dilluns, 13 de juny del 2011

Escenario de un crimen

No podía creer que aquel tipo fuera yo. Hacía escasos segundos que aún seguía vivo. Ahora me encontraba en aquella lúgubre taberna con un disparo en la cabeza, toda mi sangre proyectada contra la pared. Lo veía todo como el espectador de una película de terror. Definitivamente era lo último que esperaba que ocurriese tras la muerte, nunca fui un devoto creyente, quizá sea eso. No era el único que había hecho las maletas hacia “el otro barrio”, el tabernero yacía en el suelo con un disparo en el pecho, derribado contra las botellas de alcohol barato que exponía en la estantería tras la barra. El pobre hombre no llegó a tiempo, en su mano aún sujetaba con fuerza la escopeta Ithaca 37 que guardaba para este tipo de ocasiones. Había otro hombre muerto, un chico de unos 22 años que parece ser que salía del baño cuando pasó todo. La pesada puerta hacia el aseo de hombres estaba entreabierta, y el cuerpo estaba apoyado en ella. La caja del mostrador estaba desvalijada, se habían llevado todo el dinero. Supongo que una escena típica de Los Ángeles en los años 40. Era extraño, nunca esperaba morir en un altercado pese a vivir en la ciudad con mayor índice de criminalidad del país. 
De repente, se oyó un suave campaneo que indicaba que alguien entraba por la puerta. Un hombre mayor, de unos 60 años, vestido con un traje gris y un sombrero a juego no podía dar crédito a aquello que veía. Sus ojos incrédulos captaron una imagen que le causo arcadas. Ni siquiera puso un pie dentro de la taberna cuando arrancó a correr en dirección hacia una cabina telefónica, la única que había en toda la calle. Deduje que llamaba a la policía. Por desgracia para el viejo probablemente le esperaba un duro interrogatorio en las oficinas del L.A.P.D. El cuerpo de policía de Los Ángeles es famoso tanto por sus resultados, como por sus violentos métodos; y además sufre tal acusado grado de corrupción que no es de extrañar que se vean relacionados con los asesinatos que ellos mismos investigan. El hombre no se marchó por miedo a una posible inculpación, permaneció en el exterior de la taberna en la oscuridad de la noche, apoyado contra el cristal de espaldas a la fatal escena. 
No tardaron mucho en hacer acto de presencia dos coches patrulla. Los vehículos era un claro ejemplo de la situación en la que Los Ángeles se encontraba. Las puertas estaban rayadas, el parachoques hecho polvo y la flamante pegatina que identificaba la policía del condado, “L.A.P.D Para proteger y servir” no podía ni siquiera distinguirse, seguramente fruto de alguna persecución policial. “Para proteger y servir”, supongo que servir a los traficantes y a la prensa sensacionalista; y proteger sus negocios ilegales, porque las decenas de homicidios cometidos en una semana decían lo contario. El agudo sonido de las sirenas acercó a la muchedumbre, que en aquella estrecha calle de la periferia de Los Ángeles empezó a aglutinarse, intentando por todos los medios, visualizar algún cuerpo. Bajaron de los vehículos seis policías,  cuatro de ellos con el uniforme azul reglamentario que se encargaron de precintar la zona gritando a la multitud:
- L.A.P.D, policía de Los Ángeles, por favor aléjense de la zona.
Los otros dos en cambio, cobraron más importancia en la escena. Uno de ellos vestía una camisa blanca de cuello alto recién planchada sujetada mediante una corbata roja, un traje de color marrón oscuro y un sombrero de Panamá negro que dificultaba determinar los rasgos del rostro, iluminados solo por las rojizas luces de neón que anunciaban el nombre de la taberna “Jimmy’s Beer”. El otro vestía de forma similar, solo que había elegido una corbata negra y un traje azul oscuro con rayas grises para el conjunto. Aquellas vestiduras les delataban, eran detectives, seguramente del departamento de homicidios. 
- ¿Quién ha informado del asesinato? – Preguntó el de la corbata azul.
- He…he sido yo- Contesto el viejo doblando las palabras y pronunciándolas tímidamente. 
- Soy el detective Ryan Coleman, de homicidios, debemos hacerle unas preguntas- dijo el agente sin ningún tipo de flexión en su rostro -¿Cómo se llama?
- Andrew…Andrew Smith- contestó el viejo, que aún seguía en shock por la escena que había visto.
- Muy bien Andrew. ¿Conocía al dueño del bar?
- ¿A Jimmy? Sí, todos…todos los viernes paso por aquí a tomar una copa...mi…mi mujer puede corroborarlo.
- Señor, no le estamos acusando de nada- contesto el detective que había visto en el viejo cierto reflejo de miedo - dígame ¿ha escuchado usted los disparos?
- No, no he oído nada. Llegué y me encontré… me encontré… ya sabe, todos los cuerpos.
- Andrew, ¿tenía el señor Jimmy algún enemigo, alguien que se marchara sin pagar, alguna amenaza?
- No, Jimmy siempre ha tenido poco clientela, ¿sabe?, su bar se encuentra en una de las calles menos transitadas de todos Los Ángeles. Los que ahogábamos las penas en su bar éramos habituales, nos conocíamos todos perfectamente- Contestó el hombre, controlando el tono de su voz.
El detective Coleman continuó formulando las preguntas habituales. Esas mismas que yo había oído tantas veces en las series policíacas que emitían a las nueve todos los días. Era curioso, Hollywood era más bien un elemento de propaganda, los detectives de las series estaban totalmente comprometidos con la justicia y no dejaban ni un solo caso por resolver, la verdad era muy distinta… 
El otro detective, el de la corbata roja, sacó un pañuelo blanco del bolsillo izquierdo de su camisa, y cubrió su mano. Con él, empujó la puerta y entró en la taberna. Las luces amarillentas de aquel antro dejaban identificar un rostro juvenil que inspiraba confianza, unos ojos pequeños y profundos que transmitían tranquilidad y demostraban prudencia, unas cejas finas, una nariz redonda y unos labios prietos. Aquel hombre no debía de tener más de 24 años, toda una proeza haber llegado a detective tan joven. Se acercó a la barra y observo el cadáver del tabernero, Jimmy. Más tarde le echó un vistazo a la caja desvalijada. Avanzó hacia los baños, observando la sangre que protagonizaba la escena. Me dirigió una rápida mirada de arriba abajo y después se encaminó hacia el hombre que yacía apoyado en la puerta de los servicios de caballeros. Todo lo que veía lo anotaba en una pequeña libreta. Justo en el momento en el que se disponía a abrir la puerta del aseo de señoras su compañero lo detuvo.
- He interrogado al viejo, no se trata de un simple robo como lo pueda parecer a simple vista. Dice que no escuchó ningún disparo…
-“Silenciador”, lo que nos indica que el asesino había planeado matar a estas personas- le interrumpió.
- Sí, según el interrogado, Jimmy no tenía ningún enemigo, ni nadie que quisiera ajustar cuentas con él. Supongo que no era la víctima original del crimen- dijo Coleman.
- Supones demasiado, debemos esperar a tener pruebas y al análisis del forense- replicó.
- Lo que tú digas Richard- contestó; y refunfuñó en voz baja – el señorito Stillman acaba de salir del adiestramiento y ya se cree mejor detective que yo, con mis 15 años de servicio…-
Una vez a la luz de la taberna, pude diferenciar el rostro de Ryan Coleman. Un hombre de unos 35 años con un rostro delgado, de ojos grandes, nariz puntiaguda, cejas pequeñas y poco pobladas y unos labios grandes y rojizos, alrededor de los cuales se insertaba una barba rubia. 
Los dos detectives se dirigieron primero a observar con detenimiento el cuerpo del tabernero. Richard Stillman se acomodó dos finos guantes en cada una de sus manos, y se dispuso a sujetar la cabeza de Jimmy moviéndola de un lado para otro, para observar posibles heridas superficiales. 
- Una Ithaca 37, el cargador contiene todas las balas, no ha sido disparada- puntualizó Coleman.
- Parece que la causa de la muerte es un único disparo en el corazón- dijo Stillman.
- La caja registradora está totalmente destrozada, el tabernero no fue forzado a introducir el código- continuó Coleman.
Parecía que no había nada sospechoso en aquel cadáver. Los detectives se levantaron y se acercaron a mi cuerpo sin vida. Se movieron con cautela, observando cualquier parte del suelo, la disposición de las sillas y las mesas, el mínimo detalle que les pudiera contar la historia al completo. Hasta que un fogonazo de luz les interrumpió.
-Mierda, ya está la prensa intentando sacar tajada del asunto. Seguro que salimos en el próximo titular “ni siquiera las tabernas más insignificantes y cochambrosas están libres de los asesinatos que ahogan la ciudad, el L.A.P.D una vez más queda en evidencia”- bromeó Coleman.
Acto seguido corrió hacia la puerta de la taberna, asomó la cabeza y dirigiéndose hacia uno de los agentes gritó:
- Johnny, Johnny, diles a esos fotógrafos que se larguen, estamos aún trabajando en el reconocimiento de la escena del crimen. 
Había un gran barullo, parecía que los cuatro agentes no habían podido alejar a la muchedumbre, pese haber colocado la banda de color amarillo fosforito que prohibía el paso. Además de la prensa, había llegado una ambulancia, esperando a que les dieran luz verde para llevarse los cuerpos. Aquella calle nunca había visto tal aglutinación de gente. Lo último que vio Coleman al volver la cabeza al interior de la taberna fue una lluvia de flashes.
- Joder, no tienen ningún respeto. Cómo odio a esos sensacionalistas- exclamó Coleman mientras regresaba al lado de su compañero.
Y allí estaba mi cuerpo, sentado sobre la silla y apoyado contra la pared, inmóvil, mirando hacia la barra, que se disponía en dirección sudeste a donde se hallaba mi cadáver. La situación me había cogido tan desprevenido, que aún sujetaba con la mano izquierda el vaso de whisky que estaba tomando tranquilamente minutos antes de lo sucedido. Por lo menos, había muerto elegante, vestía una gabardina de color negro, unos pantalones a conjunto y una camisa blanca acabada de estrenar. La bala me había atravesado el entrecejo, mi cara era irreconocible. 
- ¿Sabemos quién es?- pregunto Coleman
Stillman introdujo la mano en el bolsillo interior de mi gabardina y extrajo mi cartera. Lo poco que contenía eran 20$, mi identificación y una tarjeta de la ferretería “Car’s illness” a la que hacía unos días, había llevado mi coche a reparar. 
- Supongo que ya no necesitará esto, lo tomaremos como una donación al cuerpo de policía- dijo Coleman introduciendo los 20$ en su bolsillo.
Stillman le dirigió una mirada de desaprobación, que Coleman eludió.
- Cole Robinson, 38 años, de Los Ángeles... Nada más por ahora- 
Me sentí realmente despreciado, quedé reducido a un nombre, una edad, y un lugar de nacimiento. 
- Parece que no se percató de lo que ocurría. Me atrevería a afirmar que presenció el asesinato del tabernero e inmediatamente después él fue asesinado. En ese caso el asesino sería un perfecto tirador- dijo Coleman.
Los dos hombres se levantaron y fueron a investigar el último cuerpo. Le identificaron y observaron el agujero de bala que había traspasado el cuello de la víctima penetrando en la puerta.
- Sin duda un arma muy potente – dijo Stillman – la bala ha atravesado el cuello de la víctima y una puerta de 4 centímetros de grosor-.
Ryan Coleman se desplazó delante del mostrador.
- Supongamos que por alguna razón el asesino quiere matar al tabernero, saca su pistola al mismo tiempo que este mete la mano debajo del mostrador para coger su escopeta, Bang! un disparo en el corazón. Robinson, que estaría observando la escena, sería el próximo objetivo, Bang!, un disparo en la cabeza. El último en morir, sería el hombre que desafortunadamente salio del aseo y vio todo lo que ocurría, Bang! una bala a la altura del cuello.
Mientras el detective Coleman hablaba, Stillman se aventuró a abrir la puerta del aseo de señoras.
- Coleman rápido, ven aquí- exclamó el detective.
No eran tres las víctimas de aquel crimen, sino cuatro. Una luz tenue iluminaba los servicios femeninos. Se podía distinguir una gran mancha de sangre que había salpicado sobre el espejo del lavabo. Encima de la repisa, había tirados un pintalabios rojo carmesí, un pequeño espejito en forma de raqueta con los bordes de color rosado y un peine de madera muy fino. En el suelo yacía muerta una mujer. Vestía un vestido rojo que le llegaba hasta las rodillas, unas medias negras con rejillas y unas botas de cuero del mismo color. Su larga melena rubia se esparcía por el suelo. En su delicada cara destacaban los gruesos labios a medio pintar, incluso una raya de color rojo se dirigía desde el extremo izquierdo del labio superior hasta la mejilla, fruto de la sorpresa de su muerte. Sin duda una mujer muy guapa, y sin duda debido a las pintas que tenía, una prostituta.
- Cinco disparos en el torso, parece que tenemos a la víctima original del crimen- dijo Stillman.
El detective comenzó a revisar el lugar del delito. Descubrió, debajo de la puerta que conducía al último inodoro de la habitación, un bolso de color blanco. Lo tomó y empezó a escudriñar su interior. Entre unos cuantos billetes y unos pañuelos de seda, halló una tarjeta:
- “Passionné ammour”- leyó Stillman – viene acompañado de un número de teléfono y una dirección, sin duda un prostíbulo-
- Este caso es mucho más importante de lo que parecía. Hace 3 meses, identificamos un cadáver en el puerto, una mujer de 21 años, prostituta, trabajaba en el mismo prostíbulo “Passionné ammour”, cinco tiros en el torso como en este caso. Un asesinato brutal. Balística determinó que se había utilizado silenciador para efectuar los disparos, las balas eran del calibre .45 ACP probablemente de un Colt M1911 un arma del ejército- puntualizo Coleman
- Entonces ¿estamos delante de un asesino en serie? – 
- Por ahora todo parece apuntar a que el asesino es el mismo. Tendremos que esperar a que balística confirme si se trata de los mismos proyectiles. De todos modos muchacho, no te hagas ilusiones, nos asignarán a otro caso. De los asesinos en serie se ocupan los de arriba. Ya tomarán las medidas suficientes para que su cara aparezca en la portada del periódico anunciando la heroica captura del asesino de prostitutas-
- O, podemos no decir nada al respecto por ahora. Asegurar que se trata posiblemente de un simple robo y obviar la relación con el otro asesinato. Llama a los de la ambulancia, que se lleven los cuerpos para que el forense los examine y podamos recibir los datos de balística. Nosotros haremos una visita a “Passionné ammour”- propuso Stillman.
Coleman le dijo a Stillman que aceptaba, pero antes debían sugerir una breve versión de los hechos que pudieran  anotar en su libreta para tener un punto de vista del que partir en la investigación.
- Si tomamos como víctima original del crimen a la prostituta la sucesión de eventos es lógica. El asesino persigue a la mujer con intención de matarla. Son las 11:00 de la noche en una calle estrecha y poco transitada, el asesinato será sigiloso. Saca la pistola y se dispone a asesinarla, pero en ese momento, ella decide entrar en la taberna y retocar su imagen. El asesino entra con ella y se dirige hacia el servicio de señoras. Allí la asesina, cinco balas en el torso. Cuando se dispone a salir de la taberna, el barman le apunta con la escopeta, seguramente vio algo sospechoso en él. El asesino sin vacilar le propina un disparo en el pecho y elimina al testigo con un tiro en la cabeza. En ese momento sale del lavabo de caballeros el último individuo, al que asesinará para no dejar a nadie con vida que pudiera ofrecer información sobre él. Por último rompe la caja registradora, para intentar enmascarar el asesinato con el móvil del robo- expuso Stillman.
- Me parece sensato, ahora dejemos que se lleven los cuerpos y salgamos de este antro- dijo Coleman.
Los dos detectives salieron del “Jimmy’s Beer” y les dijeron a los técnicos sanitarios que tenían luz verde para llevarse los cadáveres. Estos rápidamente, prepararon las camillas y las bolsas negras donde los depositarían. Uno a uno los fueron sacando todos mientras dejaban señales de donde habían yacido los cuerpos. En primer lugar sacaron al tabernero dejando la escopeta que éste portaba en el suelo, intentando variar su posición lo mínimo; después cogieron mi cuerpo despegando mi mano del vaso de whisky al que estaba agarrado; mas tarde se llevaron el del hombre del lavabo y finalmente el de la prostituta.

Una vez la ambulancia se había alejado de la zona, los dos detectives subieron en el coche patrulla bajo un aluvión de empujones, flashes y reporteros buscando sacar la mínima información sobre el asesinato; y se marcharon de la escena del crimen. Quedaron solo tres de los guardias protegiendo la zona tras el precinto amarillo. 
Una vez más la noche comenzaba a volver a su estado de calma. Los reporteros viendo que los investigadores se habían marchado, y los cuerpos también lo habían hecho, no encontraban interesante lo que quedaba, así que también se alejaron del “Jimmy’s Beer”, seguramente a fotografiar otro caso de asesinato o el descubrimiento de un alijo de droga.
Prácticamente quedé solo, observando aquella caótica y ensangrentada taberna como lo había hecho al principio. Peor que estar muerto es descubrir, que tu muerte ha sido una casualidad, que no eres el protagonista del asesinato, sino una muerte colateral. Ni siquiera puedo recordar el rostro de mi asesino, solo soy una víctima anónima más en el escenario del crimen, la ciudad de Los Ángeles. 
Hèctor Borrás Orts