base de los árboles, pero había que tener cuidado con las bayas ponzoñosas, las cuales  por sus colores púrpuras y anaranjados se confundían fácilmente con ellos. En una ocasión Sandra, la azafata, probó un ligero bocado de ellas, pues no era nada inteligente comerse nada entero en aquel lugar tan desconocido, y estuvo al borde de la muerte por envenenamiento. Otras veces conseguíamos cazar algún que otro animalejo mediante un rudimentario utensilio que ingeniamos gracias a Carlos, y que a la vez usábamos por la noche por si éramos atacados por algún animal.
Constantemente me pregunté sobre el misterio que envolvía la figura del argentino, pues siempre era él el que llevaba la iniciativa, y conocía muchas de las plantas y arbustos que nos rodeaban. Si no hubiera sido por su instinto de supervivencia altamente desarrollado, hubiéramos muerto en pocos días. No obstante, todo ese conocimiento tenía una razón, pues en una ocasión me contó que su madre había habitado en un poblado indígena del Cabo de Buena Esperanza hasta que fue colonizado por los pobladores del mundo occidental, y le había hecho sabedor de muchos de sus saberes.
Al igual que él, fui conociendo lentamente a cada uno de los compañeros; no obstante, el que más discreto se mantenía era Mario, y por ello me atraía de una forma inimaginable. Parecía ser que se mostraba tan duro porque él también había perdido a su hermano y mejor amigo en el accidente de avión, pero aun así hacia esfuerzos por seguir adelante y mostrarse humanitario ante todos nosotros.
Sin embargo, mi máximo objetivo de evasión era Jorge, quien era el que siempre empezaba las discusiones, y jamás estaba de acuerdo en nada. Llegué a pensar qué se trataba de un mafioso, pero parecía ser que ejercía la profesión de industrial de alto rango, aunque obviamente tendría que tratarse de corrupto. En una ocasión me pareció oír una conversación con Maribel a escondidas:
  • ¿Te has fijado que siempre somos nosotros los que más comida aportamos a la comunidad? Y nos lo pagan dándonos una minúscula ración en comparación de los demás. Es más justo que nosotros recibamos más, ¿no crees Maribel? Y no es sólo eso, sino que también se nota el favoritismo hacia el pelagatos del argentino, ¡y sólo porque sabe que las bayitas esas son venenosas! Es mejor que de ahora en adelante nos unamos contra ellos, porque sólo buscan que su interés personal, mientras que yo, que soy muy observador, he podido percibir que sientes un profundo temor a perder a tu hijo. Quieres salvarlo, ¿verdad? Pues yo te ayudaré si me haces caso en todo lo que te diga. 
No sé cuál es la razón de que pensaran que conspirábamos contra ellos, pero la cuestión es que acabaron formándose dos grupos entre nosotros, algunos de los miembros de los cuales llegaron a odiar a otros del bando contrario. En uno podríamos encontrar a Jorge, Maribel y Esteban, aunque este último fue arrastrado por su madre; y en el otro se encontraban Carlos y  Mario. Sandra y yo nos mantuvimos durante un tiempo imparciales, pero con el paso de los días, fue inevitable que acabáramos separándonos a muy a pesar nuestra; yo con Carlos y Mario, y ella con los otros tres.
Hubo una noche en el que alguien metió en el rincón de Mario una serpiente que casi acaba con su vida, y este gesto de traición fue el desencadenante de toda una larga serie de conflictos: entre grupos nos robábamos suministros de comida, nos poníamos trampas, nos destrozábamos las lanzas, cabañas (pues habíamos establecido un límite entre zonas y cada uno tenía las suyas) y otras pertenecías que servían de artefactos indispensables para la supervivencia. En pocas palabras: era la guerra.
Una mañana cualquiera en la que Carlos vigilaba nuestra área, Mario y yo nos dirigimos a realizar nuestro habitual trabajo de caza. Los tres nos habíamos aliado fuertemente, y nos alternábamos las tareas sin ningún problema, pero yo obviamente siempre prefería hacerlo todo al lado de Mario. 
  • ¡Ten cuidado preciosa, me parece que te estás equivocando de camino! – me reprimió afablemente.
  • Ups, es cierto – contesté avergonzada- todavía no me he acostumbrado a estas sendas. Tú sin embargo, aprendes con una facilidad admirable.
  • Desde pequeño siempre he sentido devoción por la aventura y la exploración. Aunque des de que mis padres murieron toda mi vida en sí se convirtió en una aventura, ya que tuve que buscarme la vida yo sólo con la simple ayuda de mi hermano pequeño. – murmuró de forma impasible.
  • Oh vaya…lo siento…. – conteste apenada – yo también perdí a mi padre en un accidente, aunque no se puede comparar al lado de ti.
  • No te muestres modesta, tu también pareces una mujer muy hábil e inteligente, y he de confesarte que des de que te conocí me impresionaste por tu facilidad de adaptación. Pareces una de esas tías buenas a las que sólo les importa la imagen, pero ya he podido comprobar que no es así- me dijo mirándome profundamente a los ojos.- Hay algo más en ti, algo dichosamente atractivo…
En el justo momento en el que me encontraba ruborizándome, oímos un ruido. Pensamos que quizás era algún que otro chimpancé, pero al volver el rostro pudimos contemplar una pequeña figura humana moviéndose entre la maleza. Aquello no avecinaba nada bueno. Cuando el niño se percató de nuestra presencia, comenzó a correr y gritar en una lengua extraña, y fue entonces cuando me di cuenta de la situación: había indígenas, y lo más probable es que creyeran que invadíamos su territorio.
En ese justo instante comenzamos a correr exasperadamente, casi al unísono, y mientras lo hacíamos advertí la presencia de un objeto que pasó como una bala zumbando a mi derecha: nos estaban disparando flechas. Efectivamente, nuestras conclusiones habían sido certeras, pero quizás si corríamos podríamos perderlos de vista.
No tardó mucho en cesar el alboroto, parecía que sólo había sido un aviso; o al menos así lo interpretamos. Era imposible: ¡indígenas! No teníamos suficientes problemas entre nosotros como para que ahora apareciera un grupo de nativos que ansiaban matarnos. De forma inmediata avisamos a Carlos, y tras una profunda deliberación, creímos que lo más correcto sería fusionarnos de nuevo todos para hacer frente a este problema.
Acudimos al campo contrario a contarles la hazaña, a lo que Jorge respondió:
  • ¿Indígenas? ¡Bobadas! Vosotros queréis sembrar el terror entre nosotros para tendernos de nuevo una trampa, ¿o pensáis que somos idiotas? 
  • No Jorge…quizá tengan razón – anunció Sandra- hace poco visualicé una figura extraña, pero tuve miedo de crear polémica y me lo acallé.
  • Si, a mí también me pareció verlo – reafirmó Esteban.
  • Ufff…. ¡está bien, está bien! Acabaremos con esos indígenas sea como sea, comenzaremos con usar algunos de los cuchillos que quedaron en el avión para crear las lanzas, y después…
  • Oh ¡no, no! No podemos acabar con ellos, deben superarnos en número seguro. Lo mejor será ingeniarnos la forma de hablar con ellos y hacerles entender que no somos una amenaza, e incluso puede que nos acojan. – razonó Carlos- Es la única opción.
  • Ya estamos con tus paparruchadas, ¿de verdad pensáis hacerle caso a este mequetrefe?
Y tras ignorar el último comentario de Jorge, nos cargamos con todo tipo de instrumentos para nuestra travesía a través de la selva. No pretendíamos hacer ningún daño a los indígenas, y según Carlos, si veían que no oponíamos resistencia quizás ellos tampoco, pero más bien valía prepararse por si alguno atacaba desprevenidamente.
Nos hundimos en los misterios de la selva amazónica, que había sido mi hábitat desde hacía por lo menos cuatro meses. Fue de lo más rápido encontrar uno de ellos, y apareció imprevistamente de detrás de un árbol. Su primera impresión fue la de atacarnos, pero al vernos tan sumamente quietos, reflexionó antes de hacerlo, y fue entonces cuando habló con la misma lengua extraña que la del niño al que vimos.
Carlos dio un paso hacia delante sin temor y se dirigió ante él con unas palabras parecidas. ¡Qué perplejidad la nuestra al oírle hablar en ese lenguaje! Aun así, la tensión se olía en el ambiente, y parecía que el indígena no estaba de todo convencido. Fue inesperadamente cuando Jorge saltó desde detrás y le lanzó una lanza a Carlos desprevenidamente a la vez que gritaba “¡Maldito salvaje!”, pero no tardaron ni un minuto en acribillarlo a flechazos. ; habían mas entre los árboles y no nos habíamos ni percatado.
Jorge nos había condenado al infierno junto a él, pues quizás lo habrían interpretado como un ataque de todo el grupo y no tardarían en dejarnos exánimes. Pero Carlos gritó algo en ese lenguaje desconocido y todos los indígenas quedaron paralizados, y toda intención de agresión quedó  apaciguada. En ese momento los indígenas comenzaron a besarnos las manos, dándonos la bienvenida, supusimos. Era inverosímil que hiciera apenas unos segundos iban a matarnos,
Nos llevaron al poblado, y desde ese día, residimos allí durante unos años, conviviendo día a día según sus costumbres y culturas. Para ellos, el bienestar común era más importante que el interés propio, pues convivían como verdaderos hermanos unidos en una gran familia. Por eso fue allí donde Mario y yo nos casamos según tradiciones mucho más puras y profanas que las occidentales.
Jamás olvidaré el día en el que vinieron los servicios de rescate, pues fue el mismo que abrí los ojos ante cual era mi verdadero hogar: estaba justo en él.