Capítulo 1
Madrid, año 2010. En una casa del centro vivía Katina, una chica de 14 años como otra cualquiera, perfectamente adaptada a su época, con una gran vida social. Era rubia de ojos negros y bastante alta para su edad; seguramente con muchos pretendientes. En este momento escuchaba, en su MP3 de última generación, sus canciones favoritas. Al otro lado de la habitación, en un sofá de color beige descansaba una mujer de avanzada edad llamada Wendy, era su abuela y era un perfecto retrato de la joven Katina aunque con algún que otro año de más. Katina se quito el auricular del oído y empezó a conversar con ella.
-¿Sabes cuando va a venir papá a recogerme?
- No hija, no sé cuando va a venir Manuel.
Una breve pausa y…
-Abuela.
-Dime Katina.
-¿Eres alemana verdad?
-Sí, ¿por qué lo dices?
-No, por nada, por nada.
Unos segundos de silencio…
-¿Por qué me has preguntado eso Katina?
-Sucede que hay una cosa que me gustaría saber de tí.
La anciana mujer no sabía exactamente dónde quería llegar su nieta y se mostró muy insegura pero finalmente accedió a que le formulara la misteriosa pregunta.
-No tengas miedo, hija. Pregunta por favor.
La mujer suspiró y tras un breve periodo de tiempo le contestó, era una historia muy larga.
Capítulo 2
Campo de concentración Sachsenhausen, Berlín, 1942. Todavía estaba amaneciendo cuando de pronto un disparo la despertó. ¡Un judío menos! Alguien grito desde la calle entre carcajadas. Wendy, tenía solamente 10 años y lo que acababa de suceder era rutinario para ella, aunque pocas veces evitaba llorar. Era rubia de ojos azules, era una chica buena y estudiosa. Llevaba una vida llena de muertes y ejecuciones. Su padre era el Káiser alemán Harry y Wendy siempre veía como morían los judíos arrestados por él.
Harry era un nazi alemán sin escrúpulos, que lo único que le hacía feliz era ordenar matar y ver morir a familias enteras judías. Su mujer había fallecido a causa de una pelea con un grupo de judíos. Y es por esto que todavía les tenía mas rabia.
Cuando era pequeña, su padre le contaba que los judíos eran malas personas y por eso los mataban, ella no entendía por qué eran malas personas pero como era tan inocente se lo creyó. Llegó el día en que Harry le dijo, cuando Wendy solo tenía 5 años, que ellos mataron a su madre. Poco a poco empezó a cogerles un rencor que no sería fácil de olvidar, pensaba que por culpa de todos ellos nunca pudo ver a su madre, aunque sí que era cierto que el hombre que mató a su madre ya había sido torturado y ejecutado hace ya un tiempo.
-Papá.
-Dime Wendy.
-Quiero entrar a los campos de concentración.
- ¡Me da igual papá! Quiero verles y hacerles sufrir, igual que yo he sufrido sin mamá por culpa de ellos.
- ¡Cállate! Irás cuando yo lo crea conveniente y no se hable más.
Cerró la puerta de un portazo y Wendy siguió entre sollozos. Unos minutos más tarde volvió a entrar su padre cuando todavía la pobre niña estaba llorando y le dijo:
-Me gusta que sigas mis pasos hija, pero debes entender que es muy peligroso que vayas a ese lugar, cuando cumplas 20 años, dejaré que pases, todavía eres pequeña.
Cuando Harry dijo eso, Wendy, tan solo tenía 10 años, su padre manipuló su mente y le salió bastante bien la jugada, de momento.
9 años más tarde. Tenía 19 años y le faltaban 2 meses para cumplir los 20, estaba feliz, iba a entrar. Alfred su mejor amigo, tenia 23 años, a él ya le habían dejado entrar, decía que era lo mejor, ella no lo dudaba hasta que llegó el día.
Tal día como hoy, un día que parecía normal , empezó como todos los días del año, se levantó a las ocho de la mañana, se duchó , se arregló, y como siempre se puso en marcha hacia la universidad. Estaba estudiando medicina porque decía que su único objetivo en la vida iba a ser el de curar a los soldados alemanes heridos en las diferentes guerras.
Por el camino, pensaba en los exámenes, en todo lo que tenía que estudiar… De pronto, Wendy, escuchó un ruido entre los arbustos, se asustó pero siguió su camino. Poco después volvió a escuchar otro ruido, parecía que alguien la estaba siguiendo. Un chico judío salió de entre los arbustos y le tapó la boca con su mano derecha.
Cuando el chico pensó que no gritaría, le quitó la mano de la boca para poder conversar con Wendy.
-¿Quién eres? Dijo ella.
-Abel.
-¿Qué quieres, judío?
-Me he escapado de manos de los alemanes, estoy herido. Ayúdame te lo suplico.
-¡Eres uno de ellos!, vosotros matasteis a mi madre malditos.
-Eh, que yo no he hecho nada, vivía con mi familia en el campo y tus queridos alemanes los mataron a todos. Y me cogieron prisionero.
- Si te cogieron, es que algo malo habrías hecho.
Con ironía Abel respondió: ¿Algo malo? ¡Algo malo es lo que han hecho ellos! Han matado a toda mi familia, ¿y nosotros somos los malos?, muy bien.
- Lo siento.
-Ayúdame.
- ¿Qué te pasa?
Abel empezó a ver borroso y se desmayó.
¡Abel! ¡Abel! ¡Abeeeeeeeeel! Dijo ella. Y él no respondía.
Wendy consiguió llevar el cuerpo de Abel inmóvil a una casa de madera cercana al lugar donde se encontraban.
Abel era un adolescente de campo, tranquilo, que vivía con su familia en una granja, se dedicaba sobre todo a cuidar a los animales. Él era alto y moreno de ojos un poco claros y verdosos. Le encantaba estar con su familia, hasta que un día llegaron los alemanes y mataron a todos los miembros de su familia, se quedaron con los animales y con él.
Ya en la casa, estaba tranquila descansado en un banco de madera antiguo; la verdad es que iba acorde con la casa.
Se trataba de una típica casa de madera alemana, de esas de toda la vida. Es una de esas casas que no se sabe muy bien por qué no se ha derrumbado todavía a causa de la lluvia. En cada esquina había un reloj de cuco y ella se quedó perpleja al ver esto. Parecía que la casa había sido saqueada por algunos bandoleros un tiempo atrás ya que estaba bastante desordenada con numerosos papeles por el suelo.
Wendy no le quitaba ojo de encima a Abel y de pronto abrió los ojos.
-¿Cómo te llamas? Preguntó él.
Wendy no sabía si decirle la verdad, ya que todavía no se conocían a la perfección y no sabía si él era el comienzo de una trampa contra ella. Pero de todos modos, le dijo su nombre verdadero.
-Me llamo Wendy.
-Bonito nombre dijo él. ¿Dónde estamos?
-En una antigua casa en el bosque. Te he traído hasta aquí yo sola intentando que no me viera nadie. De lo contrario, te habrían matado y a mí me hubieran hecho algo parecido.
Él se sintió mal y agachó la cabeza.
-Muchísimas gracias, ¿tú donde vives?
-En el campamento de al lado de los campos de concentración.
-¿Qué? No puede ser, ¿qué haces tú ahí?
-Pues vivir en una casa. ¿Qué te parece sino? –Una breve pausa- Mi padre es Harry, el Káiser, y él me enseñó que todos erais iguales, judíos que matan alemanes cueste lo que cueste y por eso os matan ellos a vosotros primero.
- No todos son así.
-Lo sé, ahora lo comprendo todo –dijo Wendy suspirando-. Abel tengo que marcharme; es tarde y en mi casa me esperan para cenar. Si no me voy sospecharan de nosotros y te aseguro que no es bueno para ninguno de los dos. Quédate aquí, no vendrá nadie, si sales y te ven te matarán además con esa herida deberías guardar reposo. Mañana a esta hora volveré con comida y bebida para los próximos días.
-Muchas gracias Wendy, me has salvado la vida.
-No hay de qué, era lo menos que podía hacer después de que te desmayaras. ¡Ves como no todos los alemanes somos como tú crees que somos! dijo Wendy con tono irónico.
Este último comentario al parecer no le hizo mucha gracia a Abel, pero intentó ocultar su tristeza.
-Hasta mañana Wendy.
-Hasta mañana. Dijo ella despidiéndose.
Capítulo 5
Wendy llegó a su casa e intentó disimular su intensa jornada, aunque no fue nada fácil ya que estaba muy cansada. Cuando llegó la noche no podía dejar de pensar en Abel, no dejaba de darle vueltas y vueltas a eso que ella había creído siempre, ¿de verdad había judíos que no pensaban en matarles? Pensó que Abel podría estar mintiéndole aunque algo dentro de ella le decía que no, que lo que le decía era verdad, era un judío bueno.
-Papá
-¿Que quieres hija?
-¿Hay judíos que no quieren matarnos o todos son iguales?
Su padre por un momento no supo qué contestarle. -Hija, te estoy advirtiendo desde que eras una niña, todos son iguales, quieren ver sangre y para evitarlo los encerramos, ya lo sabes.
-Ya papá pero y si no, ¿y si os equivocáis?
Su padre estaba ya furioso y le gritó. -¡No digas eso hija, te he educado para que sigas mi pasos, cállate y no vuelvas a pensar eso!
Sí, papá.
Harry se había enfadado muchísimo con esa pregunta, no era propio de ella aunque después pensó que igual era normal, no le dio mucha más importancia pero sí intentó que no volviera a pensar en eso recordándole lo de su madre día sí y día también.
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