divendres, 13 de març del 2015

PERIPLO DE LA SOLEDAD ESCOGIDA

El espejo del ascensor me revelaba aquello que yo me negaba a aceptar, me hacía vieja. Las arrugas invadían mi rostro, tenía los labios agrietados, y multitud de canas empezaban a poblar mi cabello que un día resplandecía al sol. El maquillaje paso a ser algo imprescindible para mí, aquello a lo que me aferraba para negar el pasó de los años. El ascensor paró en la planta baja, mientras bajaba decidí ir con el coche, no estaba muy lejos pero llovía a cántaros. Abrí la puerta, y entré rápidamente intentando mojarme lo mínimo posible. El coche estaba frío al igual que mis manos. Metí la llave en el contacto y arranqué. Encendí la radio, un comentarista de voz aguda me taladró los oídos, cambié rápidamente, el fútbol no me importaba lo más mínimo. 
 No me quedó otra que poner la radio nacional para no oír mis propios pensamientos que me atormentaban con tentativas de futuro. Aquella emisora era mediocre, al igual que sus programas, pero los prefería al fútbol al fin y al cabo. Estaban entrevistando a una violinista cuya existencia desconocía, tampoco es que fuera una prodigio de la música pero por los fragmentos de canciones que tocó parecía buena, o al menos original, mucho más de lo que se podía pedir para la música hoy en día.
El trayecto duró poco más de diez minutos por las concurridas calles del centro, llenas de semáforos y transeúntes con una extraña tendencia a pasar por el paso de peatones mientras el semáforo estaba en rojo. El edificio está en una parte recóndita de la periferia central, justo al límite de ésta. Solo había ido dos veces, una a preguntar los precios y otra para la exanimación de mi hijo y ambas veces me había preguntado si el portón del edificio estaba carcomido, pues su estado era lamentable. Toqué al telefonillo, me respondió la voz de la joven secretaria. Me abrió la puerta y subí los tres pisos pensando en el motivo de el comportamiento de mi hijo, estaba siempre ausente, absorto en sus pensamientos, le hablaban y no contestaba hasta la tercera vez que le preguntaban, como si todo lo que le contarán le diera igual y solo contestará para que le dejaran en paz, de nuevo solo, con su mente. Yo no tenía manera de saber que era lo que escondía en ésta, por eso contacté con un profesional, soy su madre, estaba preocupada por él pero también me movió la curiosidad, he de reconocer, la curiosidad de saber qué habría en lo más profundo de su cerebro. Estaba prácticamente segura de que mi hijo no era autista, de pequeño solía relacionarse con bastante fluidez con los demás, fue desde hace aproximadamente cuatro meses que empezó este comportamiento. Por fin llegué a mi destino, la casa estaba caliente, algo que se agradecía en el crudo febrero. La secretaria me saludó y me indicó que podía pasar para saber aquello que había venido a buscar. Aquel día era gris y lluvioso, se reflejaba en los cristales repletos de gotas.

-Buenos días, me alegro de verte.
-Lo mismo digo doctor.-dije-Cuénteme, ¿que es lo que le pasa?
-Veamos,- extrajo una carpeta con el nombre de mi hijo de un cajón del gran escritorio de aspecto moderno- aquí esta. Debo decirle que su hijo no sufre ningún tipo de enfermedad mental. Es cierto que no parecía muy dispuesto a hablar así que le propuse que escribiera todo lo que pasaba por su cabeza en un folio y he de decir que me sorprendió bastante el resultado. Si le parece se lo leo y si tiene alguna duda o inquietud no dude en interrumpirme, ¿de acuerdo?
-Me parece bien.
Perfecto, allá vamos pues:

Escribo esto obligado por no preocupar a mi madre, normalmente solo pienso y saco conclusiones de aquello que observo. Escribir no me molesta, es como pensar pero dejando constancia de ello, al contrario que las palabras que solo duran ese pequeño, insignificante y perecedero momento en el que se pronuncian. Usted me ha dicho que escriba todo lo que se me pase por la cabeza y eso haré. Lo primero que he pensado al entrar en esta habitación que parece ser su despacho es que huele a lavanda. La lavanda es un olor que odio, pero creo que esto no es lo que usted quiere leer. Soy consciente de que realmente no quiere saber lo que pienso en este preciso instante, así que escribiré lo que usted quiere que escriba, escribiré sobre el sentido de la vida”
-¿Sobre el sentido de la vida?
-Así es, parece que su hijo tiene las cosas claras, parece ser bastante inteligente, ¿no crees?
-Desde pequeño lo ha sido. Continúe por favor.
La vida es aquello que pasa mientras nuestro cerebro se preocupa por inhalar aire para que el cuerpo no se quede sin oxígeno y muera. Es decir, la vida es la preocupación por la muerte. Parece paradójico pero yo he llegado a esta conclusión. Si sabemos esto no debemos preguntarnos qué es la vida sino qué es la muerte, para qué existe y porqué nos preocupa tanto. La muerte es algo abstracto, solo la podemos definir como la ausencia de vida, pero si esto es así, ¿para qué existe la vida si esta es solo la preocupación por la muerte? La vida es algo inservible. La muerte es nuestro destino, todos vamos a acabar muertos al fin y al cabo, ¿de qué nos sirve vivir? Esto es algo para lo que no tenemos respuesta, pero aún sabiendo que la vida no tiene sentido nos levantamos cada mañana y vamos al trabajo o al colegio o a cualquiera que sea el lugar en el que se ejecuta nuestra rutina diaria.”

-¿Mi hijo es gótico o algo por el estilo?
-Es curioso que hagas esa pregunta, justo ahora. Lo explica a continuación:
Mi madre me preguntó una vez si era gótico. No soy gótico ni nada por el estilo, es solo que creo que he escogido el camino alternativo, quien sabe si el correcto. El camino de las reflexiones y las cuestiones, el camino sin asfaltar y sin señalizar. Este camino es muy diferente al normalmente escogido por los demás. Tengo 15 años y las relaciones con los demás no me importan lo más mínimo, ¿cómo van a importarme si la gente es idiota? Allá donde miro solo veo idiotas; idiotas hablando, idiotas enamorados de más idiotas o idiotas riendo. Me pregunto si las personas son idiotas por naturaleza y yo soy la excepción o realmente todos son como yo solo que la sociedad los ha trastornado. Muchas veces me imaginó qué pasaría si una persona creciera fuera de la sociedad, como un eslabón perdido. Para empezar esta persona viviría sin aprender a hablar, pues no habría nadie para enseñarle ni para comunicarse. Esto le permitiría aprender a pensar por sí mismo y no por los demás. No poder hablar también le impediría enamorarse. El amor es lo que lleva a la gente a ser más idiota, es como un cáncer para la inteligencia, yo nunca me he enamorado y estoy seguro de que nunca lo haré. No poder hablar ni comunicarse le impediría reír o pasárselo bien y es algo en lo que he meditado mucho; reír realmente es bueno o solo nos engaña y nos hace creer que todo va bien cuando en realidad es al contrario. La respuesta es simple, las cosas nunca van bien. Las cosas siempre van mal, repito, empezando por el hecho de que llevamos muriendo desde el momento en que nacemos. ¿Pero por que la gente sigue engañándose? Porque realmente no saben que es lo que quieren, viven engañados por los demás que a la vez engañan a otros sin saber que lo hacen debido a que son engañados, en un bucle de engaños infinitos que les impide abrir los ojos y ver todo lo que el mundo rezuma. Rezuma odio, odio intrínseco al ser humano. Ese eslabón perdido, pese a ser diferente es malo, es malo porque todos lo somos, todos los humanos, todos los seres vivos. Todos destruyen para su propio provecho. Todos exterminan vida o recursos para perpetuar en la tierra. Todos somos destrucción.
Deberás estar cansado de tanta palabrería así que voy a hablar un poco de mí, de mi historia . Mi pensamiento empezó a cambiar el día que mi padre se fue de casa”.

-El quería mucho a mi marido, al fin y al cabo era su padre.
-Lo suponía, debió ser un duro golpe para él. Ahora habla de ello.
Mi padre era médico, no pasaba mucho tiempo en casa pero yo era feliz cuando estaba conmigo y con mi madre. Salíamos a pasear y realmente parecíamos felices, una más de esas familias que salían por el centro. Aún recuerdo su voz. Era una voz dura pero que incitaba al acercamiento, me preguntaba porque no se había dedicado a ser actor de doblaje. Se lo pregunté una vez y aún recuerdo sus palabras: “Cuando conocí a tu madre también me incitó a ello, pero no lo hice por dos razones: una es que el cine debe disfrutarse en versión original y la otra es que la vida es algo demasiado preciado y debe haber alguien que la preserve, así que elegí ser ese alguien.” Dos días después de aquellas palabras se marchó. El día anterior él y mi madre discutieron, es normal, dos personas no pueden estar juntas de por vida, las personas están cargadas de odio y tienen que sacarlo fuera de ellos, arrojar su odio sobre otros. Este fue el hecho de que ahora sea como soy. Te estoy ahorrando bastante trabajo remontándome yo mismo al origen de mis conflictos internos. Tu trabajo es inútil, como todos los demás. Vuelvo a repetirlo, la vida en sí misma es inútil, trabajamos para ganar dinero, dinero que no nos servirá de nada cuando los gusanos se coman nuestro cadáver, gusanos que también morirán. Y no solo toda aquella persona que cultiva el campo económico, de igual manera que la anterior todo aquel que cultive el campo espiritual morirá igual y ni su dios ni sus emociones permanecerán cuando muera. Podría esto dar lugar a pensar que la única manera de conservar tus pensamientos en un medio físico como este papel por ejemplo, pero de igual manera se desvanecerá y aun si no lo hace la gente que lo lea también morirá. Me estoy desviando del tema, lo siento. Como iba diciendo mi padre nos abandonó, no sé qué será de él, puede que esté muerto, quien sabe. La cuestión es que desde ese momento empecé a plantearme el sentido de todo lo que pasaba, el sentido de cosas grandes como las guerras o como la contaminación pero también de cosas insignificantes que a la gente no le suelen importar, como la razón por la que seguíamos manteniendo fe ciega en que seremos diferentes al resto, que seremos especiales. Desde ese momento empecé a distanciarme de todos y de todo. Seguía yendo al colegio porque mi madre me obligaba, fui creciendo y el resto de las personas lo hicieron conmigo. Al principio los que solían ser mis amigos se preocuparon por mí pero ellos ya no me importaban, se dieron cuenta de ello y dejaron de intentar hablarme o comunicarse conmigo. En clase estaba ausente, de la boca de los profesores solo salían cosas que no me importaban. Mis compañeros empezaron la adolescencia, mantenían relaciones amorosas , salían de fiesta y hacían cosas típicas de adolescentes mientras yo permanecía en mi grieta de atemporalismo, sin pasar a la pubertad ni abandonar mi niñez, ésta la había perdido hacía tiempo.”
-Así que eso fue lo que le pasó...
-Lo de su padre fue un duro golpe para él. Estoy a punto de acabar.
Yo había elegido el lado de la oscuridad para los demás, aquel terreno sombrío que no se atrevían a tocar, que evitaban a toda costa pues era un lugar que consumía todo nuestro entendimiento y nos acogía plácidamente en su extrañeza, nos distanciaba del mundo. Es el lado al que tienen miedo, al que temen aunque no haya razón para hacerlo. Aquí estoy bien, me siento a gusto conmigo mismo. La gente es idiota. Somos idiotas. La gente es odio. Somos odio. Pero no les culpo, para ellos, la vida es maravillosa.”
-No escribió nada más, se quedó sentado mirándome fijamente.
Después de que dijera esto me fui, bajé las escalera construidas tiempo atrás y corrí hacia el coche intentando pasar el mínimo tiempo posible mojándome baja la fría lluvia que bañaba mi peinado. En la radio ya no estaba aquella violinista, eran las siete y media y como cada media hora habían dado paso a las noticias. Guerras y hambrunas que no me importaban demasiado. Gente masacrada que no conocía asesinadas por gente sanguinaria que tampoco conocía, la lluvia caía con monotonía sobre mi coche y los limpiaparabrisas se movían con un ritmo inalterable ni por la mayor racha de aire que las golpeara al igual que mi vida seguía igual por mucho que gente muy lejos de mi menospreciado paraíso estuviera muriendo, no me importaba, en mi cerebro había un espacio para la lamentación pero el destinado a olvidarlo era mucho mayor, me escondía de la vergüenza de aquella pasmosa indiferencia. La chica del tiempo dijo que la lluvia seguiría por días, una borrasca del norte azotaba con fuerza nuestro clima. Irónicamente si me lamentaba de esto, me lamentaba de un poco de agua cayendo del cielo y no de todas las muertes injustas que pasan mientras estamos haciendo cualquiera de nuestras actividades diarias. Las muertes no me afectan, la lluvia sí. Llegué a la calle de mi casa, tenía un hueco para aparcar justo delante de mi portal, parecía que el propio destino lo había dejado allí, esperándome. Salí del coche y corrí de nuevo, aquella maldita lluvia me parecía verdaderamente molesta. Mientras subía por el ascensor pensaba en qué le diría a mi hijo. Le diría que todo iba bien, que no se preocupara, que había leído lo que pensaba, que no era nada malo, que incluso le entendía. Le sonreiría y puede que incluso me diera un abrazo, hacía mucho tiempo que no me daba un abrazo, ni siquiera recordaba la última vez que sus brazos rodearon mi cuerpo. Mientras pensaba todo esto veía mi reflejo en el espejo, las arrugas seguían ahí, me lamentaba pero entendí que tampoco podía hacer nada, el tiempo no dependía de mí. La puerta del ascensor se abrió y el olor característico de mi hogar recorrió mis fosas nasales, trayéndome una buena sensación con él. Abrí la puerta y canté un saludo, un “hola” entonado con alegría, nadie contestó, como de costumbre. Él nunca lo hacía pero yo tenía aquella costumbre y la repetía siempre que entraba en casa. Dejé el abrigo en el mueble del recibidor y entre por el pasillo a su cuarto. Allí estaba. Allí estaba su cuerpo. Un cuchillo lleno de sangre reposaba sobre su barriga. Se había cortado las venas a lo largo y por el charco de sangre debió hacerlo hace bastante tiempo, hacía tiempo que había dejado de comunicarse y ahora había dejado de respirar. Una asquerosa sensación me revolvió. Su muerte sí me había afectado, él era mi hijo, maldecí a la suerte y al mundo por hacerme esto. Maldecía su muerte como maldecía la lluvia.


-No hace falta que me cuente nada más, tengo todo lo que necesito saber. Entiendo porque decidiste acudir a mí, otro profesional ajeno a todo esto en lugar de acudir al psicólogo de su hijo, no quiere recordar nada de aquel fatídico día, no quiere recordar la muerte, no quiere recordar la lluvia.